Te regalo toda una vida de amor Capítulo 80

—¿Qué estás haciendo aquí? —le exigí una respuesta; pero, en cambio, Gabriel fue quien me respondió sin titubeo:

—El presidente Ferreiro y yo nos quedamos en el mismo hotel anoche y nos fuimos de nuestras habitaciones la misma hora porque compartíamos el mismo vuelo. Fue una total coincidencia que recibiera una llamada de su parte en ese preciso instante, presidenta Esquivel. —Me quedé sin palabras ante eso y no me quedó más remedio que abrir la puerta del auto para subirme; una vez dentro, Nicolás giró la cabeza hacia la zona residencial para observarla con indiferencia.

—¿Encontraste un lugar para descansar aquí? —me preguntó, pero Gabriel era un asistente tan perspicaz que se dio cuenta de que yo no tenía la más mínima intención de responderle, por lo que no esperó un segundo más para sacarse una mentira de la manga:

—Somos propietarios de dos terrenos aquí, presidente Ferreiro. —Aunque me guardé los comentarios, estaba impresionada por la dedicación que tenía por su trabajo y resultó ser bastante servicial hacia Nicolás.

Ya era muy noche para cuando llegamos a Bristonia y quería volver a mi departamento para dormir porque me sentía muy exhausta por no haber descansado bien la noche anterior, pero Nicolás se mantuvo pegado a mí. Yo no quería que averiguara dónde estaba mi nuevo despacho y le tuve que pedir a Gabriel que me llevara de regreso al chalé Esquivel; cuando volví, caí dormida casi tan pronto como mi cabeza tocó mi cama e ignoré por completo a Nicolás, quien me había seguido hasta allí. Yo me despertaba constantemente cada vez que me quedaba dormida de nuevo, pero fue ahí que sentí que alguien tocaba la herida en mi hombro, aunque eso no fue suficiente para hacerme abrir los ojos. Casi atardecía para cuando desperté de mi descanso y me fui a refrescar después de que salí de la cámara para luego ponerme un vestido; esos últimos días estuvo bastante soleado y despejado en Bristonia.

Nicolás ya no estaba allí cuando bajé de las escaleras y me sentía complacida de que se había ido; de lo contrario, me hubiera costado mucho más esfuerzo para deshacerme de él. Yo ya no me atrevía a acercarme a él después de todo lo que ocurrió y tenía miedo de que aún fuera a escoger a Camila si regresaba algún día con el pretexto de querer curarme de mi enfermedad. Yo no necesitaba de una muestra de afecto tan falsa como esa solamente porque alguien quería obtener alguna ganancia de mis logros.

Me estaba preparando unos fideos instantáneos cuando recibí una llamada de Lucas y me preguntó dónde estaba Santiago tan pronto como le contesté; ese montón de personas comenzaba a acercarse a mí cada vez que perdían contacto con Santiago, pero no entendía cómo se suponía que debía saber en dónde estaba en todo momento, por lo que le dije sin preocuparme tanto:

—No lo sé. —Aun así, él se quejó:

—No puedo encontrar a Santi.

—Oh. —Pude escuchar la risa detrás de sus palabras en ese momento.

—¿Qué clase de respuesta es esa? —me preguntó.

—¡Pues es que no sé dónde está!

—Entonces, llámalo por teléfono. —Lucas en verdad me había indicado que llamara a Santiago y le pregunté sin pensarlo cuando lo escuché:

—¿Por qué no lo llamas tú?

—¿Acaso no dije que no puedo contactarme con él?

—¿Y tú crees que yo sí? —Le volví a preguntar.

—Ah, cómo estás llena de preguntas. Inténtalo, tan siquiera. —Me colgó tan pronto como terminó de hablar, pero, por el otro lado, me tomé mi tiempo antes de llamar a Santiago porque estaba preparando mis fideos; no obstante, recibí un mensaje de parte de Lucas cuando terminé de comer.

«¿Ya pudiste contactar a Santi, Reina?».

