Te regalo toda una vida de amor Capítulo 150

¡Las palabras que dijo fueron de lo más insultante! Me quedé mirando a esa mujer que me manchó a propósito. Su rostro lucía frío y distante.

—¿En verdad Santiago es esa clase de persona? —pregunté. —Deberías saber el tipo de hombre que es él mucho mejor que yo. Si no me reconociera, ¿¡crees que me dejaría quedarme a su lado!?

Pareció que mis palabras lograron atravesarle directo al corazón. Su rostro palideció de inmediato, pero mantuvo la compostura. Después de un rato, quiso decir algo, aunque en ese momento alguien abrió la puerta desde afuera. Los cuatro volteamos y vimos a una joven entrar. Recorrió el lugar con su mirada hasta que notó que yo estaba ahí y empezó a correr hacia mí mientras gritaba mi nombre de forma animada.

Ahora que miraba a Emilia con detenimiento, noté que llevaba una falda corta junto con un chaleco que dejaba expuesto su ombligo. Su cabello seguía en una cola de caballo, al igual que el mío, pero tenía una diadema rosa que complementaba su atuendo. Lucía juvenil y genial. Luego noté los rostros confundidos de los demás, así que les expliqué:

—Les presento a mi hermana.

La mujer a mi lado bufó con molestia en cuanto terminé de hablar. Tal vez Dante notó que el ambiente del lugar se puso algo tenso, así que sonrió y dijo:

—Bueno, continuemos antes de que Santiago regrese y comencemos a perder horriblemente.

—Santiago no es muy bueno en esto —comenté mientras ponía mi apuesta cuando continuamos la ronda.

A mi izquierda se encontraba David, quien al escuchar lo que dije, sonrió y explicó:

—Entre todos nosotros, Santi es el que hace más dinero y el mejor en el póker, ¡pero se deja perder para que no perdamos dinero cuando jugamos! Ni siquiera lo sabíamos; suponíamos que era terrible, hasta que una vez Tanya lo ofendió con algo que dijo y, desde entonces, ¡se las arregla para hacernos perder un mes entero de todas nuestras ganancias!

Mientras habló, me di cuenta de que él lo llamó «Santi», a diferencia de los demás que lo llamaban por su nombre. Después de una pausa, pareció que recordó algo más, pues suspiró y dijo:

—Cada vez que Santiago se ponía serio en el juego con nosotros, se debía a que Tanya decía algo que lo ofendía. ¡Esa chica lleva años peleándose con él! La última vez, cuando regresó de Finlandia, acusó a Santi de haberle dado una paliza. Sabemos que Santi puede ser un hombre frío y sus métodos usuales algo duros, pero jamás golpearía a una mujer, así que no le creímos.

No obstante, yo sabía que Santiago de verdad la castigó con dureza porque estaba ahí cuando sucedió y fue todo debido a mí, así que era entendible que ella me odiara. Al escuchar que David terminó de hablar, le sonreí y comenté:

—La señorita Hayes parece un tanto problemática.

En cuanto Dante escuchó mis palabras, bufó con molestia y replicó:

—Esa chica es una arrogante y una ególatra. Siempre piensa que está por encima de los demás nada más porque es una Hayes. Algún día aprenderá su lección.

Como él era su hermano, no me esperé que hablara mal de su hermana enfrente de una extraña como yo. Entonces, recordé que Santiago lo llamó un hijo ilegítimo, así que concluí que debía existir algún problema entre Dante y Tanya.

Llegó el turno de David y se abstuvo. Yo hice lo mismo y al final quien ganó esa ronda fue Dante. Seguí perdiendo por unas cuantas rondas más y fue entonces que me di cuenta de que era peor que Santiago. Además, no era que él fuese malo en el póker, sino que los otros tres presentes eran excelentes jugadores, sobre todo escondiendo sus cartas. Luego de un rato, comprendí que ya iba siendo hora de que me retirara, pero Santiago todavía no volvía.

Durante todo ese rato, Emilia estuvo sentada a mi lado, jugando en su teléfono. Cuando llegó, la mujer que derramó vino sobre mí se quedó callada de repente y no volvió a hablar. No obstante, no podía perdonarla y dejarla ir tan fácil por lo que hizo antes. Pensé por un momento y agarré una taza de té que estaba cerca de mí. Pretendí levantarme y, por accidente, terminé derramando el líquido sobre su brazo. Ella comenzó a gritar de inmediato y se paró de un brinco.

—¿¡Qué rayos haces!?

—Lo siento, no era mi intención… —contesté con una sonrisa. De hecho, era la misma que ella mostró antes y la que me hizo creer que no había actuado con malicia.

Cuando me vio, sus ojos se oscurecieron y estuvo a punto de perder la compostura, pero le lanzó una mirada repentina y cuidadosa a Emilia, quien seguía distraída con su teléfono en silencio. Mientras tanto, Dante murmuró:

—¡Romina Delgado, deja de armar un escándalo! Solo límpiate con un pañuelo y continuemos el juego.

Fue entonces cuando descubrí que el apellido de esa mujer era Delgado también. Entonces miré a Emilia, quien seguía perdida en su mundo, y le pregunté en voz baja.

—¿Sabes jugar póker?

—Sí —contestó, alzando su mirada hacia mí.

Sabía que tenía un CI alto, así que supuse que sería capaz de jugar cualquier cosa con bastante facilidad.

—Ten. Cúbreme por un rato. —Le pedí.

—Está bien —contestó y guardó su teléfono.

Justo cuando Emilia iba a tomar mis cartas, Romina se paró de repente y anunció:

—Ya es tarde. Vámonos.

—Nooooo. —David la detuvo. —No llevo ni media hora jugando.

En verdad que era adicto al póker, así que insistió en que se quedaran. Sin ninguna otra alternativa, Romina tomó asiento de nuevo. Entonces, miró a Emilia y, en un tono sorpresivamente gentil, le dijo:

—Emilia, no me jodas.

La llamó por su nombre; parecía que se conocían. Emilia, por su parte, sonrió y, sin darle importancia, comentó:

—No soy muy buena en el póker.

Le di mis cartas a Emilia y tomé mi teléfono antes de salir a buscar a Santiago. Cuando abrí la puerta, lo vi recargado en el balcón del tercer piso, mirando lo animado y vivo que estaba el ambiente en la parte de abajo. Al pasar por uno de los cuartos privados, alcancé a escuchar gemidos provenir desde ellos. No era difícil adivinar lo que hacían adentro.

Continué caminando hasta esconderme detrás de unas macetas con flores. No quería interrumpir a Santiago en ese momento; podía ver una tristeza que se reflejaba en sus ojos. Esta noche se comportaba un poco diferente a su actitud usual y distante de siempre. Mientras lo miraba, se terminó su cigarro y encendió otro. Después de un rato, Tanya, quien salió de forma repentina de un elevador, caminó hacia él y, con un tono dulce, preguntó:

—Santiago, ¿por qué me pediste que volviera?

—Tanya, ¿te olvidaste de la última advertencia que te di?