Te regalo toda una vida de amor Capítulo 106

―No quiero olvidarlo.

No quería hacer eso, sin importar si él me causó felicidad o dolor, él era parte de mi vida, ¿cómo estaría dispuesta a olvidarlo? Mientras seguía sollozando en el mar de lisianthus, Santiago ya no intentó hablarme; en su lugar, tocó mi frente con gentileza y me persuadió con paciencia.

―Reina, vamos a dormir un poco.

Esa noche, me desmayé de tanto llorar y cuando por fin desperté, no sabía que día era; ya habían pasado tres días desde el accidente de auto de Nicolás y en ese tiempo yo estuve noqueada en la cama. Me sentía inquieta y quería llamar a Cristóbal; sin embargo, terminé topándome en su lugar con el número de Olivia y cuando escuché su voz al teléfono, me di cuenta de que sonaba ronca.

―Regina.

―Olivia, ¿dónde está Nicolás? ―pregunté, al mismo tiempo que mis ojos comenzaban a enrojecerse, pues en el fondo, no quería creer que se había ido.

―Regina, lo enterraron ayer.

¡Enterrado! En verdad, Nicolás se había ido de este mundo; las lágrimas empezaron a caer sobre mis mejillas y la tristeza abrumaba mi corazón. Colgué el teléfono y noté el vestido lleno de sangre que estaba al lado, puesto que se trataba de la prenda que había usado ayer y estaba cubierto con la sangre de él; me arrodillé en el suelo, abrazando el vestido con fuerza en mi pecho y lloré a gritos. Fue hasta dos horas después que pude calmarme y abrazando el vestido, me levanté para salir de la habitación; el enorme chalé estaba vacío, por lo que nada más éramos mi tristeza y yo. Cuando miré que Santiago no estaba en casa, me fui del chalé de los Genova y conduje de regreso a Bristonia; ya casi estaba oscuro en el momento en que llegué y estaba lloviendo a mares. Le mandé un mensaje a Olivia, el cual me respondió poco después con la dirección. Esta dirección… Rra del cementerio donde Nicolás había sido enterrado.

En aquellos tiempos, miré que Nicolás le dio a María cientos de rosas rojas que llenaron su auto deportivo con mis propios ojos, en ese tiempo, él era joven, energético, lleno de vida y nunca ocultó cómo se sentía por la chica que le gustaba. En esos días, casi me vuelvo loca de celos porque Nicolás jamás me había regalado siquiera una rosa en su vida; fui a una florería y escogí de forma deliberada un ramo de rosas coloridas, de igual forma traje conmigo un paraguas negro y me dirigí al cementerio. Para cuando llegué, ya estaba oscuro; aunque había docenas de lápidas, no estaba asustada, así que caminé a una sección privada para ver la lápida de Nicolás, la cual era muy notoria. Estiré mi mano para tocar su foto y me puse en cuclillas para poner el ramo de rosas en frente de él; este hombre tan guapo estaba recostado, sin vida, bajo la tumba en ese preciso momento. Era oscuro y desolado aquí; como ya había llorado demasiado en días recientes, no tenía más lágrimas ahora que estaba frente a Nicolás y cuando miré la lápida que estaba al lado de él, aún tenía mi nombre en ella, pues Camilo no lo había quitado, al igual que mi foto que también seguía ahí.

―¿Cómo terminamos así? ―murmuré. La lluvia fuerte silenció mi voz y no había nadie alrededor que respondiera mi pregunta.

―Nicolás, ¿puedes escucharme?

Solo mi voz se pudo escuchar al mismo tiempo que el sonido de la lluvia hacía eco en todo el cementerio; luego, tomé el anillo de bodas de Nicolás de mi bolsa, dicho era de diamante y había sido el único regalo que alguna vez me dio. En seguida, lo puse de vuelta en la caja y cavé un hoyo pequeño antes de enterrarlo frente a su tumba y finalicé poniendo una rosa encima. De mala gana, me forcé a poner una sonrisa hermosa en mi cara y dije:

―Te amo, Nicolás.

