Capítulo 121
En la habitación del hospital.
La dama de la alta sociedad estaba de pie detrás de Cindia, con sudor frio en la frente.
Cindia tenía una expresión bastante fea pero se mantenía en silencio..
La puerta se abrió.
La anciana, resollando y quejándose, miró hacia la puerta de inmediato.
Leticia se deshizo del severo aspecto que tenía afuera y sonrió dulcemente: “Señora, ¿ya despertó?”
“Si“, asintió la anciana, sonriendo como una niña.
Leticia ignoró a Cindia y camino hacia la anciana con una expresión gentil y apenada. “Tuviste miedo?“, preguntó.
La anciana lucía muy afligida: “¿Dónde estuviste?”
“Abuela, tuve que hablar con la Secretaria Fermínez por un asunto“, dijo Israel, siguiéndola.
La anciana se puso aún más feliz cuando vio a Israel.
Su felicidad duró poco.
Luego empezó a quejarse: “¿Cuándo ustedes dos se casarán?”
Israel miró inconscientemente a Leticia.
Leticia seguía sonriendo: “Señora, como he dicho muchas veces, soy la secretaria del Sr. Herrera, y no nos casaremos“.. “¿Entonces con quién te casarás? ¡Mi nieto es muy bueno y se porta muy bien!“, dijo la anciana con preocupación. “Madre, ¿acaso no la conociste a Anastasia? ¡Ella es la esposa de Israel y están planeando la boda!“, dijo Cindia. La anciana frunció el ceño pero no lloró como la última vez.
Agarrando la mano de Leticia, parecía tomar una decisión importante: “¡La rubia no es tan bonita como tú! ¡La abuela te encontrará a alguien aún mejor y que se porte bien!”
Israel: “……
Leticia, sonriendo y con un tono dulce y suave, dijo: “¡Vale! Entonces esperaré a que te mejores para que me encuentres a alguien mejor y más obediente“.
Al escucharla, uno no podía evitar querer morderla.
“¡Entonces la abuela estará bien mañana!“, dijo la anciana.
Cindia observó, descontenta.
En las últimas dos generaciones de la familia Herrera, los hombres eran inútiles y las mujeres llevaban la carga.
La anciana de la familia Herrera había protegido, prácticamente sola, las bases de los Herrera en tiempos de guerra y caos.
Probablemente debido a la necesidad de mantener la situación, la anciana siempre había sido estricta.
Nunca había tratado a Cindia, su nuera, de la misma manera que tratando a Leticia.
“¿Quieres más fresas?“, preguntó Leticia mientras arreglaba el cabello plateado desordenado de la anciana.
La anciana asintió: “Si!”
“Sin embargo, ya has comido varias esta tarde, ¿te parece bien solo dos más?“, preguntó Leticia, como si estuviera hablando con un niño.
Israel sintió su corazón ablandarse al ver esto.
No es de extrañar que la abuela la quisiera tanto…
Leticia lavó dos fresas y se las llevó a la anciana.
La anciana tomó las fresas y comenzó a comer lentamente, sin decir nada, como si estuviera pensando en algo.
Leticia no la interrumpió.
Israel se sentó al pie de la cama.
“¿Dónde está Anastasia?“, preguntó Cindia, furiosa.
“No lo sé“, respondió Israel fríamente.
“¡Ella no hizo nada malo!“, dijo Cindia, enojada y con ganas de golpear a alguien.
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“¿Y tú, señora?“, preguntó Israel, mirándola fijamente.
Leticia solia llamar a Anastasia “señora“.
Pero, de hecho, según la situación actual de la familia Herrera, debería llamarla “señorita“.
Cindia era la señora.
Israel, al menos en teoría, no era todavia el jefe de familia.
“Sr…
“¿Podrian discutir afuera? No queremos asustar a los ancianos“, dijo Leticia, girándose con aire molesto.
Cindia casi se rie del enfado.
¿Cómo se atrevía esa mujer mantenida a hablarle así?
“Si, salgan y discutan, ino asusten a la Leticial“, dijo la anciana.
Cindia se mordió los labios furiosa.