Te regalo toda una vida de amor Capítulo 208

—Vine a salvarte, chiquilla.

Su rostro inocente casi me convence de que no me había secuestrado.

—No confío en ti —dije con el ceño fruncido.

El terreno nevoso se extendía hacia el horizonte y más allá. El reflejo de la luz del sol era deslumbrante. Había un par de gato tomando el sol mientras que Berto me sonreía. Notó que estaba alarmada, así que explicó:

—Esta es mi profesión. Si ellos te quieren, no tengo opción más que traerte aquí, ¡pero te puedo salvar cuando no están!

Me enfoqué en el punto importante y pregunté:

—¿No están?

—Al menos no en el patio trasero —dijo Berto con una sonrisa.

Después de darme su chaqueta polar, solo vestía un par de prendas ligeras. En ese momento, me di cuenta de que todo este tiempo había estado utilizando auriculares internos, similares a los que los artistas llevaban durante los conciertos. Eran de color rojo y tenían brillos alrededor, lo cual, extrañamente, los hacían más fascinantes.

—¿En dónde está mi amiga? —pregunté con preocupación.

—Parece que tiene leve conmoción cerebral. Se volvió a desmayar hace un momento. Planean llevarla al hospital más tarde.

Los detalles de su descripción me parecieron sospechosos, por lo que fruncí el ceño y pregunté:

—¿Cómo sabes?

—Lo escuché en secreto —admitió.

«Vaya…»

El viento helado recorría el terreno. Luego de considerarlo por un momento, tomé su chaqueta y la lancé desde la ventana. Berto era ágil y corrió enseguida a atrapar su chaqueta.

—¿Quieres irte conmigo? Será más fácil escapar después de vernos con tu amiga en el hospital —susurró después de ponerse la chaqueta.

Berto lucía valiente y despreocupado por la situación peligrosa que nos rodeaba, así que no pude evitar preguntar con confusión:

—¿Por qué me ayudas?

—Porque ambos somos buenas personas.

No supe qué contestar ante eso. De pronto, alguien abrió la puerta de mi habitación. El hombre caucásico que hablaba con fluidez entró a la habitación y enseguida se dirigió a la ventana cuando me vio parada ahí. Mi corazón se aceleró mientras seguía su mirada hacia afuera de las ventanas. Berto no estaba por ningún lado.

«¡Qué veloz!»

Luego de revisar el terreno, el hombre miró el vestido real que tenía puesto y me elogió:

—Eres una mujer hermosa.

Me quedé en silencio. Él frunció el ceño y dijo:

—¿Por qué no hablas?

—¿Por qué nos secuestraron? —dije, yendo directo al grano.

—¿Acaso no lo entiendes? —dijo el hombre y me dio una fuerte bofetada en la mejilla con su palma rugosa—. Santiago Genova y Raúl Meza trabajaron juntos para cometer crímenes en mi territorio. No importa lo que cueste, ¡debo darles un golpe duro esta vez!

«¡Sí va contra Santiago y Raúl! Por su expresión, parece que no quiere terminar esto de forma amable»

—No sé nada sobre eso —dije con honestidad.

Él se sorprendió, pero, al siguiente instante, me sonrió y dijo:

—Qué interesante.

Me rehusé a seguir hablando y él me recordó:

—La chica de Raúl está en coma. No tenemos equipo médico aquí, así que haré que alguien la lleve al hospital para que la traten. En cuanto a ti, te vas a quedar aquí.

«Hará que alguien lleve a Maya al hospital, pero ¿qué hay de él? ¿De verdad va a emboscar a Santiago y a Raúl?»

No me atreví a preguntárselo mientras lo observaba cerrar la puerta. Una vez que se fue, me dirigí hacia las ventanas y las abrí. Pude ver a Berto agachado, jugando con los gatos. Me reí y dije:

—Qué atrevido eres.

Berto alzó la mirada y preguntó:

—¿Quieres irte conmigo?

—¿Cómo sé que puedo confiar en ti? —pregunté con cautela.

Sabía que lo mejor era salir del chalé y comunicarme con Santiago para evitar molestarlo, pero no quería meterme en una situación peor al confiar ciegamente en extraños. Berto sabía que no era fácil ganar mi confianza, así que puso su pistola sobre el suelo cubierto de nieve como un gesto de paz.