Yo simplemente me le quedé viendo al mensaje, pero eso se volvía cada vez más y más fastidioso y yo no quería contactar a Santiago en lo más mínimo, si me era posible. Tras haber lavado los utensilios que usé, me dirigí al patio trasero y me hinqué debajo de un árbol con un sentimiento incomprensible en el pecho; las hojas de cerezo caían de las ramas del árbol de vez en cuando cada vez que soplaba la briza. Se requirió de un largo rato de consideración antes de que por fin decidiera llamar a Santiago, pero no me respondió al instante, aunque eso me hizo suspirar con alivio; para mi mala suerte, esa sensación de paz no duró mucho porque su voz clara y calmada se escuchó del otro lado de la llamada mientras tarareaba.

—Reina. —¿Acaso no investigó quién era yo? Daba al parecer que él aún creía que mi nombre era Mayra. Me evité la hospitalidad y fui directo al grano.

—Lucas te está buscando —le aclaré.

—Mm. Estoy en Bristonia. —¡¿Por qué estaba ahí de la nada?!

—Oh… ¿Y qué haces en Bristonia? —Por lo que me dio una breve respuesta nuevamente.

—Tuve un compromiso de último momento. —No me pasó de desapercibido la manera tan calmada que me habló durante todo ese tiempo. Después de que le dije otro «oh», me preguntó algo inesperado—: ¿De dónde eres, Reina?

Mi apodo sonaba como un nombre de verdad cada vez que él lo pronunciaba, aunque pudo haberse visto como algo íntimo que lo hiciera, pero, por otra parte, no podía distinguir ni una muestra de gentileza en la manera que me decía «Reina». Tal vez me sentía de esa forma por su tono apático de voz. Después de pensarlo bien, por fin le dije:

—Soy bristoniana. —Estaba particularmente preocupada de que me fuera a buscar, pero, al final, solo se despidió con su mismo tono apático.

—Bien. Voy a colgar. —Eso me dejó un poco sorprendida, ¿en verdad me preguntó nomás por preguntar? Le mandé un mensaje a Lucas después de que terminó la llamada.

«Santi me dijo que está en Bristonia».

Su respuesta fue casi instantánea.

«Eres la mejor herramienta para hacerlo salir».

No tenía idea de qué quiso decir con eso, pero como era demasiado perezosa como para averiguarlo, dejé mi celular y comencé a organizar una salida para relajarme. Después, elegí aleatoriamente un Porsche para conducir a la playa, en donde mi humor mejoró muchísimo mientras que disfrutaba de la briza del mar. Estacioné mi auto por la carretera y me fui caminando a la playa para luego quitarme el calzado porque quería disfrutar de la sensación suave de la arena debajo de mis pies y las olas no paraban de frotarlos mientras que me paseaba. Estaba gozando de mi tiempo de diversión cuando todo fue interrumpido por una llamada de Lucas, quien sonaba alterado del pánico al preguntarme:

—¿En dónde estás, Reina?

—En la playa. —Suspiré mientras que miraba al mar teñido como oro por el sol de la tarde.

—Santi está en peligro, Reina. Te mandaré una dirección en breve. ¡Por favor, ve y recógelo! —No sabía bien cómo responder a eso. ¡¿Cuál era el punto de mandar a una señorita frágil como yo a un sitio peligroso?! Pero, a pesar de que me quejaba en silencio, no había manera que no fuera cuando Lucas pidió mi asistencia personalmente e incluso me olvidé de ponerme otra vez mi calzado; yo estaba conduciendo de acuerdo con la dirección de GPS que me mandó, pero no vi que Santiago estuviera ahí cuando llegué a tal ubicación. Ese lugar al que me había llevado el GPS era la entrada a la carretera que daba a la montaña más conocida de Bristonia, el Monte Amarillo. Me quedé pensando dentro del auto por un rato hasta que por fin decidí salir para llamar a Santiago, pero fue justo cuando no me contestó la llamada que pensé que se había metido de nuevo en una situación que lo pondría en riesgo. ¿Por qué siempre estaba involucrado en algo peligroso?

Estaba en medio de organizar mis pensamientos cuando algo pesado de repente se recargó sobre mí y me aplastó contra el auto, lo cual me hizo gritar atemorizada.

—Soy yo. —Oí un gruñido silencioso al lado de mi oído y de inmediato me di cuenta de que esa persona recargada sobre mí era Santiago, quien otra vez se había lesionado; me apresuré a ayudarlo y a subirlo al auto cuando vi su camisa de vestir blanca manchada de sangre, por lo que sabía que lo tenía que llevar al hospital, pero él me detuvo—. Me encontrarán en el hospital, Reina —se quejó.

