Te regalo toda una vida de amor Capítulo 650

Me di cuenta de que mi pregunta era una tontería.

—Señorita Esquivel, usted es la esposa de Santiago. Si nuestras especulaciones son correctas, es comprensible que él albergara resentimiento hacia usted. No tiene por qué preocuparse por estos asuntos —me recordó Ezequiel.

Al escuchar esto, Omar vaciló y preguntó ansioso:

—¿Qué especulabas?

En un instante, comprendí que Ezequiel lo había engañado a propósito.

Ezequiel sonrió con calidez, pero guardó silencio. Llegamos a la mansión Génova cerca de medianoche. Teniendo en cuenta lo avanzado de la hora, Dimitri sugirió que todos descansáramos por la noche. Sin embargo, dudé en quedarme sola en la inmensa mansión Génova, pues me inquietaba su vacío. A regañadientes, acepté, al ver que todos parecían cansados.

La Mansión Génova siempre estaba bien vigilada y cuidada. Di instrucciones a Gabriel para que Ezequiel y los demás descansaran.

Sentada en el vestíbulo, me quedé mirando la lluvia torrencial que caía fuera y dije:

—Gabriel, la mansión es demasiado grande para que duerma sola. ¿Puedes quedarte conmigo?

Gabriel tomó asiento a mi lado y contestó:

—Sí, Presidente Esquivel.

»Presidente Esquivel, ¿de qué tiene miedo? —preguntó con curiosidad.

—No estoy del todo segura. Es que esta mansión es demasiado grande. Cuando Santiago estuvo conmigo la última vez, no sentí miedo. Incluso me pareció intrigante. Sin embargo, cuando él no está, siento miedo. Tal vez sea porque esta mansión lleva tanto tiempo en pie, y ha atrapado a tantas almas desafortunadas entre sus muros. Muchas personas han perdido la vida aquí. Quizá sea por eso —expliqué.

Gabriel se rio entre dientes y preguntó:

—Presidente Esquivel, ¿cree usted en fantasmas y espíritus?

Sacudiendo la cabeza, respondí:

—No, no creo en ellos, pero mi corazón sigue inquieto.

De repente, la voz de Ezequiel emanó desde atrás.

Llamó con suavidad:

—Señorita Esquivel.

Al escuchar esto, Gabriel se levantó y dijo:

—Hay ropa en el coche. Presidente Esquivel, le traeré una chaqueta para que no se resfríe durante la noche.

Al igual que Joel se ocupaba de todo le relacionado con Santiago, Gabriel se ocupaba de mí en todos los aspectos del trabajo y de la vida. Sabía muy bien que quería hacer sitio a Ezequiel.

Me senté en los escalones del vestíbulo, apoyando la barbilla con la mano mientras observaba el viento racheado y la lluvia fuera del alero. Cuando Gabriel se marchó, Ezequiel ocupó su lugar y se sentó a mi lado.

—Señorita Esquivel, hay que curar su herida —dijo.

Examinándome el brazo, respondí:

—Ya no sangra.

—Deje que le ponga una venda para evitar infecciones —sugirió.

Tras hablar, Ezequiel me entregó dos vendas adhesivas. Su palma era ancha y blanca, mientras que sus dedos eran delgados y fuertes.

Al igual que Santiago, tenía unas manos preciosas.

Las acepté y le pregunté:

—¿De dónde las sacaste?

No lo había visto visitar una farmacia desde que nos conocimos.

En voz baja, Ezequiel explicó:

—Se las pedí al dueño del restaurante. Resulta que tenían. En principio, pensaba dárselas antes, pero no quería ser demasiado impulsivo delante de todos, así que pensé en dárselas en privado…

Reaccionando por instinto, respondí:

—Ah, no hay necesidad de ser tan comedido.

Sacudiendo la cabeza, me dijo:

—Señorita Esquivel, usted es la mujer de otro. Es sólo cuestión de ser prudente. No quiero causarle problemas y no quiero que los demás noten mis sentimientos por usted.

Pronto tranquilizada, respondí:

—Lo mantendré en secreto.

Ezequiel contempló la lluvia con una mirada débil y explicó:

—Soy una persona peligrosa. Si la gente descubre mis sentimientos por usted, los que quieran llegar a mí en secreto la tendrán en el punto de mira.

Yo tan solo respondí:

—Oh, lo entiendo.

Sin saber qué más decir, bajé la cabeza y empecé a ponerme las vendas en la herida. Se hizo el silencio entre nosotros.