Me levanté aturdida y me di cuenta de que había un hombre parado en un trance, al pie de la montaña, tenía un paraguas negro y lucía igual con exactitud al hombre que yacía dos metros bajo su tumba. En ese momento, me estaba mirando fijo con cariño y deseé que se tratara de Nicolás; tenía la esperanza de que reviviera. No obstante, sabía con claridad que ese hombre era Cristóbal, por lo que me quedé ahí, parada, congelada, mientras él me llamaba.

―Ya no tengo a quien culpar ahora ―hablé, mordiéndome los labios; tampoco tenía a quien amar.

―Chiquilla, Nicolás tiene algo que decirte.

―¿Despertó antes de fallecer? ―cuestioné, reprimiendo mis emociones, a lo que Cristóbal asintió con la cabeza.

―Él quiere que seas feliz ―comentó con gentileza y después de una pausa, continuó―. Yo también quiero que seas feliz― añadió. En este punto, sentí que jamás volvería a ser feliz; como la lluvia siguió cayendo a mares, él continuó mirándome con cariño, luego dio un paso adelante y me habló con un tono ligero―. Chiquilla, mi avión volará de Bristonia a Firnia mañana.

Cristóbal y yo sabíamos que, con la muerte de Nicolás, la disputa entre nosotros tres por fin llegaría a su fin; jamás sería capaz de acercarme a él y él nunca se atrevería a acercarse a mí. Lo que nos separaba no solo eran los problemas del mundo, ni que yo había cambiado de opinión, sino que Nicolás se interponía entre nosotros y esta vez, en verdad estábamos diciendo adiós. Reflexioné en ello y dije:

―Olivia es una mujer asombrosa.

―Chiquilla, uno nunca puede forzar el amor ―contestó Cristóbal con una sonrisa.

…

Después de que se fue, era la única que quedaba, parada bajo la lluvia; volteé a ver el cielo y de repente, me sentí un poco cansada y de alguna manera, temía un poco de esta ciudad. Saqué mi teléfono y le llamé a Gabriel después de pensarlo por un largo rato y cuando este me trajo a María, ella parecía estar demente; sin embargo, de inmediato me reconoció y en cuanto me miró, se apresuró a ir hacia mi dirección y empezó a pelearme. Puse mi pie delante de ella, causando que se cayera y cuando se levantó, estaba a punto de cobrármela de nuevo, así que logré ver con claridad el odio en sus ojos. María me odiaba porque le robé a Nicolás; al fin y al cabo, su muerte recaía en mí. Tiré el paragua que tenía en mis manos y peleé con ella como una arpía bajo la lluvia, Gabriel quería interponerse y detenerla, pero yo lo detuve.

―No la detengas, ¡quiero ver de lo que es capaz! ―exclamé. ¡Quería ver lo que ella podía hacer después de haber matado al hombre que amaba! María y yo luchamos hasta que por fin nos acostamos en el suelo, exhaustas; miré el cielo oscuro y le pregunté sin esperanza alguna―. ¿Nicolás es feliz sin ti?

―¡Cállate! ¡Se fue por tu culpa! ―gritó. Logré darme cuenta del enojo que sentía María por la forma en que lucía; sin embargo, le di una bofetada en la cara sin dudarlo ni un segundo cuando escuché eso. En ese punto, ella estaba remojada y su ropa era un desastre; volteó a verme por completo preocupada, mientras que yo me ponía de pie, me puse en cuclillas a su lado y me burlé de ella.

―¿Quién te crees que eres? En mis ojos, ¡ni siquiera te puedes comparar con una hormiga! ¿Quién te crees que eres para intentar y lastimarme así? María Huerta, ¡sabías que eres la más condenada justo ahora! En aquel entonces, te topaste a Alán y arruinaste su vida y ahora, ¡llegas a mi vida y la arruinas de igual manera!

―Ja, ja, ja, ya que no pude conseguir al hombre, ¡¿por qué no matarlo?! ―dijo y yo le solté otra bofetada y le pregunté de una manera feroz:

―¿Buscas la muerte?