Te regalo toda una vida de amor Capítulo 148

Santiago no era un hombre de vicios, por lo que resultaba extraño verlo en este lugar. Además, se encontraba en el tercer piso, donde aquellas mujeres estaban disponibles. Me mordí el labio y me le quedé mirando. Sus ojos brillaron mientras hacía un gesto para que subiera a reunirme con él. Al notar esto, me sentí mucho mejor. Me giré hacia Olivia y le dije:

—Iré con Santiago. ¿Quieres acompañarme?

—No. Creo que debería volver a la casa mejor —contestó Olivia, luciendo muy pálida.

Ella dejó el club, cabizbaja, después de eso. Sabía que estaba triste, pero como yo era solo una espectadora más, no había mucho que le pudiera decir. En su búsqueda por el amor, la cual había durado varias décadas, Olivia siempre fue quien persiguió a Cristóbal, por lo que, de alguna forma, ella falló en el momento en que él comenzó a alejarla. A pesar de que era su hermana, no tenía ninguna ventaja ante otras mujeres cuando se trataba de ser su interés romántico.

Cuando ya no la vi entre la gente, me giré y regresé mi atención a Santiago, quien seguía en donde mismo y con sus ojos enfocados sobre mí, aunque ahora lo acompañaba un hombre de apariencia noble. Sí que lucía como un caballero; tenía un par de ojos almendrados y el collar de su camisa blanca estaba tan abierto que podía ver con claridad su distintiva y delicada clavícula. Además, cada uno de sus movimientos llevaban consigo un cierto encanto y elegancia.

El hombre pareció que notó mi mirada sobre él, ya que inclinó su cabeza y me vio con una pequeña sonrisa, luciendo muy seductor. Me quedé estupefacta por un momento, aunque luego me di cuenta de que trataba de seducirme, a lo que fruncí mis labios, nada encantada con la situación. Vi cuando Santiago se volteó con una actitud indiferente hacia ese hombre de ojos almendrados y le dijo algo, lo que hizo que la sonrisa del otro se borrara de inmediato.

Luego de eso, tomé el elevador para subir al tercer piso. Al salir, vi que Santiago y el otro hombre se encontraban en el pasillo. Quise ir directo a abrazar a Santiago, pero temí que todavía no se sintiera cómodo y me rechazara. Después de todo, jamás habíamos sido tan abiertos en público, ni había mucha gente que supiera sobre nuestra relación. Mejor decidí llamarlo con un tono suave.

—Santi.

—¿Viniste a divertirte? —preguntó Santiago mientras sacaba un cigarro y lo prendía.

—Emilia estaba aquí. Me preocupé por ella, así que vine a buscarla —expliqué.

Santiago exhaló una nube del cigarro. El humo circulaba su rostro, lo que cubría un poco sus rasgos definidos, pareciendo más un mosaico. Había una cierta soledad en sus ojos, como si estuviera escondiendo algo triste. Antes de que pudiera hablar de nuevo, el hombre a su lado se le adelantó.

—Santiago, ¿quién es esta señorita? —preguntó con una sonrisa.

—Regina Esquivel, la presidenta del Corporativo Esquivel.

Santiago me presentó mientras observaba al otro hombre, pero me sentí decepcionada cuando vi la forma en que lo hizo, aunque no tardé en esconder esa decepción. Entonces lo escuché presentar al otro hombre.

—Él es Dante Hayes, hijo ilegítimo de la familia Hayes.

—¿Te mataría no referirte a mí como el hijo ilegítimo? —exclamó Dante con una mueca de disgusto.

Me di cuenta de que una persona que se atreviera a hacer este tipo de bromas o hablarle en este tono a Santiago no sería ordinaria. Un momento… Si Santiago dijo que él era de la familia Hayes… De inmediato, el nombre de Tanya Hayes se me cruzó por la cabeza. ¿¡Acaso eran hermanos!? En ese momento, Dante extendió su brazo, largo y delgado, hacia mí. Con una sonrisa, dijo:

—Dante Hayes, encantado de conocerte.

Era educado y tomaba la iniciativa. Estreché su mano y le contesté:

—Hola, me llamó Regina Esquivel.

No obstante, una vez escuchó mi nada interesante presentación, comenzó a criticarme.

—Ah… Qué jovencita tan aburrida.

