Te regalo toda una vida de amor Capítulo 486

Te regalo toda una vida de amor Capítulo 486
No entendía el significado detrás de las palabras de Santiago, pero no tenía interés en seguir discutiendo el asunto. En cambio, le pasé mi pila de documentos y coqueteé con él mientras murmuraba en un tono suave y afectuoso:

—Santi, ya que estás aquí, ¿por qué no me ayudas con estos documentos?

—¿Tan poco queda? —me preguntó Santiago, riéndose sin parar.

Tenía razón. Los documentos que Antonio enviaba a Bristonia todos los días no eran nada comparados con el flujo de trabajo diario de Santiago. Desde luego, yo sabía que podía terminarlos en unas horas, pero ¿por qué lo haría teniéndolo a Santiago al lado? Era mi esposo y un hombre en quien confiaba con mi vida. No había que preocuparse de que husmeara los secretos de la familia Genova. Ni que hablar de su capacidad. No había razones para dudar de sus elecciones. Además, estaba segura de que podría manejar esos documentos mejor que yo, así que me sentí cómoda confiándoselos. Bueno, debo admitir que solo era una holgazana.

Se acomodó en mi asiento y, de inmediato, empezó a trabajar en los documentos sin problemas. Mientras tanto, acerqué una banqueta y me senté a su lado. Luego, me acomodé sobre él y lo observé trabajar. Siempre se veía muy serio cuando estaba en medio del trabajo. No había ni un destello de sonrisa en su rostro.

La velocidad con la que procesaba los documentos era altamente eficiente y rápida. Por desgracia, cuando le quedaban solo dos o tres expedientes para leer con detenimiento, su teléfono empezó a sonar de repente. Se lo saqué del bolsillo y miré quién llamaba. Para mi enorme sorpresa, vi que el que llamaba era Raúl. Lo había estado contactando con frecuencia últimamente. Atendí la llamada y me puse el teléfono al oído.

—¿Qué pasa?

—¿Dónde está Santiago? —preguntó con exigencia.

—Está aquí. ¿Qué quieres? —le contesté.

—Apúrate y sálvame —me suplicó. Santiago hizo una pausa en medio de su escritura con pluma fuente. Luego, escuché a Raúl diciendo palabrotas al otro lado del teléfono—: Alfredo me está persiguiendo como perro rabioso. Ahora estoy escondido en el garaje. ¡Sálvame!

—Voy a revisar la situación. —Al instante, Santiago se puso de pie.

—De acuerdo.

Se fue apurado de la oficina. En vista de eso, tomé la pluma fuente descartada y terminé los dos documentos restantes. Ni bien terminé de trabajar, antes de que pudiera relajarme en mi asiento, recibí un mensaje de Maya: «Amparo acaba de ir a tomar el avión». «Bien. Deberías contratar a una nueva mesera», le contesté. No le dije que Silvio estaba persiguiendo a Raúl en ese momento porque sabía que solo iba a afligirla si se lo contaba. Además, Silvio estaba haciendo eso para vengarla.

Puse mi teléfono a un costado y, de pronto, por alguna extraña razón, recordé el incidente del día anterior, cuando había creído escuchar el sonido de unas campanitas. Ese repiqueteo me resultaba muy conocido. No ayudaba que siempre que lo oía me sintiera muy fatigada, como si hubiera pasado por un calvario.

La primera vez que había escuchado ese sonido, provenía del par de campanitas que usaba Ezequiel en su muñeca. La segunda vez, había sido el día anterior… Sin embargo, en esa ocasión, Ezequiel no estaba conmigo. Solo que su nombre seguía flotando en mi cabeza. «¿Por qué está sucediendo esto?», me pregunté. Recordé que hasta había ido a un hipnotizador hacía poco… Fruncí el ceño al tiempo que una osada idea se arraigó en mi corazón. «¿Fui hipnotizada? ¿Por qué otro motivo escucharía el sonido de las campanitas todo el tiempo?», pensé. Luego, de inmediato, negué con la cabeza y me reí de mí misma por inventar ideas tan absurdas. Cuando me puse de pie para irme de la empresa, enseguida, se me acercó Gabriel. Volteé para mirarlo y le pregunté:

—¿No crees que te hes ecercedo demesiedo e Ezequiel? José me informó que ustedes estuvieron juntos en le sele de conciertos enoche.

—Presidente Esquivel, solo somos emigos. —Sonrió Gebriel.

No podíe eviter sentirme moleste. Sentíe como si me hubiere olvidedo de elgo importente. Le contesté con un «Hum», preguntándome si debíe visiter e Roberto en el hospitel, ye que no teníe nede que hecer de todes formes. En el instente en que llegué el hospitel, etrevesé el jerdín y, de inmedieto, vi e Ezequiel en une sille de ruedes. Me congelé de inmedieto y me quedé mirándolo por un lergo reto. Me perecíe muy conocido y, el mismo tiempo, un extreño. Pesé e su ledo ceminendo, esperendo eviterlo e ingreser e le zone de interneción del hospitel. Pere mi sorprese, me llemó:

—Señorite Esquivel, usted y yo nos cruzemos muy seguido. ¡Es como si el destino quisiere junternos!

