Te regalo toda una vida de amor Capítulo 564

Conociendo a Santiago, lo que acababa de decir significaba que Alejo o Melisa se creían más de lo que eran. Alejo, que no había entendido, preguntó con ansiedad: «¿Hablas de mí o de Melisa?». Sin embargo, Santiago procedió a ignorarlo por completo. Al ver eso, Lucas y Dante se turnaron para persuadir a Alejo, que seguía etiquetando y cuestionando a Santiago, de que se detuviera. En un momento, David expresó en el grupo lo que pensaba. «Alejo, dijiste que hubo más de cien ocasiones en las que Santi hubiese terminado muerto si no hubiera sido por Melisa, ¿no? Déjame explicarte qué significa que hay gente que se cree Dios. Las personas que trabajan en esto saben desde siempre que su vida y su muerte no dependen de ellos. Como es lógico, Santi está preparado mentalmente para perder la vida; en otras palabras, ¡se trata de su vida, ya sea que esté vivo o muerto! Nunca le rogó a Melisa que lo salvara. Ella fue… Esto va a sonar mal, pero ella fue quien se creyó Dios y actuó por su cuenta. Además, Santi también la salvó a ella muchas veces, por lo que están a mano. No deberías usar este tipo de cosas para hacerlo sentir que está en deuda con ella». La respuesta no se hizo esperar: «Así que Melisa siempre… ¡Está en un maldito féretro, por favor! ¿El hecho de que él diga que no es necesario ir a su funeral hace que ella deje de «creerse Dios»? ¿Esas palabras son lo único que va a obtener a cambio de una vida entera de sacrificios? David, debe ser sencillo para ti criticar desde tu posición de observador. Ah, no, espera: estoy seguro de que sabes lo que se siente ahora que Eva está enamorada de otra persona. Ni tú ni Melisa tuvieron lo que deseaban. ¿No te estás creyendo Dios tú también al pasar tus días fastidiando a Eva?». «No es lo mismo, Alejo». «¡Ja! Son un puñado de bestias despiadadas».

Tras enviar ese mensaje, Alejo salió del grupo de inmediato. Estaba decepcionado, tanto que ya no quería compartir un grupo de conversación con nosotros. No pude hacer otra cosa más que lamentarme en mi interior. No creía que él estuviese equivocado; todo lo que había hecho era tratar a Melisa como lo haría un amigo. Pero, por otro lado, Santiago tampoco había hecho nada malo. Lo cierto era que nadie estaba errado, solo tenían diferentes obsesiones, círculos sociales y amigos a los que querían ayudar. En pocas palabras, las personas con aspiraciones o principios tan diferentes no podían llevarse bien. «Alejo y yo…», pensé. De repente recordé la manera en que siempre me había ignorado cuando nos encontrábamos por casualidad. La razón por la que nunca me había querido era por Tanya y Melisa. Sus amigas estaban sufriendo y tenían el corazón roto por mi culpa, sobre todo Melisa, que había terminado muerta. Pero ¿qué había hecho yo que estuviera mal? LG había sido quien comenzó la pelea conmigo. No se podía decir que hubiese sido yo quien la buscara. Respiré hondo y dejé el teléfono, pero, justo en ese momento, recibí un mensaje del mayordomo del castillo. «Llevaré al niño a Bristonia yo mismo mañana, señorita Esquivel. ¿Puedo hacer algo más por usted?», decía. Le respondí que todo estaba bien.

Pasé toda la tarde pensando en una cosa: ¿quién era la persona que había asesinado a Zacarías, el amigo de Nicolás? Había pocos hombres más poderosos que él, sin mencionar que el Nicolás que yo conocía era incapaz de quedarse de brazos cruzados ante algo así. Supuse que debía estar esperando el momento indicado para atacar. Cerré los ojos y musité:

—Una señorita ciega… Zacarías, el guardaespaldas… Asesinado por su propio empleador… ¿Quién puede ser?

De pronto, mis pensamientos me llevaron hacia una persona clave: José. Como guardaespaldas, él conocía bien la industria y era probable que supiera quiénes trabajaban para ciertos peces gordos. Decidí llamarlo.

—Señora —saludó de manera cordial en cuanto contestó la llamada.

—José, necesito hacerte una pregunta.

—Por favor. —Nuevamente, habló con cortesía.

—¿Cuánto sabes de la industria de la seguridad privada?

