Te regalo toda una vida de amor Capítulo 202

—No tengo novio, pero tampoco puedo darte mi número porque no te conozco. Lo siento.

Como resultado, el chico se marchó mientras lucía decepcionado. Me liberé de Santiago y lo miré de reojo para decir:

—Tampoco soy cercana a ti.

Su rostro se mantuvo inexpresivo como de costumbre. Miró mi vientre y apretó los labios, como si quisiera decir algo, pero al final se contuvo. Cuando estaba por marcharme, él tomó mi muñeca. Me giré para observar sus dedos finos alrededor de mi muñeca cuando me dijo:

—¿Por qué te rehúsas a reconocerme, Reina?

Hace ocho meses, yo lo extrañaba con toda mi alma, pues y tampoco quería separarme de él. Por eso, viaje sola dos veces a Finlandia. Aunque, si contaba el tiempo que él estuvo en la cárcel, fueron tres viajes en total, pero en ninguno nos encontramos. ¿Era justo culparlo por ello? No tenía derecho a hacerlo. Todo era mi culpa. Ni siquiera podía culparlo por el incidente que les sucedió a mis hijos, pues yo insistí en parirlos. Mis ojos se llenaron de lágrimas mientras murmuraba:

—No te conozco para nada.

Santiago se quedó en silencio, pero continuó mirándome con sus ojos claros como el agua. No pude resistir su mirada, así que me giré enseguida para escapar y él no intentó detenerme. Una vez en el auto, observé la parte de mi piel que él había tocado y me sentí desorientada, aun percibiendo su aroma. Lo extrañaba mucho y tenía tantas ganas de abrazarlo. Estaba muriendo por desahogar el descontento en mi corazón. A pesar de mis sentimientos fuertes, no me atreví a tomar la iniciativa. Estaba sufriendo la culpa por el daño que le había provocado.

«¿Cómo terminamos así?»

De vuelta en el departamento, me tumbé en el sofá y poco después, Antonio me llamó y me informo:

—Señorita, la doctora que estoy rastreando se suicidó anoche. Sus dos hijos y su esposo viven. Ninguno sabe la razón de su suicidio. Supongo que nuestra pista termina aquí.

En ese caso, Nicolás era nuestra única esperanza.

—Sigue vigilando a Nicolás —ordené.

Debía haber una razón para el suicidio de la doctora. Yo creía firmemente en que Nicolás no era tan cruel como para lastimar al feto que había estado llevando en mi vientre. Mientras mis hijos estuvieran con él, algún día lo descubrirían.

Poco después, Emilia me envió un mensaje que decía:

«Regina, ¿quieres unirte a nosotros para beber unos tragos? Manolo y mis amigos están aquí»

Ya la había rechazado la noche anterior, así que no quería ser aguafiestas de nuevo. Además, ella había regresado del extranjero hace poco y era hora de celebrar eso, así que respondí:

—De acuerdo, nos vemos en la noche.

Para entonces, ya casi había caído el anochecer y quedaban algunas horas antes de la cena. Regresé a la habitación y abrí la caja fuerte, en donde saqué un anillo antiguo que Santiago me había dado antes. A decir verdad, el anillo lucía bien en sus dedos pálidos y delgados y parecía que a él también le encantaba ese estilo. Me puse el anillo como collar y me dirigí al tocador para ponerme algo de maquillaje. Luego, me puse una camisola negra sin tirantes que exponía una gran parte de mi piel. Complementé el atuendo con un par de pantalones casuales de color negro. Después, me solté el cabello y me observé en el espejo.

«¡Qué cautivadora y atractiva! Me veo como una Diosa»

No era una exageración. Como dijo Maya una vez:

«Regina es la personificación de la belleza»

No manejé para ir a cenar y en lugar de eso, tomé un taxi para llegar. Una vez ahí, encontré a Manolo solo en la silla lounge, así que me acerqué y pregunté:

—¿En dónde están los demás?

