Te regalo toda una vida de amor Capítulo 280

—Bueno, iré a Francia en unos días.

Como había llegado tarde a Bristonia, no tenía energías para ir a ver a los dos niños, por lo que decidí regresar al chalé que había comprado cerca del chalé Esquivel. Cuando Santiago se dio cuenta de que tenía una vivienda propia en las cercanías, se sorprendió.

—Mujer precavida vale por dos, ¿verdad? —bromeó. A decir verdad, además del chalé Esquivel, yo tenía otras tres propiedades en Bristonia. Puse los ojos en blanco.

—¿Entonces? ¿Vas a entrar? —le pregunté. Quizás a causa del tono que usé, él frunció el ceño y por un momento pareció que iba a regañarme por la falta de respeto. Para evitarlo, lo tomé del brazo y lo arrastré hacia dentro de la casa, para luego atacarlo con mi vocecita más dócil—. Estoy agotada y tengo mucha hambre. Santi, ¿quieres comer algo?

Al ver que me comportaba de manera sumisa, él decidió pasar por alto mi actitud anterior.

—¿Qué quieres comer? —preguntó.

—A ti —repuse con una sonrisa. Su respuesta fue el silencio. Santiago era todo un caballero.

Entramos a la vivienda y se quitó el saco enseguida para luego dirigirse a la cocina mientras yo subía a la habitación a ponerme el pijama blanco. Con el teléfono en la mano, volví a bajar las escaleras y me quedé de pie junto a la puerta observando al hombre que iba y venía en la cocina. Por lo que vi, estaba cocinando algunos vegetales y hasta había una olla con avena cociéndose a fuego lento. Al percatarse de mi presencia, sacó leche del refrigerador, puso a calentar un poco en un jarro y luego me la sirvió en un vaso. El vaso de leche en mi mano se sentía tan cálido como su corazón. Siempre estaba dispuesto a meterse en la cocina para prepararme comida y cumplía mis antojos con amor y sin quejarse. Era el hombre perfecto. Si se lo comparaba con mi experiencia anterior, era como el día y la noche, y eso me hacía sentir muy afortunada de haberlo conocido en esta vida—. Te amo, Santiago —confesé sin poder ocultar mi sonrisa de oreja a oreja. A pesar de lo inesperado de mi confesión, él mantuvo la compostura y respondió con calma:

—Lo sé.

—¿Tú me amas a mí? —continué, mirando el vaso de leche que tenía en la mano. En lugar de responder, me dio la espalda y siguió cocinando, pero no me di por vencida—. ¿Me amas o no?

Santiago dejó a un lado los vegetales que terminaba de cortar y me preguntó con dulzura:

—Reina, eres como una niñita que no deja de preguntar a los demás si la aman. ¿No te das cuenta de a quién le pertenece mi corazón?

En el pasado, él jamás hubiera dicho una cosa como aquella; ni siquiera hubiera dado una explicación, el silencio hubiera sido la única respuesta. Sin embargo, las cosas habían cambiado mucho, porque incluso había aprendido a hacerme sentir segura. En los últimos dos años se había transformado casi en otra persona y por fin había entendido que se necesitaba paciencia para las relaciones de pareja. Esbocé una sonrisa.

—Deberías saber que algunas personas somos inseguras y nos encanta oír a nuestro hombre decir cuánto nos ama —dije con los labios fruncidos. Él soltó una risita.

—Sé buena y busca algo con qué entretenerte. Te llamaré cuando la comida esté lista. ¿Hay algo en especial que quieras comer?

—A ti —volví a decir con una sonrisa. Él se quedó inmóvil un momento al escucharlo, pero luego respondió bajando la voz:

—Tenemos todo el tiempo del mundo, así que estoy seguro de que vas a poder cumplirlo. Espero que no te arrepientas después.

Yo estaba absorta escuchándolo hablar y admirando su belleza con una sonrisa de colegiala exaltada.

—Espero ese día con ansias —dije.

Me dirigí a la sala de estar con mi vaso de leche, encendí el televisor y me enfrasqué en la novela del momento. A la mitad del capítulo, me acordé de pronto de Maya, así que saqué el teléfono y le envié un mensaje: «¿Cómo están tus heridas? ¿Cuándo vas a regresar a Bristonia? Te estaré esperando aquí». Como no respondió, estuve por dejar el teléfono, pero entonces vino a mi mente el pedido de Lucas de que le diera ideas para sus capítulos. Abrí Twitter y le envié un mensaje privado: «¿Qué estilo de historia estás buscando?». Él estaba en línea en ese momento, así que me respondió al instante: «El estilo romántico empalagoso. O, mejor, maravillosamente tierno. Creo que esa sería una muy buena opción». Teniendo en cuenta que él solo conocía la faceta fría y apática de Santiago, era lógico que lo intrigara saber cómo se comportaba en la intimidad del hogar. Y como, pese a todo, yo no lograba inventar ninguna historia buena, cuando miré hacia la cocina y vi la silueta de mi caballero bajo la luz tenue decidí sacarle una fotografía sin que se diera cuenta y enviársela a Lucas. En un principio, pensaba mandársela solo a él, pero como temía que me delatara y le dijera a Santiago que yo la había tomado y que estaba ayudándolo a inventar historias, decidí subirla en el grupo de conversación.

