Te regalo toda una vida de amor Capítulo 16

Esa llamada duró un minuto o dos, pero parecía algo preocupado cuando regresó a la habitación y me miró desesperanzado. A lo que pregunté por lo bajo:

—¿Qué sucede?

Él suspiró y dijo:

—Me iré pronto, ¿quieres regresar conmigo?

—¿Es por María? —pregunté sabiendo la respuesta.

Nicolás cerró los ojos y contestó:

—Sí, tuvo un accidente de auto…

A lo que dije con calma:

—¿Así que quieres regresar para cuidarla?

Nicolás se quedó en silencio, pero el hecho de que se fuera ya me daba la respuesta. No obstante, antes de que desapareciera, le recordé:

—Sí recuerdas que no puedes verla mientras estamos saliendo, ¿verdad?

—Sí, es por eso que… —dijo con cierta tristeza.

¿Acaso estaba pidiéndome permiso? ¿En serio cree que lo dejaría ir?

—Nicolás, si te vas terminará lo que tenemos. —Apagué la televisión, me puse de pie y dije con una sonrisa—: No te detendré, pero si te vas si rompe el acuerdo que teníamos. Temo decirte que jamás he sido la chica considerada que crees que soy.

Nicolás me regaló una última mirada y luego se fue. Mientras tanto, yo me quedé de pie en el pasillo viendo hacia las escaleras; había algo de compromiso en su sombra mientras se alejaba. Suspiré y me acosté de nuevo para dormir.

Cuando la madre de Nicolás me llamó para que bajara a cenar, ya me había cambiado de ropa y llevé mi maleta hasta la sala de estar, fue entonces que me di cuenta de que por fin había nevado bastante. Cuando la madre de Nicolás me vio, preguntó:

—¿Ya te vas?

—Sí, ya tengo mi boleto de avión, pero gracias por su hospitalidad durante estos días —contesté.

—Está bien, pero eres mi nuera, así que no tienes que ser tan formal conmigo.

—Señora, tengo que ser honesta con usted. Nicolás y yo nos divorciamos hace poco. —La mujer parecía sorprendida y en su rostro podía leerse la pena, pero sonreí y le pregunté—: ¿Me permitiría hacer un muñeco de nieve delante de su casa?

—Claro, ¿quisieras ayuda?

—No, me iré cuando terminé —respondí.

Encontré un lugar donde había una capa de nieve gruesa y empecé a construir mi muñeco de nieve, como de pequeña solía hacerlos con mis padres, me resultaba fácil hacerlos; una vez formado el montón, saqué la bufanda color beige de mi maleta y la envolví suavemente alrededor del muñeco de nieve. Me volví hacia la entrada de la casa y estaba a punto de irme, cuando alcancé a ver una fotografía colgada en la pared; era una foto de Nicolás tocando el piano, se miraba joven y llevaba una camiseta blanca. Se veía tierno, limpio y ordenado. Yo sabía que existía esa foto y con frecuencia la miraba con detenimiento, una vez Nicolás me encontró haciendo eso y me preguntó confundido:

—¿Qué estás mirando?

Al final no pude contenerme y tomé la fotografía en silencio para esconderla en mi bolsillo. La madre de Nicolás me llamó en cuanto salí de la puerta, pensé que se había dado cuenta de que me robé la fotografía, así que fingí no oírla y salí corriendo. Tenía tanta prisa que no alcancé a escuchar lo que me dijo:

—¿Por qué tenías la bufanda de Cristóbal?

…

Una vez en el avión comencé a tener un terrible dolor de cabeza y luego me quedé dormida. El sobrecargo tuvo que despertarme cuando aterrizamos, así que me levanté un poco confundida y me fui a casa. Todo el tiempo me sentía cansada, mi cuerpo ya no podía más y era probable que hubiera atrapado un resfriado mientras construía el muñeco de nieve. De por sí mi cuerpo ya era frágil, ahora que mi estado de salud había empeorado me sentía más lenta, cansada y con fiebre, así que tomé un taxi directo al hospital.

