Te regalo toda una vida de amor Capítulo 112

Te regalo toda una vida de amor Capítulo 112

Desde la distancia, con una expresión sombría y con un semblante tan frío como una montaña de hielo, se acercó Santiago y, detrás de él, lo seguía una persona que sujetaba un paraguas.

Se dirigió a mi lado y miró con frialdad a las personas que me sujetaban, así que me soltaron en un segundo con cara de susto. Santiago levantó la mano y me acarició la mejilla con dos dedos; aunque fue un movimiento ligero, pude percibir su ira. Cerró los ojos despacio y ordenó con tono seco:

—Golpéate a ti misma como la golpeaste a ella. —No había ninguna duda en su voz.

—¿Qué quieres decir, Santi? —le preguntó la mujer, cuyo rostro tenía una expresión de incredulidad.

Yo tiré de la manga de Santiago, indicándole que no tenía por qué pelearse con su familia por mí. Él me ignoró y, de repente, fulminó con la mirada a la mujer, asustándola al dar un paso hacia atrás. Ella temblaba, parecía estar aterrada al mirar a Santiago y advertirle:

—No creas que eres el patriarca de los Genova solo porque heredaste la residencia. Te lo aseguro, Santi, ¡nunca estarás al mando de la familia mientras tu padre siga vivo!

—Tienes tres segundos —dijo, con un rostro inmutable y lleno de indiferencia.

No dijo cuáles serían las consecuencias, pero la mujer que tenía delante se arrodilló en el suelo y exclamó:

—¡Lo siento!

—Te queda un segundo.

¡Zas! De repente, la mujer se dio una feroz cachetada en la cara, haciéndola parecer desdichada. Aunque sabía que me estaba defendiendo, en el fondo me incomodaba este espectáculo. Ella parecía tenerle un miedo particular; aunque era familiar mayor de Santiago, podía hacer a un lado su dignidad y arrodillarse ante él.

Me di la vuelta y, sin querer, vi a lo lejos en un rincón a una mujer de pie, la cual llevaba puesto un vestido negro y nos miraba con indiferencia, como si lo que estaba ocurriendo no tuviera que ver con ella. Sin embargo, se parecía un poco a esta mujer, así que era lógico que fueran parientes cercanas; aun así, solo era una espectadora.

De repente, sentí que todos en esta enorme familia no tenían corazón y que lo único que les asustaba tal vez fuera el poder… o el hombre a mi lado. Al final, Santiago dijo con desinterés:

—Ve a la sala ancestral para que te den tu castigo.

Aunque, en un principio, planeaba quedarme dos días en la residencia Genova, Santiago me sacó del chalé debido a este incidente. Solo cuando me acerqué a los portones vi que el muro exterior de la casa era largo… No había fin a la vista. En efecto, era como las residencias de los funcionarios que salían en la televisión.

Él permaneció callado todo el camino de regreso. Cuando estábamos por llegar a Eldamia, le expliqué:

—No merodeé por allí, sino que me quedé en la puerta. ¿Cómo iba a saber que me estaban esperando en la entrada del patio?

—Mmm… —respondió. El semblante de Santiago era frío, como una montaña nevada.

—¿Quién era ella? —pregunté con curiosidad.

—Es la novena concubina de mi padre.

—¿La gente aún tiene concubinas?

—Era normal en su época.

«En su época»… De repente, recordé que había un jugador en Ciudad Landamia que tenía cuatro concubinas, de las cuales cada una le daba hijos. Parecía ser que Santiago no era el único hijo de la familia Genova.

Era casi mediodía cuando regresamos a Eldamia. Cuando me llevó de vuelta a mi casa, me miró antes de marcharse.

—Lo siento —dijo con una expresión tranquila, aunque su tono era de disgusto.

—¿Por qué? —le pregunté tras sorprenderme.

—Siento haberte hecho sufrir.

¿Podría ser que Santiago estuvo lamentando esto todo el camino?

—Está bien —le sonreí y lo consolé—, no pasa nada. No me duele.

Vi el coche de Santiago desaparecer de mi vista y entré al departamento. Cuando me senté en el sofá, no dejaba de pensar en lo ocurrido. Él le insistió a esa mujer a que se golpeara, pero solo le estaba dando a probar su propia medicina, ¡porque quería conseguirme la justicia que yo me merecía! No soportaba dejarme sufrir ni un poco, sobre todo si quien me lo causaba era su familia.