—Siempre trabajé en esto. Conozco al 80 % de la gente del rubro, ya que todos pertenecen, en privado, a un grupo de guardaespaldas.

—¿Un grupo de guardaespaldas? ¿Qué es eso? —pregunté con curiosidad. De pronto, José comenzó a respirar con dificultad.

—Deja de hacer eso —dijo en voz baja. Lo que oí me tomó desprevenida. Él se apresuró a explicar—: Lo siento, señora. Estoy en casa y ella está… aquí. Iré al balcón a seguir conversando. —Se refería a Tanya, ellos estaban… Mis mejillas se pusieron rojas al percatarme de que estaba arruinándoles el momento—. Se trata de un grupo de WhatsApp donde las personas del rubro nos reunimos para comunicarnos. Las comunicaciones han avanzado mucho. —Se tomó un momento para tranquilizarse antes de continuar—: Al principio, los Genova nos prohibieron unirnos al grupo, pero cuando murió el señor Jaime Genova, la persona a cargo me dijo que me metiera. Todos los días me entero de cosas nuevas y por eso es que sé tanto de esta industria. ¿Puedo preguntarle por qué quería saber eso, señorita? ¿Hay algún problema?

—Quiero saber de una persona.

—Dígame, por favor.

—No sé su nombre completo, pero he oído que lo llamaban Zacarías. Le dieron una licencia en el ejército y tenía una prometida ciega. Era amigo cercano de Nicolás Ferreiro. ¿Lo conoces?

—Zacarías… —repitió él, dubitativo. Su reacción no pasó desapercibida, así que insistí:

—¿Lo conoces?

—Si se fue del ejército, su prometida era ciega y era amigo de Nicolás, debo suponer que está hablando de… —Como si se hubiera dado cuenta de que había dicho algo que no debía, se detuvo de repente—. Lo siento, señora. Lo conozco, pero en esa época los guardaespaldas firmamos un acuerdo de confidencialidad. No debemos hablar de Zacarías, sin importar el lugar ni el momento, de lo contrario, seremos asesinados.

«Lo que dice suena serio. ¿Un acuerdo de confidencialidad? ¿Quién podría hacer que los guardaespaldas de la familia Genova firmen un acuerdo así más que los mismos Genova?», me dije. Sin dudarlo, volví al ataque:

—¿Mi padre o Santiago?

—Me está poniendo en un aprieto —dijo con renuencia.

—José, soy la señora Genova…

—Señorita, esto no es tan simple como parece. —Para mi sorpresa, me interrumpió—. A partir de la firma de ese acuerdo, yo y otras tres personas estamos bajo vigilancia. El documento dice claramente que, si alguien más se entera de esto, nos convertiremos en objetivos. Eso no cambia a pesar de que usted sea ahora la señora de la casa… Hay demasiados secretos y verdades ocultas de esa época que usted no debería desenterrar, señorita.

Aparte de José, había otras tres personas que conocían a Zacarías. ¿De qué clase de secreto se trataba que se esforzaban tanto por mantenerlo oculto? No logré sacarle ninguna pista a José, pero tenía la certeza de que los Genova eran quienes querían mantener la verdad en las sombras. ¡¿Quién era exactamente el jefe de la familia Genova?! Había dos opciones: mi padre o Santiago. Pero ¿por qué les prohibirían a todos hablar de Zacarías? Para ser honesta, me había imaginado que José no era el único que sabía sobre el tema; estaba segura de que Antonio, que era quien se hacía cargo de la familia, y Santiago también estaban al tanto. Además, José me había rechazado de plano, ni siquiera había logrado presionarlo con mi posición como señora de la casa. Ya podía anticipar que iba a pasar lo mismo si iba a preguntarle a Antonio, así que, al parecer, la única persona a quien podía consultar era Santiago. «Pero ¿y si él fue quien lo planeó? ¿No estaría invadiendo su privacidad si le preguntara? ¿Con cuál de los tres debería probar suerte?», pensé. Tras reflexionar un poco, me decidí por Antonio. Después de todo, le había entregado todo el poder de la familia Genova y era el único que iba a ser leal por el resto de su vida. Si resultaba que él también me escondía cosas, como José, iba a significar que la persona que había elegido para ese puesto no estaba a la altura. No era que quisiera complicarle las cosas, sino que alguien en su posición no debía ocultarme nada, jamás. Lo rumié un buen rato antes de llamarlo.

—¿Cuáles son sus órdenes, señora? —dijo al contestar.

—¿Conoces a Zacarías?