—¿Te servirá un hotel? —Me sentí preocupada cuando volteé a ver las lesiones tan severas que había recibido.

—Evita las cámaras de vigilancia. —La gran mayoría de los hoteles estaban dentro de la ciudad y estaban repletos de cámaras por todos lados; no lo podía llevar a un hospital ni a un hotel y absolutamente no lo podía llevar al chalé Esquivel, así que tomé la decisión de que lo llevaría a mi nuevo departamento.

Tuve que conducir en un camino para mantenerme alejada de la vigilancia en lo que me dirigía a la ciudad. La zona residencial estaba tan llena de cámaras que comencé a sospechar que había alguien que viviera allí que estuviera en el negocio de las cámaras de vigilancia. Llevé mi auto a mi cochera privada cuando llegué a mi departamento, el cual era un espacio lleno de carros de lujo que se me fue preparado por Gabriel; una vez que me estacioné en un lugar vacío que hallé, volteé a ver a Santiago, cuya mirada seguía igual de clara y peligrosa, al igual que no parecía que se iba a desmayar. Él me había prometido que estaría bajo su protección por el resto de mi vida e incluso había jurado que me había convertido en uno de los suyos; tal vez yo no estaba de acuerdo con él y que pude no haberme involucrado con él, pero ya no había forma en la que podía bajarme de su barco al cual me había subido de algún modo.

¿Qué tal si hubiera llegado el día en el que el Corporativo Esquivel pudiera asociarse con él para algún proyecto de cualquier tipo? A lo mejor se debió a que tenía la esperanza de que eso sucediera que decidí ayudarlo al final, aunque él seguía siendo un completo desconocido para mí.

Proseguí a bajarme del asiento del conductor para ayudar a Santiago hasta el elevador e ir a mi unidad departamental; una vez ahí, le llamé a Gabriel para asegurarme de que ninguna persona tuviera acceso a las grabaciones de las cámaras de vigilancia de la zona residencial, al igual que le pedí que me trajera un conjunto de ropa para hombre.

—¿En la talla del señor Ferreiro? —me preguntó Gabriel, pero Santiago y yo estábamos tan pegados el uno al otro que estaba claro que él había escuchado esa pregunta. Mis labios se apretaron por un breve momento hasta que le respondí al final:

—Sí. —De todos modos, Santiago y Nicolás tenían una talla similar. Llevé a Santiago directo a mi cama cuando llegamos a mi despacho, aunque él insistió en quedarse sentado en el sofá y se negaba a mover un músculo de ahí; no pude evitar fruncir el ceño un poco cuando vi lo terco que se comportaba—. Te sentirías más cómodo si te recuestas —le ofrecí, pero él me dijo de golpe:

—Tengo misofobia. —Era increíble lo que había oído. ¿En verdad se estaba quejando de mi cama porque había dormido en ella?

—¡Apenas llevo un día desde que me mudé! Tú eres la primera persona en entrar a mi departamento, ni siquiera me he quejado de… —¡¿Qué acababa de decir?! ¡No podía creer que por poco decía que no me iba a quejar de tenerlo en mi hogar! Me detuve ese mismo segundo para dejar de hablar; no obstante, Santiago dejó de insistir en usar el sofá después de escucharme, así que lo llevé hacia la cama y me dijo que le consiguiera una camisa limpia mientras lo hacía. Me imaginé que iba a cubrir su herida con un pedazo de tela como lo había hecho el otro día, por lo que le dije—: Tengo vendas y alcohol para frotar. —Luego lo dejé solo para ir a buscar las cosas y le volví a explicar cuando regresé—: Mi asistente es un hombre muy dedicado. Siempre tiene listo cualquier cosa, no importa si lo llegue a necesitar o no.

—¿No te referirás al asistente del señor Ferreiro? —preguntó de un modo casual, pues debió pensar que Gabriel era el asistente de Nicolás, aunque no cabía duda de que Santiago iba a tener dudas sobre mi identidad si le decía que él trabajaba para mí en realidad. No había realmente necesidad alguna de mentirle sobre quién era, pero de todos modos lo hice sin pensarlo.

