Te regalo toda una vida de amor Capítulo 648

El plan de asesinato de hoy tenía como objetivo específico a Santiago. Si hubiera estado presente, habría corrido un grave peligro.

Estaba claro que Carlos nunca enviaría a nadie a rescatarlo.

Sentí gratitud por ser yo quien estaba presente. Como líder de los Génova, Carlos no podía pasar por alto mi posición, y así fue como conseguí escapar del peligro.

El hombre en el suelo permaneció en silencio todo el tiempo. Su cuerpo estaba cubierto de heridas, pero no pronunció palabra. Me agaché y le quité la máscara. Su mirada era resuelta, llena de determinación y de la sensación de luchar contra todo pronóstico.

Su rostro mostraba las marcas del tiempo.

Al mirarlo más de cerca, me di cuenta de que aún parecía algo joven.

Lleno de ira, me enfrenté a la figura silenciosa que tenía ante mí.

—¿Todavía no quieres hablar? Los Génova poseen varios métodos para extraer información. Te le preguntaré una vez más. ¿Vas a responderme o no?

De repente, Carlos habló a mi lado.

—Lo conozco.

Sorprendida, levanté la vista e inquirí:

—Carlos, ¿lo conoces?

—Sí, señorita —respondió.

Dirigiendo su atención a la persona, Carlos preguntó:

—¿Eres Omar Valencia?

La cara de la persona tembló y Carlos se agachó y continuó:

—Mírame, Omar. ¿Todavía me reconoces? Han pasado nueve años desde la última vez que nos vimos.

Los ojos de Omar se llenaron de lágrimas.

—Sí, señor Génova.

La confusión me envolvió y busqué una aclaración.

—¿Qué está pasando aquí?

Carlos se levantó y me explicó:

—Señorita, se llama Omar Valencia. Era el guardaespaldas del Señor Génova hace nueve años.

«Hace nueve años…».

Todos los guardaespaldas de Santiago fueron sustituidos durante ese tiempo. ¿Eso incluye a Omar, que ahora está frente a mí?

Y luego está ese acuerdo de confidencialidad…

Una avalancha de revelaciones comenzó a abrirse paso en mi mente. Sentía como si las piezas de un rompecabezas fueran encajando poco a poco, pero muchos detalles cruciales permanecían ocultos en lo más profundo.

José me había advertido que no ahondara en los acontecimientos del pasado, pero había ciertas cosas que no podía ignorar. Tenía la inquebrantable determinación de descubrir la verdad.

Hablando más alto, pregunté:

—¿Conoces a Saulo?

La mirada de Omar parpadeó, pero permaneció en silencio.

Una vez más, Carlos intervino para responder a mi pregunta.

—Sí, lo conoce. Saulo fue compañero de guardaespaldas en la misma época, y tenían una estrecha relación.

—¿Está relacionado con los sucesos de entonces, la razón por la que quería matar a Santiago? —Volví mi atención hacia Carlos—. Dime, ¿qué pasó entonces?

Carlos se disculpó.

—Lo siento, señorita. Eso es un secreto.

—¿También firmaste el acuerdo de confidencialidad?

Carlos se sorprendió.

—Señorita, ¿sabe algo de eso?

—Obviamente, mi padre fue quien pudo hacerte firmar tal acuerdo. Y ahora intentan asesinar a Santiago. Entonces, ¿qué ocurrió entre mi padre y Santiago hace tantos años? —Carlos permaneció en silencio—. ¿Todavía te niegas a revelar la verdad? —afirmé.

—Señorita, puesto que conoce la existencia del acuerdo de confidencialidad, debe comprender que no puedo revelar la verdad. Iría en contra del espíritu de nuestro contrato —respondió.

—Señorita, puesto que conoce la existencia del acuerdo de confidencialidad, debe comprender que no puedo revelar la verdad. Iría en contra del espíritu de nuestro contrato —respondió.

—¿Pero no fue un engaño cuando fuiste contra mí para tratar con Santiago en aquel entonces? ¿Engañar a tu líder no es violar el espíritu del contrato? Ignoras convenientemente los principios del contrato cuando te conviene, y los defiendes con fiereza cuando no es necesario. Es absurdo. —Mi frustración era cada vez más evidente.

Carlos se sorprendió.

—Señorita, ¿se está enfadando por vergüenza?

Sabía que, a menos que se resolviera este asunto, los peligros ocultos seguirían rodeando a Santiago. Mientras su vida pendía de un hilo, no podía evitar sentirme consumida por la ansiedad sobre su destino.

—Carlos, ¿me dirás por fin la verdad? —le pregunté.

Tras un momento de vacilación, Carlos respondió:

—Señorita, debe saber que nos están vigilando. Si quiere acorralarme y obligarme a revelarlo todo en público, ¿por qué no se le pregunta al señor Génova? Él sabe más que yo sobre este asunto.

