Te regalo toda una vida de amor Capítulo 589

Durante la semana siguiente, Santiago estuvo de un lado para otro. Como de repente le había surgido un asunto urgente, tuvo que retrasar su regreso. A mí no me importaba, pero, como él temía que me aburriera, me sugirió que lo esperara en Finlandia. Me dijo que Emilia y Dante me harían compañía. Como no quería que se preocupara por mí, le hice caso y volví. Al bajar del avión, le envié un mensaje para avisarle que ya había llegado. «Date prisa y ve a casa», respondió. Para él, Finlandia era su verdadero hogar.

Como odiaba subirme a los coches, volví a la residencia en helicóptero. En cuanto llegué a la puerta, oí ladrar a los perros.

—¡Hansel! ¡Gretel! Soy yo —grité y abrí el portón. Al verme, movieron la cola y se sentaron, luciendo adorables. Pasé junto a ellos y entré en la casa. Ellos se quedaron meneando la cola, pero no se atrevieron a entrar. Al ver que tenían un aspecto lastimero, suspiré y, con un pañuelo de papel, me agaché delante de ellos y les limpié las patas sucias. Luego los dejé entrar al salón. Como estaban adiestrados, no corretearon y se quedaron a mi lado. Cuando me senté en el sofá, se echaron junto a mí con sus cabezas a mis pies. ¡Eran un encanto!

A continuación, envié un mensaje a Santiago para decirle que había llegado bien a casa. «De acuerdo, volveré mañana por la noche», me contestó. Notaba lo extenuado que estaba de viajar sin parar por todo el mundo y era testigo de lo trabajador que era. A medida que lo iba conociendo mejor, se me partía más el corazón de ver lo agotadora que era su vida. No soportaba verlo en ese estado; esperaba que pudiera descansar bien después de volver a Finlandia. Aún faltaban dos días para que pudiera regresar.

—Dime, Gretel, ¿por qué Santi trabaja tanto? —Ella levantó la cabeza y me miró cuando me oyó decir su nombre—. Olvídalo. Ni siquiera entiendes lo que digo.

Entonces, abrí WhatsApp y vi que Manolo le había pedido a Emilia que fuera a Bristonia para pasar el rato juntos. «Estoy trabajando en Finlandia», contestó ella. «¿Qué haces allí?», preguntó él confundido. «Necesito conseguir un trabajo y ganar dinero ahora que estoy casada. No puedo dejar que Cristóbal piense que no quiero trabajar». Manolo y los demás no sabían que Emilia era la subordinada de Santiago, y ella pretendía mantenerlo de esa forma. «De acuerdo. Saldremos cuando regreses», contestó él.

Después, entré en otro grupo de conversación en el que estábamos Maya, Emilia, Amparo, yo y nuestros maridos. Sin embargo, habláramos de lo que habláramos, ¡ellos nunca aparecían en el chat! Era como si fueran robots y solo estuvieran allí para hacer bulto. «¿Adónde se fueron?», preguntó Amparo. «Yo estoy en Islandia. ¿Qué sucede?», contestó Maya. Emilia: «Estoy trabajando en Finlandia». Amparo: «¿Y Regina?». «Está viajando por todo el mundo». Emilia tomó la iniciativa y contestó por mí. No se equivocaba. Al fin y al cabo, estaba viajando de un país a otro por el trabajo de Santi. Amparo: «No están aquí, con razón Minino Café está vacío. ¡Me aburro!». Maya: «Cuida de la casa de té por mí, y te subiré el sueldo. Además, te llevaré un regalo». «¡De acuerdo! Trato hecho». Después de eso, nadie más habló.

Entré en el grupo en el que estaba Lucas y vi que Dante me había hablado. «¿Dónde estás?», escribió y etiquetó mi nombre detrás. «Está con Santiago», respondió Lucas. «No, no lo está. Quería preguntarle en qué lugar está ahora. Voy a recogerla y comeremos juntos». Dante me lo había preguntado hacía dos horas, lo que indicaba que sabía que no estaba con Santi desde que había bajado del avión. «Estoy en Finlandia», contesté. Al cabo de unos segundos, me llamó.

—Santiago me dijo que acababas de llegar y que te agasajáramos —explicó cuando atendí—. ¿Dónde estás ahora?

—En casa. ¿Tú?

—Estoy en la empresa. Iré a recogerte enseguida.

Eran las tres de la tarde cuando Dante llegó a la puerta. No había comido nada y me indicó que esperara otras dos horas antes de cenar. También me dijo que Emilia y David estaban allí, así que podíamos reunirnos todos, ya que había pasado mucho tiempo desde la última vez que nos habíamos juntado.

—¿Dónde está Emilia? —le pregunté.

—En el cuartel general. Estamos todos allí. —Nunca había estado en la empresa de Santiago, así que no podía imaginarme cómo era el edificio. Dante pareció percibir lo que estaba pensando.

—Nunca has ido, ¿verdad? Iremos allí ahora. La verdad es que no tiene nada de especial. Es solo un edificio.

—¿Crees que el edificio es el problema aquí? —pregunté, mirándolo de reojo.

—El problema es que no has estado allí. —Reaccionó de inmediato. Tras su respuesta, no supe qué decir, así que cambié de tema.

—¿Cómo te va con Charo? ¿Te sigue ignorando? —le pregunté.

—Ella me importa un bledo. Se inventa cosas en su mente, entonces no veo ninguna posibilidad de que volvamos a estar juntos; me tiene cansado —respondió él con calma.

—El entorno en el que está arruinó su personalidad, estoy segura de que lo sabes. Necesita a alguien que la saque de ahí, pero no tiene la certeza de que tú seas capaz de ofrecerle una vida nueva. Para decirlo sin rodeos, le preocupa convertirse en una carga para ti.

—Lo sé. —Suspiró—. Por eso la dejo hacer lo que quiera. Cuando termine el trabajo aquí, intentaré hablar con ella. De todos modos, ella también está ocupada con su investigación.

—No imaginé que encontrarías a una científica para que fuera tu novia. Seguro logrará hacer maravillas en el futuro.

—No conocía su profesión cuando estábamos juntos. Me oculta muchas cosas. Ni siquiera sé por qué rompimos. Después de esto, me ocuparé de las cosas entre nosotros. Necesito librarme de su depresión. —Hizo una pausa antes de preguntar—: ¿Sabe Cristóbal lo que le sucedió a Emilia?

—No estoy segura. No obstante, le dije que se esforzara por conocerla. No sé lo que hizo, pero me da la impresión de que ella no le había hablado de su pasado. ¿Quién sabe? Tal vez él lo sabía desde el principio, pero no se lo dijo. No importa, son una pareja casada, así que es asunto suyo. Tú, sin embargo, todavía tienes que lidiar con tus propios problemas.

—Era solo una pregunta —resopló.

—¿Qué está haciendo ella? —le pregunté.

—Está desarrollando un nuevo programa de seguimiento. Con él, podremos rastrear a todos los miembros de la familia Genova.

—¿No les quitará su libertad?

Dante bufó al oír mi pregunta.

—Los que podrán utilizar este programa no son tan simples como parecen. Mientras no hagan algo no debido, no tendrán por qué temer que se les limite. Además, todos estuvieron de acuerdo, Santiago no obligó a nadie a usarlo. En lugar de eso, les informó que aquellos que estuvieran dispuestos a emplear este programa para informar a los Genova sobre su paradero gozarían de una mayor autoridad. Solo un necio rechazaría esa oportunidad.

Al escuchar la explicación, supe que Santi planeaba delegar su poder.

—¿Crees que eso funcionará? ¿Los restringirá? —le pregunté a Dante.