Te regalo toda una vida de amor Capítulo 60

Jimena tenía un rostro confundido, como si no fuera quien lo había hecho. En cuanto me percaté de esto, le lancé mi mirada sospechosa a Alicia, cuyo semblante parecía tranquilo, pero su voz me sonaba más angustiada de lo que percibía.

—¿Por qué suenas así, Jime?

Jimena se mordió el labio y puso una cara de desagrado; yo no podía descifrar qué pasaba por su cabeza en ese momento. De repente, me lanzó una serie de preguntas:

—¿Qué tramas, Regina? ¿Qué harás después de atraparme? ¿Vas a acusarme de un crimen? —En cuanto terminó de hablar, se confirmaron por completo las sospechas que tenía de Alicia.

El mayordomo, que estaba de pie al lado, me miró sorprendido de inmediato en cuanto oyó a Jimena pronunciando mi nombre.

—¿Será que usted es la presidenta del Corporativo Esquivel, señorita Regina Esquivel?

Hace un momento se rehusaba a hablarme, pero ahora estaba dirigiéndose a mí de manera respetuosa tras conocer mi identidad. En lugar de contestarle, le puse a Jimena las grabaciones de las llamadas que hizo en los últimos dos días y pude ver cómo se le caía la cara de vergüenza. Ansiosa, miró a Alicia, quien se limitó a tranquilizarla:

—No tengas miedo, Jime.

Alicia se levantó y dijo con generosidad:

—Esto es culpa nuestra. No pensé que Jime lo haría… Por favor, dígame cómo le gustaría que se resolviera esto, presidente Esquivel. Estoy segura de que podemos hacer las paces. —Era probable que pensara poner fin a esto con una compensación económica. Por desgracia para ella, lo último que me hacía falta era dinero.

No dije nada y me limité a voltear la cabeza para observar el recinto de la residencia: el paisaje decorado por rocas artificiales tenía un aspecto rústico, lo que lo convertía en un espectáculo muy hermoso para ser real.

Como Gabriel me comprendía muy bien, habló por mí con un tono serio:

—Lo que hizo la señorita Mora es una violación de la ley. A nosotros no nos corresponde decidir cómo resolver esto, así que lo dejaremos a manos de la policía.

—¿Tiene que ser tan despiadada, presidente Esquivel? —preguntó Alicia, sorprendida.

Entonces, solo le sonreí y le dije:

—¿Y desde cuándo soy tolerante? Alicia, no soy el tipo de persona que mata a la gente con amabilidad. —No me meto con nadie si no hay motivo; aun así, si alguien me prueba, de ninguna manera me quedaría con los brazos cruzados. Al ver el rostro pálido de Jimena, no pude evitar burlarme—: No parece tan malo que una estúpida como ella se quede tras las rejas.

En cuanto terminé de hablar, sonó una voz dulce desde fuera:

—Todo esto es culpa de nuestra familia. Hemos sido poco estrictos al disciplinar a nuestros jóvenes. Por favor, presidente Esquivel, espero que no sea tan dura con Jimena en mi nombre.

Cuando volteé, vi a una mujer, que iba vestida con elegancia y que tenía ligeras arrugas en las comisuras de los ojos, de unos cuarenta años. Entonces, fruncí el ceño y pregunté quién era.

—Presidente Esquivel —me susurró Gabriel al oído—. Ella es la tía del presidente Ferreiro, la señora Roxana Mora. Es la señora de la familia Mora.

Ahora que comprendía un poco mejor la situación y volví a mirarla, añadiendo:

—Iba a dejarlo pasar, pero no puede esperar que solo lo haga después de mi largo viaje para venir aquí a Aselia, ¿no? Además, ¿por qué no escucha las grabaciones? Están repletas de sus insultos hacia mí, como que viviré mucho y todo eso.

A Roxana no pareció afectarle que la rechazara y siguió hablando con calma:

—Estoy de acuerdo en que no fue culpa de nadie más que de nosotros, pero Jime es la más joven de la familia y que la detuvieran afectaría mucho al Corporativo Mora. En definitiva, las acciones de la empresa caerían mañana…

¿Se supone que deba preocuparme por esto? Con el ceño fruncido, no sabía qué hacer; al fin y al cabo, era la tía de Nicolás. En realidad, no quería avergonzarla y hacer esto más serio de lo que ya era, pero me negaba a dejar que esa tonta de Jimena se saliera con la suya.

Justo cuando estaba confundida al no saber qué hacer, la tía de Nicolás sugirió de repente:

—Sé de su situación con Nick, presidente Esquivel. Como él también está en Aselia, ¿qué le parece le llamo y nos sentamos todos a hablar de esto como se debe?

