Te regalo toda una vida de amor Capítulo 239

Palidecí de rabia al ver como Dimitri me ponía un traje negro ninja de esos que solo había visto en la televisión. Incluso ató mi cabello en una trenza antes de colocarme una máscara negra que cubría la parte inferior de mi cara. Parecía tener prisa puesto que, tan pronto terminó, me tomó del brazo y me metió al auto. Luego, se sentó junto a mí.

—Llévanos de regreso a la base —ordenó y el auto se dirigió al norte.

Durante el viaje, oí que habíamos cruzado la frontera de Finlandia y que los Genova ya estaban tras ellos. Ya se había oscurecido para cuando vi a Santiago. Entonces, me enviaron al segundo piso mientras Santiago se quedó en la planta baja. ¡Perecía un campo de batalla allá abajo!

Santiago estaba imparable; atacaba a todo aquel que se le acercaba, siempre manteniendo una expresión serena en el rostro. Sus movimientos eran sólidos, incluso cuando era atacado por docenas de personas al mismo tiempo. Tenía el estómago revuelto y sentía muchas náuseas, pero no podía apartar la visa de la escena. Además del asco que sentía, estaba preocupada por Santiago. No sabría qué hacer si resultaba herido.

—Aquí es donde Santiago y yo crecimos —dijo Dimitri, quien estaba sentado en su silla junto a mí— Este sitio es como una celda de la cual jamás podremos escapar.

Contuve mi respiración un momento y luego pregunté:

—¿A qué te refieres con que no puedes escapar?

—¿No lo entiendes? —dijo, viéndome de reojo— ¡Significa que jamás podremos dejar este lugar! ¡Tanto Santiago como yo estaremos atrapados aquí para siempre!

¿Cómo podría alguien tan poderoso y sofisticado como Santiago estar atrapado en una situación tan frustrante como esta?

—¿Está aquí por cuenta propia o…? —pregunté preocupada.

—Está aquí por cuenta propia, claro. Aquí es donde pertenece —respondió Dimitri.

«¿Es este… el lugar de Santiago?».

—¿Sabes si Santiago te ama? —preguntó de la nada Dimitri.

Ya me habían hecho esta pregunta no hace mucho.

—Eso no te incumbe —respondí mientras mantenía la cabeza agachada.

—Podríamos intentar algo —dijo Dimitri.

—¿Intentar qué? —pregunté indiferente.

Entonces, Dimitri dirigió su atención a los hombres que estaban a su lado.

—Llévenla abajo.

—¿Quiere que le tapemos la boca? —preguntaron sus hombres.

—¿Por qué no? —respondió Dimitri riendo.

Los hombres me llevaron al campo de batalla y fue ahí donde me percaté que estaba vestida igual que todos los demás presentes. Enseguida pasé a ser uno de ellos. Se lanzaban espadazos puños y padas a diestra y siniestra. Mientras esto ocurría, sentí que alguien me empujaba por la espalda y caí hacia adelante, justo frente a Santiago. A pesar de que se trataba de alguien con quien ya tenía familiaridad, me sentía una completa extraña en ese momento.

Su mirada habitual, tranquila y pacífica, había sido sustituida por una mirada llena de violencia. Di un par de pasos atrás cuando, de pronto, dirigió una patada a mi estómago. Acto seguido, caí de espaldas al piso, pero no tardaron en levantarme y empujarme de nuevo hacia Santiago. Esta vez, ¡Santiago aventó una patada directo a mi cabeza! Todo lo que sentí después fue un fuerte zumbido en la cabeza y dolor en todos los huesos. En eso, alguien me sujetó y me empujó hacia él una vez más. ¡Quería gritar, pero me habían tapado la boca!

Para este momento, sabía que bastaría una patada más de Santiago para terminar muerta. Y justo cuando había perdido toda esperanza, Santiago se dio cuenta de que algo andaba mal y detuvo sus golpes.

—Suéltenla.

¡Era un milagro! ¡Todos a mi alrededor se detuvieron y dieron un paso atrás!

«¡Dimitri tenía razón! ¡Santiago en verdad está en control de este lugar!»

Después de esto, Santiago caminó hacia mí con una mirada seria. Yo solo parpadeé confundida al ver cómo sus pupilas se contraían. Sus manos temblaban mientras me bajaba la máscara, pero, al verme, su mirada no sufrió cambio alguno. Entonces, ordenó a sus hombres que me sacaran del lugar, a lo que Dimitri preguntó mientras bajaba del segundo piso:

—¿Conoces a esta chica, Santiago?

¡El dolor era tan intenso que sentía que moría! Mis fuerzas des desvanecieron y me desplomé en el suelo al tiempo que la cabeza me daba vueltas.