Me toqué la cara, la cual no me dolía para nada, siendo sincera. Entonces, cuando aparté mi mano, noté que tenía sangre seca en las yemas de los dedos y me pregunté: «¿De dónde salió? Parece que toqué por accidente a Santiago en el coche… ¿Tiene alguna herida en el cuerpo?».

De prisa, saqué mi teléfono y lo llamé. En cuanto contestó, le hice la pregunta:

—¿Estás herido? —No obtuve más respuesta que su silencio. Hice a un lado mi preocupación y le pregunté en voz baja—: ¿Cuándo aprendiste a mentir, Santi?

—Reina… —habló con un tono frío.

—Aquí estoy.

—No necesito que te preocupes por mí.

Una vez que levanté mi mano y me limpié las lágrimas, le dije con calma:

—Entonces, no necesito que te preocupes por mí tampoco, Santi. A partir de ahora, tú seguirás tu camino; yo…

—No digas tonterías —me interrumpió.

—Santi, me defendiste hace un momento… —dije, reprimiendo el malestar en mi corazón de nuevo—. ¡Crees que me hicieron daño! El amor es mutuo, así que ¿por qué no puedo preocuparme por ti cuando me tratas bien? —Con voz baja, continué—: La dedicación incondicional de una sola persona no existe, Santi. Los seres humanos tienen sentimientos. Tomo en cuenta tu amabilidad, así que es natural que me preocupe cuando te lastimen.

Por un buen rato, Santiago permaneció en silencio, pero dijo:

—Bien, entiendo lo que quieres decir. No te ocultaré nada la próxima vez. Colgaré antes.

Al instante, sentí que nada podía traspasar los muros en los que se encerró a sí mismo; desde el principio, se negó a recibir atención de los demás. Tras bajar el teléfono y suspirar, llamé a Joel para pedirle el itinerario de Santiago: en una hora, salía de Eldamia en avión y su destino quedaba muy lejos, en Finlandia.

—¿Está muy herido? —le pregunté a Joel.

«¡La sangre le escurría del traje, así que debe ser grave!».

Tras dudar un momento, contestó:

—Lo siento, señorita Esquivel. No tengo permitido contarle a nadie los asuntos del señor Genova.

No sabía cómo responder. Joel nunca tomó la iniciativa de hablar de Santiago conmigo, excepto cuando chismeaba conmigo en la sala. En aquel entonces, fui capaz de sacarle algo de información, pero ¿por qué estaba siendo tan reservado ahora?

—Cómprame un billete a Finlandia.

—¿En el mismo vuelo que el señor Genova?

—Sí, clase turista.

—Entendido, señorita Esquivel.

Al menos estaba dispuesto a ayudarme con esto. Después de colgar el teléfono, le envié la dirección de Fernanda a mi asistente y le dije:

—Ayúdame a cuidarla en secreto. No cometas ningún error. —Mi mayor preocupación era su seguridad.

Como la temperatura en Finlandia en octubre era muy baja y normalmente nevaba, saqué de mi equipaje unas cuantas chaquetas gruesas. También, me traje unos cuantos conjuntos de ropa interior y algunos productos para el cuidado de la piel.

Después de bajar las escaleras, tomé un taxi al aeropuerto, recogí mi boleto y no tardé en subirme al avión. Miré con tranquilidad al exterior desde la ventana de mi asiento. Nunca había estado en Finlandia y tampoco había visto la aurora; me preguntaba si esta vez tendría esa oportunidad.

Eran las 6:00 p. m., hora finlandesa, cuando llegué a Vantaa, Helsinki, y me retrasé en el aeropuerto casi una hora. Al seguir el mensaje que me envió Joel, esperé en el lado este del estacionamiento. Después de un rato, vi a Santiago salir solo del aeropuerto, quien me vio sorprendido, se me acercó y me quitó el equipaje de la mano en silencio.

Él caminó delante, arrastrando el equipaje, mientras yo lo seguía sin decir nada; luego, nos subimos a un coche de lujo y el conductor nos llevó a un chalé en las afueras. Ya no estaba nevando en Finlandia, pero la nieve de hace unos días aún no se derretía.