Esto me tomó por sorpresa. ¿Qué estaba haciendo Nicolás en Aselia? ¡¿Se enteró de que estaba en la residencia Mora?! En un principio, planeaba resolver esto sin su intervención, pero parecía que tendría que involucrarse de una forma u otra. En lo profundo de mi ser, deseaba ver cómo llegaba al fondo de este asunto y me preguntaba si se pondría de mi lado o del de su tía.

Antes, él eligió a María cuando capturaron a Maya sin dudarlo, así que quería ver si aún podía tomar una decisión tan firme como antes. Al final, parecía que yo aún le tenía rencor por su relación con María; es más, podía admitir que era infantil de mi parte proyectar aquí lo que no conseguí.

—Claro —le dije, a lo que ella sacó su teléfono para llamar a Nicolás.

Al parecer, estaba aquí después de todo. Luego de que Roxana le describiera en breve la complicada situación, pude distinguir su fría voz diciendo:

—Estaré allí en un momento.

Como si Nicolás fuera capaz de sacarme de aquí, Roxana soltó un suspiro de alivio justo después de afirmarle que vendría. Tras colgar el teléfono, Roxana me indicó que tomara asiento y le pidió a uno de los sirvientes que me sirviera una taza de té. Durante todo este tiempo, mantuvo la amable sonrisa en su rostro.

—Presidente Esquivel, siempre escucho a mi hermano decir que su nuera es la persona influyente más poderosa de Bristonia. Me enteré de que esta nuera suya fue la que llevó al Corporativo Ferreiro adonde está hoy.

El hermano del que hablaba era el presidente Ferreiro, quien siempre me elogiaba y pensaba que conocerme fue lo mejor que le había pasado en la vida; además, logró ayudarme a que me casara con la familia Ferreiro. Sin embargo, al sentir que los cumplidos de Roxana eran un poco exagerados, sonreí de manera cortés y negué:

—Yo no diría eso, señora Mora. No es más que una exageración.

De repente, dirigí la mirada a Alicia, haciéndola sobresaltarse. Luego miré a Jimena, quien estaba muy callada de manera anormal. En verdad, era extraño ver este lado de ella que nunca se había visto antes.

Por lo regular, debería estar enfadada conmigo y decirme cosas desagradables como una idiota, pero estaba tan callada que empecé a dudar de que en realidad fuera ella quien estaba sentada allí, como si la hubieran clavado al sofá. No intentó explicarse ni una sola vez en todo el tiempo que estuve aquí, como si quisiera guardarse la verdad.

Guardarse la verdad…

Por naturaleza, yo era una persona desconfiada que se pensaba las cosas dos veces. De repente, llegué a una conclusión: ¡¿y si Alicia era la verdadera culpable y usó a Jimena como su chivo expiatorio?! Esa era la única razón posible por la que Jimena estaba tan callada, debía estar esperando a que el asunto se intensificara y llegara a su fin. Mientras pensaba en esto, me obligué a sonreír mientras le hablaba:

—Señorita Mora, me contó mi asistente que conoce muy bien a María Huerta, ¿cierto?

La verdad era que ella nunca había estado en contacto con María. Con tranquilidad, me respondió:

—Sí, somos amigas desde hace mucho.

En este momento me di cuenta de que solo estaba cargando con la culpa de alguien más, pero Jimena fue a quien atraparon con las manos en la masa. Como no pude encontrar pruebas contra Alicia, no tuve más remedio que dejar que Jimena cargara con la culpa por ahora.

En primer lugar, se ofreció como chivo expiatorio; en segundo lugar, como ella era uno de los Mora, su castigo también sería como una advertencia de mí para ellos. Esto era justo lo que quería de esta confrontación.

En ese instante, recibí un mensaje de Nicolás: «¿Estás en la residencia Mora?».

Tras leer su breve pregunta, le respondí: «¿Qué no se supone que ya estás al tanto?».

Esta vez me contestó con un mensaje de voz y, luego de ponerme los audífonos, pude escuchar su fría voz rezongar: «¡Será mejor que me des una buena explicación de por qué decidiste pasarte por la residencia Mora sin ningún motivo!».

«¿Acaso no puedo venir?», le contesté. Por un buen rato, no me contestó después de que le enviara ese mensaje.

Para cuando llegó su siguiente mensaje, el mayordomo entró corriendo y anunció:

—Llegó el señor Ferreiro.