Eso me dejó sin palabras. Entonces, giré mi atención hacia Santiago y lo miré observando hacia el vacío sin expresión alguna. Seguí su mirada, pero confirmé que no había nada ahí y parecía que estaba pensando en algo. ¿Estaba preocupado? Cuando Dante vio que no hablé en un rato, le dio unas palmadas en el hombro a Santiago y le recordó:

—Nos están esperando. Apaga tu cigarro y regresemos. Todavía nos quedan unas rondas de póker antes de terminar la noche.

—Ve con ella en mi lugar —replicó Santiago a secas.

Me sentí devastada y enojada ante esto. No me gustó que no admitiera nuestra relación, pero ahora me mandaba con una persona a quien no conocía y, a juzgar por lo que dijo Dante, deduje que habría más gente adentro, todos parte del círculo social de Santiago. No estaba familiarizada con este sitio o las personas en él y Santiago, en lugar de guiarme, decidió aventarme hacia un ambiente que desconocía. Para acabar, se refería a mí como Regina Esquivel.

Decidí ignorarlo y no dirigirle la palabra. Seguí a Dante y entramos al cuarto, el cual era espacioso, tenía una mesa de póker y de cartas, una mesita y un bar. En este último había filas llenas de distintas bebidas alcohólicas y cada botella lucía muy costosa.

Dentro del cuarto se encontraban de siete a ocho personas; todos estaban bien vestidos, sobre todo las mujeres, quienes lucían elegantes y sus maquillajes aplicados a la perfección, ni siquiera podía distinguir los poros en sus rostros. Entre ellas había alguien a quien ya conocía: Tanya Hayes, la mujer que trató de enterrarme en la nieve.

No me esperé que Santiago siguiera en contacto con ella y no me gustaba eso en lo absoluto; me preocupaba y me dejaba incierta por dentro. Tanya llevaba ropa reveladora. Su vestido le llegaba al muslo y estaba pegado a su figura, lo que la hacía lucir delgada y atractiva. En cuanto ella me vio, su expresión cambió y preguntó:

—Dante, ¿qué hace ella aquí?

—¿La conoces? —replicó Dante, quien lucía emocionado, como si un espectáculo se fuera a desenvolver delante de él.

Tanya no me quería ahí y, por mi parte, yo era alguien quien solía guardar rencores. Curvé mis labios en una sonrisa y, con un tono sarcástico, comenté:

—Lo siento, creo que no te conozco. Todas las mujeres a las que conozco son tanto hermosas como amables.

Dante debió inferir de mis palabras que había una mala riña entre Tanya y yo, así que lanzó una advertencia, aunque su tono fue indiferente.

—Ella es una invitada de Santiago. Por favor, recuerda comportarte y no hagas nada que avergüence a la familia Hayes.

Tanya no era una mujer temperamental, aunque mi comentario sarcástico y la advertencia de Dante no le importaron en lo absoluto. Me miró con odio en sus ojos y exclamó:

—Basura.

No estaba segura si el insulto estaba dirigido a Dante o a mí, pero me contuve y encontré un lugar en donde sentarme. Por desgracia, en cuanto me acomodé en el asiento, algunas copas con vino rojo se derramaron en la esquina de mi vestido. Me quedé sorprendida por un momento, pero después escuché las disculpas de la mujer a mi lado.

—Lo siento tanto. Por accidente moví las copas.

Había un puñado de copas de vino en la mesa; aun así, ella derramó una por accidente. Mi vestido se manchó y fruncí ante esto, pero como se disculpó, dejé ir la situación, aunque seguía molesta. Le sonreí y le dije:

—No hay problema.

Me senté y saqué mi teléfono de mi bolsa, junto con algunos pañuelos para limpiar mi vestido. En ese momento, recibí un mensaje de Emilia.

«Regina, ¿dónde estás?», preguntó.

«¿Qué pasa?». Me apuré a tomar el teléfono para responderle.

«¿En dónde estás? Iré a buscarte».

Cristóbal se llevó a Emilia no hace mucho, así que pudiera ser que aún estaban afuera. Tal vez pensó en mí porque no quería quedarse con Cristóbal. Le contesté:

«Cristóbal dijo que tenías fiebre y que deberías ir al hospital».

«No quiero quedarme con él», respondió Emilia de inmediato. «¿Qué opinarían los demás si nos ven juntos? ¡Creerán que tengo a un viejo como novio!».

Me quedé sin palabras ante su lógica, aunque era notable por su actitud que ella no estaba dispuesta a quedarse con Cristóbal.

«Estoy en el primer cuarto en cuanto sales del elevador al tercer piso», contesté.