—Sí. El asistente del señor Ferreiro. —Él dio una respuesta callada después de escuchar la mía, luego se puso de pie y comenzó a cortar las vendas limpias para usarlas en su herida. Ni siquiera me preguntó quién era ese tal «señor Ferreiro» o cuál era mi relación con ese hombre. Le ofrecí mi ayuda cuando lo vi ponerse las vendas, pero rechazó mi asistencia y me dijo que lo iba a hacer por su cuenta, así que me senté obedientemente sobre el piso cuando actuó con tanta insistencia y observé cómo cortaba las vendas, para luego quitarse su saco. Su camisa blanca estaba teñida roja por su sangre y se había endurecido sobre su piel, pero yo continué observando mientras que él se quitaba su camisa sin preocupación y sin que se le escapara un quejido. Estaba bastante impresionada por cómo era capaz de soportar su dolor, pero eso no me detuvo de preguntar por mera curiosidad—: ¿No te duele? —Pero no me respondió. Me di cuenta de que estaba teniendo un poco de dificultad en enrollar sus vendas, por lo que me apresuré hacia él para ayudarlo; sin embargo, Santiago se apartó tan rápido como me acerqué a él.

—Reina. —Me hizo saber—. No me gusta que me toquen.

Me llamó de un modo tan personal, aunque las palabras que le siguieron fueron muy crueles.

—Lo siento. —Retrocedí desanimada. ¡Ja! ¿Pero qué importaba? De todos modos, no era como que quería tocarlo, así que me dirigí molesta y dando pisotones hacia la sala de estar. Gabriel llegó en poco tiempo con la ropa que le pedí y fui a abrirle la puerta, pero tomé esa oportunidad para hacerle saber con claridad—: No le digas a nadie sobre lo que te pido que hagas y eso también incluye a Nicolás.

Él quedó impactado cuando le dije eso y tal vez debió haber averiguado en ese instante que la persona que estaba en mi departamento no era Nicolás.

—Entendido, presidenta Esquivel —me respondió y asintió.

—¡Chs! ¡No tan alto! —Gabriel por fin se retiró, aunque con aparente confusión. Cerré la puerta, pero Santiago había desaparecido cuando regresé al dormitorio; no obstante, escuché ruido proveniente del baño y supuse que estaba ocupado limpiándose, así que dejé la ropa limpia a un lado de la cama y fui a la cocina a ponerme a preparar un tazón de arroz rojo con un huevo y dos batatas para él; eso debía ser suficiente como forma de agradecerle por el tazón de fideos que me dio la noche anterior.

Santiago ya se había vestido con la camisa de vestir nueva que Gabriel había traído para cuando terminé de cocinar y le llevé la comida a la habitación; incluso se había amarrado la corbata negra que venía con la ropa nueva. Era tal cual como un hombre viejo y siempre mantuvo esa personalidad estoica y seria desde el primer día que lo conocí. Me iba a retirar después de dejar el tazón de arroz en el tocador, pero fue entonces que él me habló de la nada con un tono un tanto agresivo:

—¿Qué hacías allí, Reina? —Así que proseguí a contarle sobre cómo Lucas quería que yo fuera por él y fue entonces que Santiago dejó de verse tan serio e incluso lucía apenado—. Me disculpo por haber sido un inconveniente para ti. —me dijo y yo sacudí mi cabeza como respuesta.

—No te preocupes por eso. —A la única persona que podía culpar el influyente Santiago Genova era a sí mismo por tener un barco tan elegante al cual yo estaba dispuesta a subirme con todo gusto, pero tampoco era como que algo malo iba a resultar de tratar de apaciguarlo.

—Reina, ¿eres una residente permanente de Bristonia? —Su cabello negro como plumas de cuervo estaba ligeramente despeinado y eso causaba que su perfil de lado luciera muy definido y gélido bajo las luces púrpuras de mi habitación.

—Sí —le respondí sin expresarme demasiado.

—¿Tienes una relación a largo plazo, Reina? —Eso me dejó petrificada al instante, pues no tenía idea qué quiso decir con eso. ¡¿Acaso se suponía que debía tener a muchos hombres alrededor mío?!