Te regalo toda una vida de amor Capítulo 636

Aquella tarde parecía eternizarse, pero era soportable porque tener a alguien con quien charlar la hacía más llevadera. Cuando se acercó la noche, la mayoría de las personas que habían ido a dar el pésame se habían marchado. Sólo quedaban unos pocos miembros de la Organización W.

Santiago llegó tarde, pero al menos lo consiguió. De lo contrario, Alejo de seguro haría un berrinche y nos haría pasar un mal rato a todos. Al pensar en el temperamento de Alejo, no pude evitar sentir lástima por Lucas. Sin embargo, como había elegido estar con Alejo, debía de ser capaz de controlar su mal genio. Puede que a Lucas incluso le divirtiera.

Cuando Santiago llegó, se acercó a mí. Los cuatro estábamos sentados frente a mi habitación, cada uno en un taburete, charlando y tomando un tentempié. Cuando se acercó, Sombrilla se levantó y lo saludó:

—¡Señor Génova! —Santiago respondió:

—Hacía años que no te veía.

Sombrilla sonrió y le explicó.

—Llevo una vida discreta en un país pequeño. Mi hija pequeña nació el mes pasado. Si no fuera por el funeral de Meridia, quizá nunca tendría la oportunidad de volver a verlo.

Santiago asintió con frialdad como reconocimiento. Luego se volvió hacia mí y me preguntó:

—¿Llevas mucho tiempo esperando? Espera aquí dos minutos más y te llevaré a casa.

Asentí obediente y Santiago se marchó.

Lucas también se fue con él.

Después de que Santiago se fuera, Dimitri dijo:

—Santiago actuó como si yo fuera transparente. Ah, bueno, me voy.

Pregunté mientras mordisqueaba los bocadillos:

—¿Adónde vas?

—A ningún sitio en particular, vagando sin rumbo. Cuando me canse, iré a buscar a K. Pero no tiene sentido buscar a K. Envidio a Santiago.

Me quedé perpleja y pregunté:

—¿Por qué de repente lo envidias?

—También envidio a Sombrilla. Todos se han asentado y han formado una familia. Ya no están solos, ¡pero yo sigo siendo un alma vieja errante!

Le corregí.

—No es así como se usa la frase «alma vieja errante».

Lleno de curiosidad, Dimitri preguntó:

—¿He utilizado mal la frase?

Inventé algo en el acto y dije:

—Eres un guerrero solitario.

—Eso sí que es más interesante que ser un alma vieja errante.

Sombrilla le preguntó con preocupación:

—¿No piensas sentar la cabeza? Ya tienes 37 años. Es hora de sentar la cabeza con una mujer.

Dimitri se sorprendió y preguntó:

—¿Tengo 37 años?

—¿No recuerdas cuántos años tienes?

Dimitri suspiró y dijo:

—Lo había olvidado. Después de todos estos años de altibajos, ¿cómo voy a acordarme de esos detalles? Como dices que tengo 37 años, tal vez sea cierto. Pero, ¿en verdad soy tan viejo?

Sombrilla puso los ojos en blanco y preguntó a Dimitri:

—¿No piensas casarte?

Dimitri negó.

—El matrimonio no significa libertad. No pienso sentar la cabeza, pero puedo encontrar una mujer para tener un hijo.

Sombrilla respondió:

—Olvídalo. No hagas daño a más chicas. Seguro que ya has causado bastantes problemas a innumerables chicas a lo largo de los años.

Dimitri se mofó:

—¿Seré peor que Roberto?

Me interesé y pregunté:

—¿Conoces a Roberto?

Al mencionar a Roberto me acordé de Pétalo. Antes se llamaba Rena. Pero luego se cambió el nombre.

¿Se cambió el nombre para evitar a Roberto?

—Estamos en el mismo círculo social, así que es difícil no conocerse. Roberto es mucho peor que yo. A mí no me importa la virginidad de una mujer, pero Roberto tiene una gran obsesión con ella. Sólo se acuesta con vírgenes. No sólo con una, ¡sino con varias a la vez! Y nunca vuelve a acostarse con la misma mujer. Cuando se trata de hacer daño a las chicas, ¡me supera en todos los sentidos! —Yo era muy consciente del notorio comportamiento de Roberto.

»Bueno, me voy.

Después de eso, Dimitri se fue.

Sombrilla también se despidió de mí y se fue.