—¿Esto fue idea tuya, Dimitri? —preguntó Santiago.

—Armando supo que te encontraste mujer y me pidió que un día la trajera para darle un recorrido por el lugar. Pero… ¡parece que no la conoces! —respondió Dimitri.

—Dimitri, debes saber que hay límites incluso para meterte conmigo. No te atrevas a ponerle una mano encima a- —comenzó a decir Santiago cuando Dimitri lo interrumpió.

—¿Ponerle las manos encima a qué? —dijo Dimitri soltando una risita— ¿A tu bebé?

Santiago se mantuvo en silencio un momento mientras yo me sentía desmayar. En ese momento, oí una voz ronca que hablaba sobre mí.

—Santiago, ¿qué relación tienes con esta mujer?

—Ninguna —respondió Santiago de forma contundente.

—En ese caso, quiero que la apuñales —dijo otra voz.

Para este momento, mi visión ya estaba muy borrosa, por lo que no comprendía del todo lo que sucedía. Era como si el tiempo se hubiera detenido por un momento mientras fijaba mi vista en la mirada fría de aquel hombre. Momentos después, ¡alguien apuñaló mi estómago! Acto seguido, escupí una bocanada de sangre que terminó sobre el cuerpo de aquella persona. No estoy segura de qué pasó después, pero sentí que alguien me arrastraba a otro lado. Al despertar, me di cuenta de que estaba en una celda con un montón de huesos a mi lado. Grité aterrorizada y sentí el dolor en mi cuerpo aumentar. En ese mismo momento, oí unos pasos fuertes que provenían del exterior.

—Oye, ¿ya despertó?

«Esa voz… ¡Dimitri!»

—¿Dónde está Santiago? —pregunté desesperada.

—¿Sigues pensando en él? —preguntó Dimitri.

—¿Dónde está Santiago? Quiero verlo.

Dimitri parecía desconcertado ante mi insistencia de querer ver a Santiago.

—Santiago te acaba de dar una puñalada en el estómago y ¿tú sigues buscándolo?

Me quedé aturdida por un momento.

—¿Qué dijiste?

—¡Santiago te apuñaló! —gritó Dimitri.

—¡No te creo! —dije mientras sacudía la cabeza.

No podía creerle, pero el dolor en mi estómago era imposible de ignorar. Momentos después, Dimitri me arrastró fuera de la celda y logré ver a Santiago junto a un hombre viejo y extranjero con el rostro lleno de arrugas de pie cerca del cuarto en el que me encontraba. El rostro del viejo era rígido.

—Ese es Armando —dijo Dimitri.

—¿Quién es Armando? —pregunté.

Dimitri no me dio respuesta, pero el hombre llamado Armando intervino en su lugar.

—¿Qué relación tienes con esa chica?

—No tengo relación alguna con ella —contestó Santiago.

—Dimitri dice que es tu mujer —respondió Armando.

—Es solo una mujer cualquiera —respondió Santiago con un tono calmado e indiferente.

—¿La amas? —preguntó Armando.

—No —dijo Santiago con su tono de siempre.

«No… Santiago dijo que nunca me ha amado… ¡Muchos me han hecho la misma pregunta y yo siempre respondí con seguridad que sí me amaba!» Pero ahora les decía a todas estas personas que jamás me ha amado. ¿Es acaso que mi amor por él siempre nunca fue correspondido?

—Entonces, sácala afuera —dijo Armando.

—¿Por qué lloras? —preguntó de pronto Dimitri.

No estaba muy segura del porqué, pero supuse que era debido a mi corazón roto.

—¿Qué sucede? ¿Crees que Santiago miente por verse amenazado por Armando? Si aún tienes duda, puedes preguntarle más tarde cuando venga por ti —dijo Dimitri antes de detenerse un momento— Y… aquí está él.

Dirigí mi mirada a Santiago, quien parecía envuelto en un aura oscura. Jamás lo había visto de esta manera.

—Santi… —murmuré.

Mi cuerpo entero no podía con el dolor y todo lo que quería era abrir mis brazos para recibir un abrazo suyo, pero no tenía las agallas para hacerlo en ese momento. ¡Al fin de cuentas, fue él quien me apuñaló! Este hombre frente a mí… El hombre que amaba… ¡Él fue quien me causó todo esto! Él dijo que yo era solo una mujer cualquiera.

—Regina, necesitamos hablar de algunas cosas —dijo Santiago.

Solo pude presionar mi mano contra la herida en mi estómago antes de responder con tono suave:

—¿Qué quieres decirme, Santi?

Muy en el fondo, aún tenía algo de esperanza.

—No quiero perder a mi madre de nuevo —dijo.

Yo lo miré completamente aturdida.

—¿Estás… terminando conmigo?