Como Nicolás no había llegado a la sala de estar en la que estábamos, aproveché para escuchar el nuevo mensaje de voz que me envió:

—Estoy investigando esto por ti. ¿Por qué viniste tú sola a Aselia? —dijo con una voz melancólica esta vez—. Sé que no te he tratado bien en el pasado, pero espero que ahora puedas contar más conmigo.

En cuanto se terminó de reproducir el mensaje, alcé el mentón y vi a Nicolás caminando hacia mí a grandes pasos. Con esos rasgos faciales tan definidos, seguía siendo muy guapo a pesar de lo inexpresivo que era, y su complexión alta y erguida era del todo agradable a la vista. Cuando cruzamos las miradas, sonreí.

—¿No tienes frío con solo eso puesto? —me preguntó de la nada con una voz monótona. Aunque estaba enfadado conmigo por no contar con él, seguía preocupado por mí.

Como respuesta, negué con la cabeza mientras observaba a los demás presentes. Mis ojos se detuvieron cuando vieron a Alicia, cuya mirada, codiciosa e intensa, me recordaba en cierto modo a cómo yo solía mirar a Nicolás.

Roxana se levantó de inmediato cuando vio a Nicolás entrar en la sala y dijo:

—¡Nick! Déjame que te cuenta toda la historia. No se puede negar que es una falta por nuestra parte, pero espero que le digas a la presidente Esquivel que deje…

Él se acercó y se puso a mi lado.

—Ya tengo un concepto sobre el incidente —dijo con una voz más suave, ya que le estaba hablando a su propia tía—. ¡Nos encargaremos de esto según el protocolo!

—Podrías haberlo hablado conmigo antes —le susurré, sorprendida por su decisión repentina—. ¿Qué tal si estaba dispuesta a librarla y…?

Antes de que pudiera terminar mis palabras, Nicolás bajó la mirada con un rostro duro, poniéndome la mano en el hombro, indicándome que guardara silencio por el momento. Entonces, puso una expresión seria y gritó:

—Lo que ocurrió no solo fue una broma inofensiva, sino una amenaza personal. Aunque Regina esté dispuesta a dejarlo pasar, yo no. ¿Por qué iba a hacerlo si la mujer a la que amo tiene que sufrir sus burlas? ¿Acaso soy su hazmerreír? —pausó por un momento y miró a Roxana—. Lo siento, tía Roxana. No es que no quiera ayudarte, pero yo también tengo mis límites.

—¿Acaso ella es tu límite? —le preguntó, decepcionada.

—Sí —contestó de manera cortante pero firme.

Nicolás anunció que yo era su límite. De repente, me pareció entenderlo mejor: sin importar que se tratara de María o de mí, él renunciaría a cualquier cosa para proteger a su mujer, cueste lo que cueste.

Fui afortunada de conocerlo; incluso, podría decir que tuve más suerte que María. Ella podría haber tenido su cuerpo, pero nunca su corazón; es más, ni siquiera era suyo de manera física. Era curioso que Nicolás jamás se hubiera acostado con ella. Durante años, solo disfrutó del encanto de hacerse llamar su novia. Nunca la había tomado verdadera importancia desde el principio hasta el final.

—Nick, ¿comprendes las consecuencias de lo que estás por hacer? Las acciones del Corporativo Yates se vendrán abajo; yo perderé una parte de ello… —Roxana se detuvo de repente. De pronto, pareció que pensó en algo cuando exigió—: Llevo mucho tiempo haciendo todo lo posible por ayudarte. ¿Estás seguro de que quieres decepcionarme así?

—Tía Roxana, habría dejado pasar cualquier otra cosa, pero esto no se debe ni discutir. —Nicolás me levantó del sofá antes de dirigirse a los demás—: Ya había llamado a la policía y no tardarán en llegar.

—¡Por favor, Nick! ¡Solo esta vez! ¡Deja a los Mora!

Luego me sacó de allí, donde los gritos de su tía cayeron en oídos sordos por mucho que lo llamara. Tras subirnos al coche, le recordé:

—Los malintencionados van a hacer un espectáculo del encarcelamiento de Jimena. Las acciones de la empresa se van a desplomar. ¿De verdad valgo la pena para que te hagas enemigo del Corporativo Mora?

En un principio, Roxana lo llamó para ayudarlos; ella ni yo esperábamos que él llamara a la policía. Nicolás solo me miró de reojo mientras seguía conduciendo.

—En lugar de que esto te preocupe —mencionó de pronto—, ¿por qué no piensas en la explicación que me vas a dar?

Por un momento, me quedé confundida y le pregunté:

—¿De qué estás hablando?