Unos minutos más tarde, Santiago salió de la sala principal y fue directo a mi lado. Me levanté y le pregunté:

—¿Nos vamos a casa?

—Sí. Tengo que hacer horas extras más tarde.

Nunca le molestaba cuando estaba ocupado.

—Oh, ¿Lucas no se va con nosotros?

Santiago dijo con indiferencia:

—No te preocupes por él.

Me fui con Santiago. En el coche, se dio cuenta de que me sentía decaída, me pasó el brazo por el hombro y me dijo:

—Sé que has estado aburrida estos días. Después de ocuparme de los asuntos de aquí, volveremos a Bristonia y pasaré más tiempo contigo.

La voz de Santiago era cálida y suave.

Negué con la cabeza.

—No es porque me aburra.

Santiago usó sus finos dedos para arreglarme el cabello revuelto y me rozó un poco la mejilla, preguntando:

—¿Qué pasa entonces?

—Quiero ayudarte. ¿Puedo acompañarte mañana al trabajo? Puedo ayudarte. No me subestimes, Santiago. Yo solía mantener a la familia Esquivel por mi cuenta. Puedo encargarme de las tareas que estás haciendo.

Santiago sonrió con calidez y preguntó:

—¿Tan capaz eres?

—Tengo buenos conocimientos de finanzas, gestión e inversiones.

Santiago dijo:

—En efecto, eres muy capaz.

—Entonces, ¿me llevarás contigo mañana?

Santiago respondió con cortesía:

—Déjame pensarlo.

«¿Es necesario pensarlo otra vez?».

—¿Crees que soy voluble?

Santiago respondió:

—Nunca.

—Oh…

—Reina, cuida de los dos niños por la mañana, y luego ven a buscarme a la empresa por la tarde. Te enseñaré a ser directivo, ¿vale?

Tras una pausa, Santiago añadió:

—Un gerente de la Familia Génova.

—Casi todos los asuntos los lleva Antonio. —Me tapé la cara.

—Sí, pero tú también deberías entender lo que pasa —replicó Santiago.

Con confianza, le dije:

—Sé cómo ser gerente.

—Sé que le sabes. Sólo voy a compartir contigo algunas de mis experiencias —dijo.

Me abracé al cuello de Santiago y le besé la mejilla.

—No dediques demasiado tiempo a enseñarme. De verdad quiero aliviar tu carga.

Los ojos de Santiago parpadearon.

—No quiero que dediques demasiado tiempo al trabajo. Si estás dispuesto a ayudarme, estoy más que contento, pero no quiero que estés cansado por mi culpa.

A Santiago le preocupaba que yo estuviera cansada.

Me apoyé en su hombro.

—No estaré cansada.

Me abrazó y de repente dijo:

—Bruja.

Su palma rozó poco a poco con la parte baja de mi espalda.

—¿Qué pasa? —Le pregunté.

Su voz se volvió ronca.

—No te muevas. Deja que te abrace.

Santiago me llevó a la casa y estaba a punto de marcharse cuando le pregunté con anticipación:

—Quédate a cenar con nosotros. También es agradable pasar tiempo con los niños. Yo cocinaré más tarde. ¿Qué quieres comer esta noche?

Santiago guardó silencio un momento y luego dijo:

—Depende de ti.

Aceptó quedarse a cenar.

Después de que saliera del coche, enlacé mi brazo con el suyo y volvimos andando a la villa. Gretel y Hansel vinieron a recibirnos. Tomé a Pedro de los brazos de la niñera y se lo entregué a Santiago. Santiago lo abrazó y luego tomó a Rita de los brazos de la niñera mientras decía:

—Pueden marcharse. Nosotros cuidaremos de los niños.

Las dos niñeras se fueron al patio trasero. No vi a Elián cuando entré. Tal vez estaba en su habitación. Quería llamarle abajo, pero no quería molestarlo. Pensaba llamarle cuando la comida estuviera lista.

Fui a la cocina a cocinar mientras Santiago cuidaba de los niños en el salón. De vez en cuando les echaba un vistazo. No era demasiado cariñoso con los niños, pero tampoco frío. Rita gateaba a sus pies, tirando juguetonamente de sus pantalones con sus manitas. Él se inclinó un poco, observándola, mientras Pedro jugaba con alegría con su chupete.

Desvié la mirada y me centré en cocinar. Cuando casi estaba hecho, escuché que Santiago decía de repente:

—Nuestra hija se parece a ti.

¿Así que la había estado observando?