Tal vez el silencio se hizo abrumador. Tras meditarlo un momento, rompí el silencio y dije:

—Raúl ya me ha informado. Le agradezco su colaboración.

Ezequiel comprendió el significado de mis palabras.

—Es sólo un acuerdo beneficioso para ambas partes —respondió.

El silencio volvió a instalarse entre nosotros.

Al cabo de un rato, Gabriel se acercó con algo de ropa y me la tendió. Después de expresarle mi gratitud, lo escuché decir:

—Presidente Esquivel, iré a ver a Omar para evitar accidentes. Volveré más tarde.

—De acuerdo, asegúrate de que coma algo —respondí.

Con eso, Gabriel se fue de nuevo.

Ezequiel me miró con confusión.

—Señorita Esquivel, ¿no va a descansar?

—No estoy acostumbrada a quedarme aquí, y no tengo mucho sueño. Me sentaré un rato en el salón si me canso —respondí con sinceridad.

Asintió en señal de comprensión y permaneció en silencio. Fue un raro momento de tranquilidad entre nosotros. Apoyando la cabeza en las rodillas, pregunté:

—¿Te fuiste al extranjero después de irte?

—Sí, empecé mi negocio después de que fallecieran mis padres adoptivos —respondió.

—Escuché que alcanzaste la cima del éxito en sólo un año —comenté.

—Tal vez, no lo recuerdo muy bien. Mi memoria no es muy buena. A menudo olvido detalles del pasado. Quizá sea un rechazo subconsciente del pasado. ¿Por qué me lo pregunta de repente, señora Esquivel?

Un rechazo subconsciente del pasado…

Parecía que su pasado le deparaba poca felicidad.

—Sólo preguntaba. Lo habrás pasado mal —comenté.

Ezequiel sonrió ante mis palabras.

—Sí.

Luego siguió mi ejemplo y apoyó la cabeza en las rodillas, pareciéndose a un niño.

—Fue difícil el pasado, pero eso ya quedó atrás.

—Tienes una mentalidad positiva —le dije.

—Entiendo de psicología. Sé cómo controlarme y canalizarme. Por eso la estudié. Después de todo… Señorita Esquivel, tal vez haya escuchado hablar de mi personalidad anterior. Solía ser bastante extremista —me explicó.

Mientras lo miraba, un tinte de melancolía adornaba sus facciones.

Ezequiel estaba solo en este mundo.

Debía de sentirse muy solo.

—Ezequiel —lo llamé.

—¿Sí? —respondió con suavidad.

—Te pido disculpas por no poder corresponder a tus sentimientos ni acompañarte. Sin embargo, si estás dispuesto, ¿podemos… ser buenos amigos? —le propuse.

—¿No me consideraba ya un buen amigo, señorita Esquivel?

Negué con la cabeza y dije:

—Nunca pensé que yo pudiera gustarle a alguien tan capaz como tú. Lo mismo puede decirse de Santiago. Es como si todos los hombres más poderosos del mundo estuvieran interesados en mí, y yo no tuviera ninguna cualidad excepcional. Me hace sentir ansiosa. Pero gracias por decírmelo. Te lo agradezco de verdad, y por favor, perdóname por las tonterías que dije cuando era joven. Los jóvenes dicen cosas sin pensar.

—No necesita subestimarse, Señorita Esquivel. Ya sea yo o Santiago, si la elegimos, debe tener sus puntos fuertes —replicó.

Sonrió con amabilidad y continuó:

—Es usted muy amable, señorita Esquivel. Siempre ha sido una persona amable y cálida. Siempre ha sido así.

—Eze, gracias por tu comprensión —expresé agradecida.

La lluvia torrencial no daba señales de parar. Miré al gentil y encantador hombre que tenía a mi lado y le dije:

—En realidad, siempre he confiado en ti, incluso cuando todos los demás dicen que los intereses comerciales son lo primero, o cuando afirman que Maya y yo, a pesar de ser las mejores amigas, no podemos unir de verdad a Santiago y a sir Lebrón, o aunque Nicolás siga afirmando que me quiere, creo que cuando se trata del interés de los Ferreiro, sin duda elegirá a la familia. Entiendo sus perspectivas realistas, pero tú eres diferente. Digan le que digan, confío sin ninguna duda en ti y creo que nunca me engañarías.

—¿Me está consolando, señorita Esquivel? —preguntó Ezequiel.