Cuando el médico me vio, me preguntó con sorpresa:

—¿Por qué está tan débil?

Solamente moví un poco mi cabeza y respondí:

—Creo que tengo un resfriado, ¿podría ponerme una intravenosa?

—Claro, ¿cómo se siente últimamente? —preguntó el médico.

—El dolor sigue en aumento y sangro con más frecuencia que antes.

A lo que el médico me dijo:

—Creo que la cirugía sigue siendo su mejor opción.

—Usted mismo me lo dijo, tengo cáncer terminal y aunque me operen, sé que no me voy a recuperar del todo, solo prolongaría mi vida por unos cuantos meses, pero igual moriré. Así que, ¿qué más da que me realicen la operación? —dije con una sonrisa en el rostro.

No quería pasar lo que me quedaba de vida dentro del hospital.

El médico suspiró y dijo:

—Señorita Esquivel, déjeme realizarle una revisión.

Tras el examen, el médico solicitó que me llevaran a una sala VIP. Me dejé caer sobre la cama sintiéndome un poco mareada y me quedé dormida dentro de poco. Cuando desperté, vi una figura que me resultaba familiar delante de la ventana. El lugar estaba iluminado y el hombre me daba la espalda mientras miraba las luces neón del exterior; me senté y parpadeé un par de veces y luego pregunté:

—¿María también está en este hospital?

Cuando se dio la vuelta, me miró directo a los ojos y dijo:

—Está en la habitación de a lado, salí por un momento y miré tu nombre en la puerta.

—Te recuerdo que este hospital pertenece a mi familia, y que esta habitación es solo para mí.

Mi intención era que supiera que no estaba ahí a propósito, simplemente había sido una mera coincidencia. De repente, Nicolás me miró y preguntó en tono preocupado:

—¿De qué te enfermaste?

Yo había hablado anteriormente con el médico y acordamos que no le diría nada a nadie sobre mi verdadero estado de salud, o al menos no lo haría sin mi autorización, así que Nicolás solo me estaba preguntando por el resfriado y la fiebre que había presentado.

—Me enfermé y cuando llegué a casa no me sentía bien, así que vine al hospital de inmediato.

Nicolás frunció el ceño.

—Pero estabas bien cuando me fui esta mañana.

A lo que respondí con cuidado:

—Mi cuerpo es débil.

Luego continuó haciéndome preguntas y yo respondí como si nada hubiera ocurrido ese día. En eso, Nicolás dijo de repente:

—¿No estás enojada conmigo?

Sacudí la cabeza en negación.

—No puedo decir que estoy molesta, después de todo, soy demasiado floja como para que algo así me siga molestando —respondí con honestidad.

Si no hay resentimiento, no hay necesidad de pedir perdón. Ese día, Nicolás y yo decidimos tomar caminos separados, pero no sin antes agradecerle por las atenciones que había tenido conmigo en los últimos días, porque, aunque todo era falso, me hizo conocer la sensación de sentirme cuidada por alguien a quien yo quería. Al escuchar mis palabras, Nicolás parecía reacio a aceptarlo, solo me miraba fijamente hasta que dijo:

—Como quieras.

«¡¿Como quieras?!».

No podía creer que esa hubiera sido su respuesta, estaba boquiabierta sin saber a qué se refería, pero al final solo cerré los ojos y quise seguir descansando, cuando de pronto, recibí una llamada de Maya:

—¡Gina, necesito tu ayuda! —Parecía asustada.

A lo que pregunté sorprendida:

—¿Qué pasa?

—Estoy en la comisaría, Nicolás me encerró.

Cuando llegué a la comisaría me enteré de que Maya había provocado el accidente de María; entonces le pregunté a mi amiga qué había sucedido y me dijo asustada:

—¡María se lo merecía! ¡Ella fue la persona que ocasionó el accidente de Alán!

—¿A qué te refieres? —pregunté confundida.