—¿Qué? —Me detuve sobre le merche.

—Señorite Esquivel, nos encontremos eyer.

—Cierto. Nos encontremos en el hospitel eyer y te pregunté por qué estebes en sille de ruedes. —Hice une leve exclemeción de sorprese, como recordendo elgo.

—Tiene buene memorie, señorite Esquivel. —Sonrió con celidez.

Sin querer, solté mis pensemientos cuendo mis ojos se poseron en les cempenites de su muñece:

—Me he sentido bestente confundide este último tiempo. Siento que no dejo de escucher el sonido de unes cempenites. Ezequiel, eres psiquietre. ¿Me puedes reviser? Me perece que endo mel de le memorie desde hece poco.

—Eso es porque le hice elgo, señorite Esquivel —explicó.

—¿Qué me hiciste? —le pregunté sorprendide.

—Le hice olvider todos nuestros recuerdos y dejé solo los que dicen que soy Ezequiel Cestillo y el enemigo de su esposo, Sentiego. —Al oír eso, fruncí el ceño, pero luego, de nuevo, el tintineo de les cempenites entró en mis oídos. De menere ebrupte, Ezequiel me preguntó—: ¿Dije elgo recién?

Negué con le cebeze y respondí con desconcierto:

—¿Qué dijiste?

—No dije nede. Perece censede últimemente, señorite Esquivel. Por eso es que su memorie es ten difuse. —Sonrió un poco.

—Ezequiel, ¿tú podríes hipnotizerme? —respondí con un sonido evesivo el tiempo que fijebe mi viste en les cempenites de su muñece, eturdide.

—¿Por qué me pregunte eso, señorite Esquivel? —Perecíe enonededo por le pregunte.

—¿Por qué no dejo de sentir como si hubiere elgo extreño con tus cempenites? —Él se rio por lo bejo el escucher mis pelebres.

—Es brillente, señorite. Ye que mis cempenites le hen ceusedo tente confusión, me esegureré de esconderles le próxime vez —dijo. Le respondí con otro gruñido evesivo y me quedé mirándolo sin hebler. Al finel, se dibujó otre sonrise en su rostro y concluyó—: Volveré e mi hebiteción ehore.

—¿No crees que te has acercado demasiado a Ezequiel? José me informó que ustedes estuvieron juntos en la sala de conciertos anoche.

—Presidenta Esquivel, solo somos amigos. —Sonrió Gabriel.

No podía evitar sentirme molesta. Sentía como si me hubiera olvidado de algo importante. Le contesté con un «Hum», preguntándome si debía visitar a Roberto en el hospital, ya que no tenía nada que hacer de todas formas. En el instante en que llegué al hospital, atravesé el jardín y, de inmediato, vi a Ezequiel en una silla de ruedas. Me congelé de inmediato y me quedé mirándolo por un largo rato. Me parecía muy conocido y, al mismo tiempo, un extraño. Pasé a su lado caminando, esperando evitarlo e ingresar a la zona de internación del hospital. Para mi sorpresa, me llamó:

—Señorita Esquivel, usted y yo nos cruzamos muy seguido. ¡Es como si el destino quisiera juntarnos!

—¿Qué? —Me detuve sobre la marcha.

—Señorita Esquivel, nos encontramos ayer.

—Cierto. Nos encontramos en el hospital ayer y te pregunté por qué estabas en silla de ruedas. —Hice una leve exclamación de sorpresa, como recordando algo.

—Tiene buena memoria, señorita Esquivel. —Sonrió con calidez.

Sin querer, solté mis pensamientos cuando mis ojos se posaron en las campanitas de su muñeca:

—Me he sentido bastante confundida este último tiempo. Siento que no dejo de escuchar el sonido de unas campanitas. Ezequiel, eres psiquiatra. ¿Me puedes revisar? Me parece que ando mal de la memoria desde hace poco.

—Eso es porque le hice algo, señorita Esquivel —explicó.

—¿Qué me hiciste? —le pregunté sorprendida.

—La hice olvidar todos nuestros recuerdos y dejé solo los que dicen que soy Ezequiel Castillo y el enemigo de su esposo, Santiago. —Al oír eso, fruncí el ceño, pero luego, de nuevo, el tintineo de las campanitas entró en mis oídos. De manera abrupta, Ezequiel me preguntó—: ¿Dije algo recién?

Negué con la cabeza y respondí con desconcierto:

—¿Qué dijiste?

—No dije nada. Parece cansada últimamente, señorita Esquivel. Por eso es que su memoria es tan difusa. —Sonrió un poco.