En silencio, Santiago entró al chalé y yo lo seguí hasta las escaleras, donde introdujo la contraseña para abrir la puerta y entró primero. La casa era cálida, así que me quité los zapatos y lo acompañé adentro. Cuando subió las escaleras y entró a su habitación, tiré de su manga y sonreí con adulación:

—Santi, no te enfades conmigo.

—No estoy enfadado —respondió indiferente.

Nerviosa, lo tomé de la mano y le pregunté:

—Entonces, ¿por qué me ignoras? Estoy preocupada por tu herida.

Él suspiró y contestó:

—Reina, no te me acerques demasiado. No estoy acostumbrado a estar cerca de la gente. Es un hábito que he cultivado por muchos años.

«Un hábito que ha cultivado por muchos años. ¿Cuántos años lleva Santiago solo?». Lo solté y, sin decir una palabra, entró a la habitación. Lo seguí, pero me quedé deslumbrada al ver esta, pues no tenía que ver con el estilo de Santiago: estaba llena de objetos de alta gama.

Como yo estaba de pie detrás de él, observé su espalda mientras dejaba su equipaje y se quitaba el traje. Fue entonces cuando vi que la camisa blanca que llevaba por debajo estaba teñida de rojo. Al notarlo, me sentí angustiada, así que me acerqué para tocarle la espalda y le pregunté:

—¿No te duele?

—Estoy bien —dijo al ponerse rígido.

—A este punto, ya estás herido —dije con tristeza y temblando.

—Cariño…

«¿A quién llama “cariño”?». Sentí como si me hubiera caído un rayo de la nada, pero Santiago preguntó con su tono desapasionado de siempre:

—Reina, ¿puedo llamarte «cariño» cuando estemos solos?

«¡¿Te parece bien?!». Esa palabra era muy íntima.

Al ver que no dije nada, Santiago explicó con voz suave:

—Lucas dijo que te gusta que te llamen así.

Me quedé sin palabras: «¡Ese idiota de Lucas! ¡Siempre juega conmigo y con Santiago!». Era la primera vez que Santiago pedía mi opinión, pero nadie lo había hecho nunca…

Para ser sincera, no estaba acostumbrada, así que ignoré su pregunta, me le acerqué y extendí la mano para desabrocharle los botones. Levantó un poco el cuello y me examinó por la manera en que me comportaba. Cuando alcé la vista, no pude evitar ver ni rastro de amor en sus ojos… Por esto estaba dispuesta a estar a su lado. No había presión ni carga mental.

Le quité la camisa, la hice a un lado y encendí la luz de la habitación cuando vi su cuerpo lleno de cicatrices cubiertas de sangre. Contuve las lágrimas y le pregunté:

—¿Cómo terminaste lastimado?

En ese momento, Santiago solo llevaba puesto un pantalón de traje y el cinturón que rodeaba su musculosa cintura. Sin embargo, tal vez sus hombros parecían anchos porque su cintura era delgada. Con estas características y sus abdominales marcados tenía un aspecto muy tentador. No pude evitar extender la mano y tocar su pecho liso y ensangrentado.

Me miró con desprecio mientras lo acariciaba con mis finos y delgados dedos, pero no me detuvo. No pude resistirme a su encanto y lo toqué la cara. Levantó la mirada y me miró con unos ojos rebosantes con una emoción indescriptible.

La luz de la luna brillaba por afuera de la ventana y la temperatura de la habitación era cálida. Cuando me volteé para besar a Santiago, dio un paso atrás, se sentó en la cama y me ordenó muy apenas:

—Ayúdame a curar mis heridas.

¿Acaba de rechazarme? Lo observé, avergonzada y también enfadada. ¿Por qué… perdí el control? Aun así, ante este hombre perfecto, ¿cuántas mujeres en este mundo podrían resistirse a él? Sin mencionar que siempre me había tratado bien. Ante este pensamiento, sacudí la cabeza, sin entender lo que sentía, ¡y mucho menos por qué hice eso!

¿Me había dejado seducir por su belleza? ¿O me había enamorado de Santiago sin saberlo? No, no, no. ¡¿Cómo podría enamorarme de él?! No lo amo; ¡eso es imposible!

De inmediato, rebusqué en el botiquín de la habitación y me acerqué para vendar las heridas de Santiago. Tras hacerlo, me apresuré a bajar las escaleras. Allí, me senté en el sofá, pensando en lo que había pasado antes y sintiéndome muy irritada.

