Te regalo toda una vida de amor Capítulo 302

Estaba muy frustrada por la actitud de Santiago.

—El señor Genova siempre ha sido un hombre bastante frío. Es posible que quiera estar con usted, pero sin que haya otras personas. Por eso debe estar esperando afuera, quiere ser considerado —sugirió José.

—Pff, ¡¿considerado?! —Santiago quería hacerme sentir mal. José ya no intentó defender a Santiago después de verme tan molesta. Cuando mi madre me vio entrar sola, me miró preocupada.

—¿Dónde está Santiago? ¡No visitó a los niños ni una sola vez! —No pude decirle que estaba esperando afuera. Era incapaz de decirle que se rehusaba a ver a sus hijos aunque estaba detrás de la puerta.

—Está ocupado —Balbuceé en tono decepcionado. Mi madre ya no hizo más preguntas.

Pasé unas horas con mis hijos, hasta que José me anunció que ya eran las nueve de la noche.

—El señor Genova sigue esperando afuera —¡Santiago llevaba casi seis horas en el auto! Sin embargo, cuanto más esperaba, más me hacía enfadar. Ya no podía contener la rabia, así que bajé con José alrededor de las diez y subí a mi auto sin mirar al Bentley de Santiago. Él nos siguió en cuanto salimos, y eso me enfureció aún más.

—¿Debería regañarlo por esto? —pregunté con el ceño fruncido. Quería culparlo por ser tan frío con los niños y por no haberme dicho que no llegaría a dormir la noche anterior.

—¿Siente pena por sus hijos, señorita? —me preguntó José.

—Sí —reconocí. También estaba molesta por el egoísmo de Santiago.

Le transmití mis inquietudes a mi guardaespaldas, y él pensó un momento antes de responder.

—El señor Genova siempre ha sido bastante solitario. Es verdad que es un poco egocéntrico, pero creo que eso se debe a cómo fue su infancia —reflexionó. Sabía que había tenido una infancia difícil, pero esa no era excusa para ser tan frío con sus hijos. ¡Era su padre, y los niños estaban orgullosos de él! Al ver que guardaba silencio, José continuó—: Él fue mi jefe, así que no es correcto que revele mucha información. Pero estoy seguro de que quiere a los niños, señorita.

—Lo sé. No creo que ningún padre odie a sus hijos, pero estoy muy decepcionada por cómo los trata —expliqué.

Él ya no supo qué responder, así que guardó silencio hasta que llegamos al chalé.

—Buenas noches, señorita —saludó al abrirme la puerta del auto.

Tras bajar del auto, atravesé la sala de la casa y subí directo a mi habitación. No trabé la puerta, solo tomé mi pijama y entré a la ducha. La herida de mi abdomen ya había cicatrizado casi por completo. «Pronto podré pedirle al médico que la borre con láser», pensé. Luego recordé que no me había comunicado con él por la herida en el rostro de Maya, así que le envié un mensaje a mi asistente para que se encargara de eso. Finalmente dejé el teléfono y me metí a la ducha. Al salir, vi que Santiago estaba fumando en el balcón con aspecto desanimado. Él giró hacia mí al escucharme salir del baño, pero lo ignoré y tomé el secador de cabello. De repente, su mano tomó del secador, y yo lo aferré para que no me lo arrebatara.

—Reina —dijo en el tono más suave que hubiera escuchado. Con eso, solté el secador de inmediato.

Aunque era la primera vez que me secaba el cabello, lo hizo con mucho cuidado y suavidad. Su mano fuerte me hacía cosquillas al recorrer mi cabello grueso y mojado, comencé a disfrutarlo después de un momento. Tardó casi media hora en terminar de secarlo porque era muy largo. Cuando terminó, se dedicó a cepillarlo con ternura.

—¿Estás enfadada conmigo? —preguntó al final.

«¡Qué pregunta estúpida! Es obvio que sabe que estoy enojada. Bueno, quizás no se le ocurrió otra forma de romper el silencio. A fin de cuentas, nunca lo había ignorado por tanto tiempo», me dije.

Seguí guardando silencio hasta que, de repente, él me abrazó por detrás y apoyó el mentón en mi hombro. Frotó el rostro contra la piel suave de mi mejilla y habló en tono hipnótico y carismático:

—No te enojes conmigo, Reina, por favor.

Sentí calidez en mi interior al escucharlo. ¡Era muy difícil seguir enfadada con él! De todas formas, seguí molesta porque había esperado afuera de la casa durante casi ocho horas sin entrar a ver a los niños. ¿En qué estaba pensando? Sus actos no tenían sentido. No sabía qué decirle porque estaba furiosa.

—No estoy enojada. —Aunque me esforcé por ocultar la rabia en la voz, soné bastante dura.

—¿Qué hice mal? —insistió con voz suave, abrazándome fuerte. No podía creer que aún no supiera cuáles eran sus errores. Sonaba como si yo estuviera siendo dramática. Estaba por perder la compostura, cuando sentí su mano fría en mi mejilla—. ¿Puedes decirme en qué me equivoqué, Reina? No quiero que te guardes todo. No soporto verte triste. —¡Sonó muy sincero! Sus palabras comenzaban a conmoverme.

—¿Por qué no entraste a la residencia Esquivel? —pregunté con los ojos cerrados, sin mencionar a los niños directamente.

—Estaba esperándote afuera. —«Pff, como si no lo supiera».

—¡Eso no fue lo que te pregunté! —rugí.

Al escuchar mi tono serio, me besó en la mejilla y la acarició con sus labios.

—Tus padres estaban en casa y me preocupaba incomodarlos. Sé que puedo resultar hostil, Reina. No quería que se sintieran invadidos en su propia casa.

«¿Por eso esperó con paciencia durante tantas horas?». Estaba molesta y sorprendida a la vez, pero también sentía un dolor en el pecho, pues me dio pena pensar en eso. Santiago siempre parecía tan fuerte y poderoso, casi como un Dios ante las personas, pero había estado solo toda su vida y le resultaba difícil relacionarse con los demás. Me había tomado un tiempo ayudarlo a actuar con más normalidad y, de todas formas, aún le preocupaba cómo haría sentir a mis padres.

—A ellos no les molestaría tu presencia —le aseguré con lágrimas en los ojos.

—Está bien —Al sentir su aliento cálido en el rostro, froté mi mejilla contra la suya por reflejo.

—¿Por qué te has mantenido apartado de los niños desde que nacieron? —seguí interrogándolo—. Son muy sensibles, tienes que acercarte a ellos para ganarte su confianza. ¿No los quieres?