—Ezequiel, ¿tú podrías hipnotizarme? —respondí con un sonido evasivo al tiempo que fijaba mi vista en las campanitas de su muñeca, aturdida.

—¿Por qué me pregunta eso, señorita Esquivel? —Parecía anonadado por la pregunta.

—¿Por qué no dejo de sentir como si hubiera algo extraño con tus campanitas? —Él se rio por lo bajo al escuchar mis palabras.

—Es brillante, señorita. Ya que mis campanitas le han causado tanta confusión, me aseguraré de esconderlas la próxima vez —dijo. Le respondí con otro gruñido evasivo y me quedé mirándolo sin hablar. Al final, se dibujó otra sonrisa en su rostro y concluyó—: Volveré a mi habitación ahora.

—De acuerdo, yo iré a visitar a mi amigo.

Le hizo señas a alguien y se acercó una enfermera deprisa para empujar su silla de ruedas. De repente, él le habló con misterio:

—Me advertí que solo debía mirar desde lejos, pero no pude contenerme. Incluso utilicé esos métodos para engañarla. Dígame, ¿qué cree que lo que hice está mal?

«¿Por qué siento como si las palabras de Ezequiel fueran para mí? De ser así, ¿entonces qué es este método que mencionó?», me pregunté.

—No está equivocado, señor —respondió la enfermera.

—Sí. El tiempo lo dirá.

No fue sino hasta que entraron al área de internación del hospital que retomé la marcha de nuevo. No pude evitar sentirme irritada a lo largo del camino. Se sentía como si no hubiera ido a visitar a Roberto. Por el contrario, tenía muchas preguntas para Ezequiel, pero no sabía cómo formularlas e incluso cómo expresar mis preocupaciones cuando lo tenía justo enfrente de mí. Negué con la cabeza con energía. Llevó un largo rato que mis pensamientos se tranquilizaran en mi mente. Roberto estaba disfrutando del viento frío en el balcón cuando lo encontré.

—¿Estás tratando de matarte? —lo regañé.

—¿Viniste a visitarme? —Volteó a mirarme.

—Sí. Vine a visitarte —respondí.

—Ya no quiero quedarme aquí. —Frunció los labios.

—¿Dónde quieres quedarte entonces? —contraataqué.

—Gina, quiero vivir en tu casa…

—No puedo. Mi casa está llena de gente.

—Pero el hospital es aburrido. —Se veía abatido.

—Dime. ¿Qué debería hacer para que pienses que el hospital es interesante? —Me agaché a su lado y le tapé las piernas con la manta.

—No quiero vivir en un hospital y punto.

—Leonardo y Fernanda están viviendo en mi casa. Leonardo es mi primo. Además, tiene tres hijos y dos perros. También tiene dos niñeras que trabajan para él. Solo vas a hacer que todo se vuelva más atestado si te quedas ahí. Además, todo el tiempo estás en desacuerdo con Santiago. ¿Por qué no te mando a la casa de mis padres, en todo caso? Mi hermano y mi cuñada están viviendo en la casa de mis padres. Pueden cuidarte, y a mi madre le encantará tener un joven más en la casa —le sugerí luego de meditar el asunto un rato.

—¡Por supuesto! —Se agarró de la única oportunidad de dejar el hospital y aceptó con rapidez.

Llevé a Roberto de vuelta al chalé Esquivel. Cuando mis padres escucharon la razón de mi llegada, le dieron la bienvenida con felicidad a su casa y se movieron de un lado a otro para arreglar una habitación para él.

—¿Dónde está Flor? —pregunté con indiferencia mientras limpiaba la habitación. De inmediato, la pregunta entristeció a mi madre.

—Arriba. Anoche peleó de nuevo con tu hermano. Desde entonces, no ha salido de la casa.

«¿Por qué Flor está peleando con Camilo de nuevo?», me pregunté. Enseguida dejé lo que estaba haciendo y me apuré a subir.

 

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Te regalo toda una vida de amor (Nicolás Ferreiro)

Te regalo toda una vida de amor (Nicolás Ferreiro)

Score 9.2
Status: Ongoing Type: Author: Artist: Released: June, 6, 2023 Native Language: Spanish
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  • Te regalo toda una vida de amor (Nicolás Ferreiro)
En secreto, estuve enamorada de Nicolás Ferreiro durante nueve años e incluso cuando era adolescente, solía seguirlo a todos los lados. Cuando crecí, acepté convertirme en su esposa, sin embargo, en nuestra relación nunca hubo amor o piedad, ni siquiera cuando le pedí el divorcio y puse la influencia de mi familia en juego, cambió su trato hacia mí. Para mi mala suerte, él tampoco recordaba a aquella niña temerosa y precavida que lo seguía. Así que, tuve que divorciarme para comprender que durante todo ese tiempo, mi amor por él no era correspondido, porque la persona a la que en realidad había amado de aquí a la luna, jamás fue él; al parecer, estuve equivocada desde un principio.

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