Si tan solo pudiera empezar de nuevo…, tampoco podría garantizar que no me sedujera. Por fortuna, él dio un paso atrás y me rechazó con calma y frialdad; no era la primera vez que lo hacía. Antes, cuando estaba drogada y le suplicaba, no se me entregaba, ¡por lo tanto, sería aún más imposible que lo hiciera ahora que yo me encontraba sobria!

«¿Qué ese hombre no tiene ganas de nada?». Me di unas palmaditas en las mejillas sonrojadas y me advertí a mí misma que no debía pensar más en ello. Entonces, saqué el teléfono y le puse la conexión de Internet del chalé. Después de dudar un buen rato, le envié un mensaje a Maya:

«¿Ya te enamoraste de Raúl?».

A pesar de mi extraña pregunta, Maya me respondió con seriedad: «Hace unos meses, podía negar que lo amo, pero ahora… Reina, después de todo, estoy en aprietos. Me enamoré de su tío a los tres meses de la muerte de Alán».

Sujeté mi teléfono con fuerza después de ver su mensaje; no sabía cómo responderle. Al cabo de un rato, May me envió otro mensaje:

«Me trata muy bien, pero nunca acepta casarse conmigo y quizá sea por mi estatus. Tal vez lo desanime mucho que yo haya sido la novia de Alán en el pasado. Lo más probable es que no me ame, sino que solo se preocupe por mí por ser mayor. Entonces, yo soy la que cruzó la línea. Además, todavía no he… ¡logrado superar a Alán! No puedo perdonarme a mí misma por sentir algo por otra persona así de fácil. Mi corazón sufre y me torturo cada día…».

No tenía idea de qué había pasado entre Maya y Raúl, pero de seguro él la trataba bien, tanto así que ella quería empezar otra relación y que se avergonzaba de sí misma.

Santiago también era así conmigo, pero me advirtió que no me enamorara de él y mi estatus… Yo era una divorciada, enferma de cáncer, con un solo riñón y que no podía dar a luz. ¿Qué me daba el derecho a hablar de enamoramiento?

Me negué a seguir pensando en este tema y en mis sentimientos por Santiago. Quizá solo no pude resistir la tentación y no tenía nada que ver con el amor. Con el teléfono en mano, escribí una respuesta intencionada:

«Si puedes decir con certeza que amas a Raúl, ¡sé valiente! Mira, Cerecita, sin duda que Alán quiere que seas feliz y no quiere que te reprimas por su culpa el resto de tu vida. Entonces, tienes que ser valiente…».

Aquí estaba yo dándole consejos a Maya, pero no podía seguirlos yo misma. Era tanta mi hipocresía que respiré hondo y bajé el teléfono. Cuando me di la vuelta, vi a Santiago al final de las escaleras del segundo piso. Le pregunté preocupada:

—¿Te duele?

Santiago me dirigió una mirada clara y superficial; como él estaba en una posición alta, me hizo sentir un poco oprimida. Me quedé helada y me respondió:

—Reina, ¿intentaste besarme?

 

Si encuentra algún error (enlaces rotos, contenido no estándar, etc.), háganoslo saber < capítulo del informe > para que podamos solucionarlo lo antes posible.
Te regalo toda una vida de amor (Nicolás Ferreiro)

Te regalo toda una vida de amor (Nicolás Ferreiro)

Score 9.2
Status: Ongoing Type: Author: Artist: Released: June, 6, 2023 Native Language: Spanish
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  • Te regalo toda una vida de amor (Nicolás Ferreiro)
En secreto, estuve enamorada de Nicolás Ferreiro durante nueve años e incluso cuando era adolescente, solía seguirlo a todos los lados. Cuando crecí, acepté convertirme en su esposa, sin embargo, en nuestra relación nunca hubo amor o piedad, ni siquiera cuando le pedí el divorcio y puse la influencia de mi familia en juego, cambió su trato hacia mí. Para mi mala suerte, él tampoco recordaba a aquella niña temerosa y precavida que lo seguía. Así que, tuve que divorciarme para comprender que durante todo ese tiempo, mi amor por él no era correspondido, porque la persona a la que en realidad había amado de aquí a la luna, jamás fue él; al parecer, estuve equivocada desde un principio.

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