José siempre se había mostrado poco dispuesto a revelarme la información.

Antonio, en cambio, no me lo negó, pero dejó la decisión en mis manos. Era tentador indagar más en la verdad, pero preferí no presionarlo más.

Carlos, sin embargo, se negó y dejó bien claro que no tenía intención de compartir la verdad conmigo.

Y luego estaba Santiago…

Sabía que tendría que enfrentarme a él en algún momento, pero no ahora.

No era el momento adecuado.

—¿Firmó Omar el acuerdo de confidencialidad? —pregunté.

—Sí —respondió Carlos.

Podría haber preguntado directamente a Omar. Sin embargo, desde que intentó asesinar a Santiago, ya había violado los términos del acuerdo. Ordené a Dimitri:

—Llévatelo con nosotros. Gabriel, prepara otro helicóptero. Vamos a volver a Eldamia.

Carlos permaneció a mi lado mientras esperábamos el helicóptero, pero no le presté atención. Justo cuando el helicóptero estaba a punto de llegar, dijo de repente.

—Señorita, no olvide el rencor de los Génova.

Sus palabras me tomaron desprevenida y pregunté:

—¿Qué rencor guardan los Génova?

Carlos sonrió sin fuerza.

—Señorita, tarde o temprano lo recordará.

Fruncí el ceño.

—Déjate de rodeos.

—Señorita, la vida es larga y hay tiempo de sobra para muchas cosas. Espero que algún día, en el futuro, llegue a comprenderlo —dijo crípticamente.

Lo que dijo Carlos me pareció inexplicable.

Sin embargo, cuando le pedí una explicación clara, se mantuvo enigmático.

Aunque él era miembro de los Génova, yo ocupaba una posición más elevada. Sin embargo, su lealtad siempre había sido hacia mi difunto padre en esta vida.

En verdad no podía comprender el significado subyacente de sus palabras, pero él no tenía intención de revelarlo.

—¡No vuelvas a decir palabras tan pretenciosas delante de mí! Sin mi permiso, no pueden abandonar Monte Amarillo, y ya no hay necesidad de guardar el oro aquí.

Quería que retirara a esa gente de la Monte Amarillo.

Carlos no se resistió y respondió:

—Sí, señorita.

Siempre permanecía tranquilo y sereno. O más bien, parecía que le tenía todo bajo control. Exudaba un aire de confianza.

—Señorita, cuando tenga oportunidad, puede visitar la Mansión Génova. He recibido información, pero no estoy del todo seguro. Lo mejor sería que fuera allí y lo comprobara usted misma —recordó.

Por instinto, pregunté:

—¿Qué información?

—Hay un rastro de la señora Génova allí —respondió.

«¿La madre de Santiago? ¿Cómo había dado con esa información?».

Con los pensamientos arremolinándose en mi mente, pregunté:

—¿Sigue viva?

—No estoy del todo seguro de los detalles, pero son sólo rumores. La señora Génova es inocente. Si sigue viva, espero que pueda rescatarla —explicó Carlos.

Carlos guardaba rencor hacia la madre biológica de Santiago porque había matado a sus tres hermanos mayores.

A pesar de su resentimiento, se aseguró de que no afectara a Alicia, e incluso me aconsejó que buscara pistas sobre ella.

Subimos al helicóptero de vuelta a Eldamia. Por el camino, Dimitri me preguntó por qué no se lo había preguntado directamente a Santiago. Sacudí la cabeza y aclaré:

—De momento no tengo ninguna información concreta. No sería prudente preguntárselo así. Si se lo pregunto, sólo conseguiré que se preocupe, e incluso podría volver corriendo al país sin decírmelo. No quiero que ande corriendo por todas partes en este momento.

—En verdad te preocupas por él —comentó Dimitri.

—Por supuesto, es mi hombre —respondí.

Llegamos a Eldamia a las siete de la tarde. Entonces, le di instrucciones a Gabriel para que alguien atendiera las heridas de Omar. Hasta el momento, no habíamos intercambiado ni una sola palabra, y parecía que me guardaba rencor.

En el fondo, sabía que alguien como él no era apto para la tortura.

Cuando el médico terminó de curarle las heridas, le pregunté:

—¿Por qué no quieres hablar conmigo, Omar? ¿No quieres saber la verdad sobre lo que pasó entonces?

Permaneció en silencio.

Suspiré.

—Haz lo que quieras.

Gabriel recibió una llamada telefónica y transmitió el mensaje.

—Presidente Esquivel, el señor Castillo me ha dicho que está libre en este momento y me ha preguntado si le gustaría cenar con él. Quiere hablar de los negocios de Eldamia con usted.

Me levanté emocionada y respondí:

—De acuerdo, que alguien le prepare una muda de ropa y luego todos ustedes me acompañan a ver a Ezequiel.

Gabriel preguntó sorprendido:

—¿Quieres llevar a Omar con nosotros?