—Te pasaré mi pistola. Si intento algo sospechoso, ¡podrás dispararme!

Al ofrecerme una concesión tan generosa, acepté irme con él:

—De acuerdo, pero nos iremos hasta en un rato.

Tenía que esperar a que llevaran a Maya al hospital para planear mi escape. Si los secuestradores se enteraban de que no estaba, podrían no llevarla a tratarla. Para entonces, ella estaría en gran peligro. Berto me escuchó y respondió:

—Bien. Te esperaré aquí.

Berto siguió jugando con los gatos sin preocuparse de que lo descubrieran. Luego de un rato, una mucama entró a mi habitación y caminó hacia las ventanas. Yo la detuve y pregunté:

—¿Cómo está mi amiga? ¿La llevarán al hospital?

La mujer no hablaba muy bien el ruso, así que le hice algunas preguntas con despreocupación para obtener más pistas.

—¿Qué tan lejos está este lugar de la ciudad?

—Aquí… está muy lejos. Alrededor de cuarenta a cincuenta millas. Quizás más lejos, pues no he dejado este chalé desde que nací —respondió titubeando.

De pronto, entendí la razón de su admiración. Ella me admiraba como forastera, mientras que ella era prisionera de ese chalé durante toda su vida.

—¿Por qué no te vas? —pregunté con confusión.

—Es mi trabajo cuidar del chalé —dijo con convicción y certeza. Convencerla de irse sería difícil y una pérdida de tiempo. Por ello, en lugar de hacerle un favor, intenté sacarle información, pues ella podría haber escuchado muchas cosas después de todos los años sirviendo en el chalé.

—¿Conoces a Berto?

—¡Sí! —respondió mientras asentía con alegría.

Como una persona crédula, dijo todo lo que sabía:

—Lo llamamos señor Fontana. No es viejo, pero es muy despiadado. También es una persona amable…

—Olga, el jefe te está buscando —dijo alguien desde afuera. Al escucharlo, ella se detuvo enseguida y se fue.

Caminé hacia las ventanas y me sorprendí al ver que Berto seguía jugando con los gatos. Sus acciones me recordaron a los comentarios de sus acompañantes.

«¿Estás intentando ser un chico amable de nuevo, Berto?»

«No te voy a detener si quieres quedarte y protegerlas»

Si esas eran las palabras de sus acompañantes, supuse que quizás no era alguien cruel y solo se dejaba llevar por la codicia. Me había secuestrado por la paga, pero me salvó por su consciencia. Con eso en mente, me acerqué a la ventana y anuncié:

—Voy a confiar en ti por ahora.

—¿Por qué la declaración repentina? —dijo Berto con una ceja alzada de sorpresa mientras seguía jugando con los gatos. Yo sacudí mi cabeza y dije:

—Nos iremos pronto.

—Bien. Igual ya es hora —respondió Berto y se quitó sus auriculares.

Ahora, tenía un problema. Yo estaba en el segundo piso, no podía bajar por las ventanas y tampoco salir por la entrada. ¿Cómo iba a escapar? Miré a Berto fijamente y pregunté:

—¿Cómo debería bajar?

Después de ignorarme, volví a llamarlo, pero solo me ignoró por segunda vez. Mi expresión cayó mientras le decía:

—¿No puedes escucharme?

Me senté a un lado de la cama, pero pronto regresé hacia la ventana, en donde lo vi con sus auriculares puestos de nuevo. Intenté volver a preguntarle, pero él lucía bastante sorprendido.

—¿Te preocupa eso?

—¿No debería? —pregunté.

Berto abrió sus brazos y me sonrió ampliamente antes de decir:

—¡Salta hacia mis brazos!

Intenté mantener mi temperamento a raya y le respondí:

—Estoy hablando en serio.

—¿De qué otra forma vas a irte? ¿Vas a saltar?

Me quedé sin palabras y me di cuenta de que no era compatible con él. Después, me aseguró de forma gentil:

—No te preocupes. Nunca he fallado. Te garantizo que te puedo atrapar.

Luego de dudarlo por un rato, tomé una decisión.

—Bien. Entonces, atrápame.

—De acuerdo, pero no intentes aprovecharte de mí.