—La persona que atropelló a Alán y que le rompió las piernas fue María; no sé qué habrá pasado entre ellos y tampoco le di tanta importancia hasta que me la topé ahora y me preguntó por ti. Al final, descubrí que es la ex de Nicolás.

La tranquilicé y dije:

—No tengas miedo, pero ¿qué pasó después? —Abracé a mi amiga mientras lloraba.

—Al principio no tenía intenciones de chocar contra ella, ¡pero me dijo que tú le habías quitado a Nicolás y que te lo habías llevado a alguna parte! Como no lo encontraba, acudió a mí, supuso que yo sabría en dónde estabas porque somos mejores amigas, ¡pero yo no tenía ni la más mínima idea de lo que decía! Entonces empezó a burlarse de Alán y de mí diciendo que es un invalido sin piernas, incluso me dijo que él no podía hacer nada y que tampoco era un hombre de verdad y no pude contener más mi ira y la golpeé con el auto. ¡Estaba tan enojada! ¡Si no fuera por ella, Alán y yo estaríamos juntos! Además, su abogado me dijo que ahora soy sospechosa de posible asesinato y que estaría varios años en prisión. ¡Gina, necesito que me ayudes! ¡Tengo que estar con Alán! ¡No quiero ir a la cárcel!

Maya parecía estar a punto del colapso, por eso la abracé y le dije que todo estaría bien. Al mismo tiempo, me di cuenta de que tenía que verme con Nicolás para resolver la situación de la mejor manera, después de todo, él era el principal apoyo de María. Así, forcé mi cuerpo para regresar al hospital. Cuando llegué, el hombre estaba a punto de alimentar a María, los movimientos de Nicolás eran lentos y delicados, justo como había sido conmigo hace unos días. Cerré los ojos con tristeza y estaba a punto de llamar a la puerta cuando María me vio y preguntó para que yo los escuchara:

—Nicolas, ¿me quieres?

A lo que él respondió con ligereza:

—¿Por qué me preguntas eso de repente?

—¿Me quieres o no? —volvió a cuestionarlo ella obstinadamente.

—María, ya sabes qué es lo que siento por ti —dijo él.

Claro, lo que sentía por ella era amor. Después de oír su intercambio decidí no interrumpirlos y esperé a que Nicolás saliera. Tardó alrededor de 20 minutos y se sobresaltó al verme, así que preguntó con indiferencia:

—¿Qué haces aquí?

Fruncí los labios y dije:

—¿Puedes olvidar lo que sucedió con Maya?

—¿Tu y ella…?

—Es mi mejor amiga.

Nicolás pensó durante un momento en mis palabras y luego me dijo claramente:

—Tengo que responder en nombre de María y disculpa si mis palabras te hieren, pero tengo que seguir con esto porque si no, ella jamás lo va a olvidar y solo se crearán más problemas. Pensará que el hombre que tenía que protegerla, falló nuevamente.

Nicolás tenía razón, si me ayudaba discutiría con María y él ya no quería decepcionar a su amada, además, no tenía ninguna razón para hacerme el favor ya que no era su prometida. Sus palabras habían sido cortas, pero crueles, porque decía la verdad. El hombre pasó a un lado de mí con intenciones de irse, pero de repente le dije con indiferencia:

—¿Jamás me has dado explicaciones porque nunca te he ocasionado problemas?

El hombre parecía inseguro mientras me miraba con calma.

—¿A qué quieres llegar con esto, Regina?

Su tono era frío, pues temía que María se diera cuenta de que a veces me hablaba con ternura. Entonces, le dije llorando:

—Nicolás, ni siquiera cuando me obligaste a abortar a mi hijo lloré o me quejé, nunca discutí contigo al respecto, ni siquiera cuando el médico me dijo que ya no tendría probabilidades de ser madre. Tú me quitaste ese sueño, así que, ¿no puedes hacerme el favor de olvidar lo que pasó con Maya? Como compensación.

—Regina, ¿de qué estás hablando?