«Por Dios, ¿es real? ¿Santiago está cocinando? ¿De verdad está cocinando para su esposa en medio de la noche? Jamás en mi vida pensé que iba a ver algo así», escribió Lucas al ver la imagen. Enseguida llegó otro mensaje, esta vez de Emilia: «¿No es obvio? ¿Para quién más podría hacerlo?». Luego intervino Dante: «Querida Emilia, envidio a Santiago por su vida de casado. ¿Cuándo crees que podré tener una esposa que me ame?». La respuesta de Emilia fueron unos puntos suspensivos. Pronto llegó la acotación de David, que tampoco cabía en sí del asombro y se expresó con el mayor de los dramatismos: «¿Ese es el mismo Santiago que yo conozco? Se lo ve hermoso, ¡un hombre hecho a imagen de los dioses! Por otro lado, Dante, despierta; no solo te falta una esposa, sino que ni siquiera hay una mujer decente en tu vida en este momento». Esta vez fue Dante el que respondió solo con puntos suspensivos.

En la fotografía se veía a Santiago con una camisa blanca y, como la había tomado desde un costado, se destacaban sus facciones con nitidez bajo la lámpara de la cocina. Su apariencia era atractiva y serena y parecía estar disfrutando el momento. Ninguno de ellos había visto esa faceta de su amigo antes. «Es solo una cuestión de tiempo que Dante consiga una buena esposa. Cuando pueda le presentaré a algunas chicas lindas», escribí con una sonrisa. Durante los últimos dos años, el corazón de Dante había estado siempre con Emilia, pero ella, en cambio, parecía mucho más interesada en Cristóbal. Aproveché el momento para preguntarle con curiosidad: «Emi, ahora ya eres adulta, ¿cuándo vas a presentarnos un novio?». Su respuesta, sencilla, nos dejó a todos estupefactos: «Ya estoy casada». Todos en el grupo se quedaron sin palabras. Hasta Romina, que solo había entrado a husmear, quedó desconcertada. Lucas fue el primero en escribir, y le preguntó con quién estaba casada. «Un hombre muy agradable», respondió ella, y sus palabras me hicieron pensar que la única persona que podía encajar con su descripción era Cristóbal. Como Dante no escribió nada, David preguntó cuándo había sucedido, y ella repuso que había sido unos días atrás, en Irlanda. «En Irlanda no puedes divorciarte una vez que contraes matrimonio, sino que hay un periodo contractual. ¿Por cuántos años firmaste?», quiso saber Lucas. La respuesta, una vez más, dejó al grupo en silencio y a todos atónitos: «Cien años».

Me imaginé que Dante, que no estaba emitiendo opinión, debía tener el corazón roto en ese momento. Un momento más tarde, me escribió por privado para preguntarme con quién se había casado Emilia. Yo no estaba segura de quién era su marido, pero la única persona que se me ocurría era Cristóbal, por lo que, tras dudar un poco, le respondí: «Ella no me contó nada, pero supongo que es Cristóbal, porque a ella siempre le gustó». No hubo respuesta, pero estaba claro que debía estar triste, así que traté de darle ánimo: «Todo va a estar bien. Conocerás a alguien mejor. Lamento no poder hacer nada para ayudarte». No solo le estaba fallando por no poder ayudarlo, sino que estaba del lado de Cristóbal.

Dante no volvió a escribirme y tampoco hubo más intercambios en el grupo de conversación, ni felicitaciones a Emilia por el casamiento. De pronto, ella escribió otro mensaje: «Siempre fui prudente en mis asuntos y jamás actué de manera impulsiva. Con o sin su bendición, caminaré junto a este hombre por el resto de mi vida». Sus palabras me hicieron reflexionar. Emilia era una chica joven, pero sabía muy bien lo que quería, tal como yo en la época en que deseaba casarme con Nicolás, con la diferencia de que Cristóbal no podía ser más distinto de mi exmarido. Él también la quería y, como era mucho más grande que ella, yo estaba segura de que la iba a consentir. Mi deseo era que tuvieran un matrimonio muy feliz. Con eso en mente, le escribí por privado para preguntarle si lo había pensado bien. «¿Si pensé bien qué cosa?», fue su respuesta. «Si Cristóbal es la personas que amas».