—Están en camino —respondió antes de servirme un trago. Tomé dos sorbos y dije con ira:

—Tomaré hasta más no poder.

Manolo me miró con gracia y dijo:

—Claro, hazlo.

—Pero, no es bueno para mi salud.

—Está bien embriagarse de vez en cuando.

—¿Sí? —dije con una sonrisa.

—Sí. Yo te llevaré a casa.

Mi sonrisa se agrandó al escuchar eso.

—¿Quieres bailar? —dijo.

Yo estaba con Manolo cuando viví mi primer baile en una discoteca. Esa fue la primera vez que sentí una fuerte pasión por la vida. Manolo incluso le dio una calada a su cigarro y exhaló en mi boca, pero el beso no tenía otro significado. Al ver que dudaba, me llevó al escenario y comenzó a girar mi cuerpo. No tomó mucho para que comenzara a bailar a su ritmo. En medio de eso, susurró en mi oído de repente para decir:

—Mi amor, te ves excepcionalmente sensual esta noche.

Volteé los ojos y dije:

—¡Deja de jugar! No quiero que seamos tendencia en Twitter mañana y me llamen zorra.

—Pfft. ¿A quién le importa lo que piensen?

Manolo me puso entre sus brazos de repente y lo miré antes de advertirle con frialdad:

—No pases el límite.

Manolo me soltó para girarme y luego susurró:

—¡Qué aburrida! Solo estamos bailando.

Tomé su mano y me reí.

—Por supuesto que podemos bailar, pero mantengamos distancia. No quiero ser tendencia y convertirme en el blanco de la furia del internet mañana.

—Bien. Te haré caso.

Aun así, me volvió a abrazar. Mi vientre que estaba expuesto quedó contra su cinturón y pude sentir su miembro. Me sentí avergonzada y me alejé para sugerir:

—Hay que beber-

Sin embargo, Emilia y el resto no habían llegado después de que yo me embriagara. La llamé mientras mi cabeza daba vueltas.

—¡Lo siento! Estoy atorada en el tráfico —dijo Emilia.

—¿Cuándo vas a llegar?

—En media hora.

Luego de la llamada, me acosté en el sofá y observé el tercer piso. Pude ver vagamente que alguien familiar estaba parado ahí. Sonreí con torpeza y le pregunté a Manolo:

—¿Quién es?

—¿Quién? —dijo Manolo, confundido.

Apunté hacia el tercer piso antes de que su mirada se dirigiera hacia allá y luego hizo una pausa.

—¿Desde cuándo está ahí?

Esta vez era yo quien estaba confundida.

—¿De quién hablas?

—De Santiago Genova.

…

A él no le interesaba el espectáculo en lo absoluto. Sus ojos solo la miraban a ella. Aunque lucía tan sofisticada y atractiva como antes, para él era claro que ella estaba más exhausta. Sus ojos estaban llenos de melancolía. Cuando ella dejó el chalé Campos, él la siguió en silencio, a pesar de caminar por algunas horas seguidas. Ese día, su paraguas quedó volcado por el viento, provocando que ella hiciera berrinche como fuera una niña. Estaba tan furiosa que incluso arrojó el paraguas. Para él, ese era su lado más tierno. Al final, ella le preguntó:

—¿Se puede saber quién eres?

«¿Quién soy?»

Esa era una pregunta que no podía responder. Él era Santiago Genova, pero al mismo tiempo, no lo era. Él podía ser su novio, pero, técnicamente, ya no lo era porque habían terminado de forma oficial. Su segundo encuentro fue en el aeropuerto durante el día y ella fingió que no lo conocía. Ahí, un extraño intentó acercarse a ella. Él admitía que estaba nervioso al ver que intentaban conquistarla, lo cual no era común en él. Esta noche, era la tercera vez que se encontraban. Él la vio bailar de forma íntima con Manolo mientras vestía un atuendo seductor. Pero, él, sol podía observarla desde el tercer piso.