Te regalo toda una vida de amor Capítulo 441

Ezequiel no afirmó si era verdad o no, aunque solo se rió por lo bajo, con una risa bastante dulce.

—Tienes un pelo muy suave.

—Sí, me hago baños de crema muy seguido.

—El pelo de una mujer es de mucha importancia y le puede dar puntos extra para la buena suerte. Señorita Esquivel, ¿se animaría a cortarse el pelo hasta la cintura?

—¿Cuánto pelo me vas a sacar exactamente? —le pregunté.

—Más o menos cinco dedos más corto de lo que lo tiene ahora. Cinco dedos más corto no era tanto para mí y, de hecho, hasta me parecía poco.

—Agrégale tres dedos más. —Luego de esa conversación, nos quedamos en silencio. Confundida, observé las llamas y miré hacia la nada mientras Ezequiel me cortaba el pelo en silencio. Unos minutos después, exclamé—: Parece que eres bueno en todo lo que haces.

—Es que trabajé en muchos lugares.

Ya lo había mencionado antes. Todo el mundo estaba de acuerdo con que Claudio había nacido con una personalidad muy tóxica, por lo que atacaba a cualquier persona sin importarle nada. Ese fue el motivo por el que todos quisieron sacarle el puesto de gran relevancia y matarlo en aquel momento. Aunque ahora tenía a Ezequiel enfrente de mis ojos. Era un hombre muy respetuoso y con mucha tranquilidad. Se me vino eso a la cabeza, ya que Claudio había tenido otra oportunidad en la vida y la pudo llegar a valorar mucho más que antes. Quizá era ignorado por las opiniones que tenían de él en el pasado.

—¿Cómo te sientes ahora? —pregunté con timidez.

—Señora Esquivel, ¿le interesa saber más sobre mí? —señaló él por lo bajo.

—Solo preguntaba para saber. —Acto seguido, nos llamamos al silencio. Un segundo después, recibí un mensaje de Joel: «Señorita Genova, no estoy seguro de las intenciones que tiene Claudio. ¿Se encuentra bien?». A Ezequiel no le molestó que me estuviera comunicando con otras personas; por eso no le pedí a ninguno de mis guardias que lo atacaran. No significaba una amenaza para mí. «Está todo bien. No le cuentes a Santiago porque se va a preocupar. Veámonos en el punto de encuentro final, pasado mañana temprano por la mañana», le contesté a Joel. «Por supuesto. Haré lo que me diga, señorita Genova», escribió.

Cuando salimos, Joel hizo lo que le instruí; quizás fue porque Santiago ya se lo había pedido antes. Ezequiel tardó media hora en cortarme el pelo. Una vez que terminó, fui al auto a ver cómo me había quedado en el espejo retrovisor. Era un buen peluquero, ya que no se podía diferenciar si lo había hecho un profesional o él mismo. Nos sentamos y descansamos por un rato al lado de la fogata hasta que se hicieron las nueve de la noche y llegó el momento de cocinar. Ezequiel había comprado alimentos secos por la zona más temprano, pero a mí no me gustaban. Por suerte, había un poco de pan y leche en el auto. Tomé una botella de leche y se la pasé. La agarró y me agradeció. Era un hombre demasiado silencioso que no diría ninguna palabra si yo no hablase. Luego de comer el pan, volví al auto y me tiré a descansar en el asiento de atrás. Él se quedó sentado junto al fuego.

El cielo de noche en Siria transmitía mucha paz y estábamos cubiertos por una gran pared de montañas. Las llamas tenues de la fogata iluminaron su rostro y lo vi un poco triste. Sin poder explicarlo, sentí la soledad de ese hombre. Parecía ser alguien completamente solitario. Me dio mucha pena. «¿Por qué me importa?», pensé. Suspiré y cerré los ojos para dormir.

Tuve un buen descanso durante la noche, aunque escuchaba unas campanas sonar en mis oídos. Un sonido que me daba mucha tranquilidad.

—Gina, soy muy afortunado —oí que decía una voz. «¿Estoy soñando?», me pregunté—. Gina, hace nueve años, apenas me enteré de que tus padres fallecieron en el accidente aéreo, pensé en renunciar a todo, mi trabajo y mi riqueza, solo para volver a Bristonia para hacerte compañía. En aquel momento, tenías catorce años y estabas entrando en plena adolescencia. Quería abandonar la riesgosa vida que llevaba para volver al país a llevar una vida más sencilla y poder verte crecer. Me quise convertir en el hombre de tus sueños y sentirme más cerca de ti. Me imaginé el futuro perfecto, nuestro futuro. —«¿Qué es ese sonido? ¿Para quién son esas palabras?», pensé—. Gina, siempre supe cómo alejarme de las cosas rápido, y sé muy bien lo que estoy buscando. Nunca fui tan poco racional como creían. Solo hice lo que quise y llegué a tener tanto poder que no podían dejarme ir. Por lo tanto, se unieron y me quisieron matar. En ese entonces, me quitaron la posibilidad de volver a Bristonia para verte crecer y, ahora, estás casada con otro hombre. Gina, no te preocupes. —«¿Que no me preocupe por qué?», me pregunté.

Escuché todas esas palabras con mucha claridad, pero apenas me levanté, al día siguiente, no podía recordar nada. Sin lugar a dudas, recordaba que había tenido un sueño la noche anterior, pero olvidé de qué trataba. Me froté los ojos con la mano y abrí la puerta del auto. Vi que Ezequiel seguía sentado al lado del fuego, y se notaba que no había dormido en toda la noche.

—¿A qué hora nos vamos? —Me acerqué y le pregunté.

—Ya mismo.

Ezequiel se levantó y me rozó al pasar por mi lado para entrar al auto. No me senté atrás, sino que abrí la puerta del asiento delantero. De esa forma, tendría muy pocas posibilidades de marearme con el movimiento y podría soportar el viaje. Apenas entré al auto, bajé la ventanilla de inmediato y asomé la cabeza. Puse un almohadón para apoyarme. Me sentí muy cómoda y empecé a disfrutar de la brisa.

El viaje fue demasiado silencioso. En el camino, nos detuvimos en un pueblo. Acompañé a Ezequiel a comprar más provisiones porque ya no nos quedaba mucha comida.

—¿Cómo pudiste sobrevivir en aquel entonces? —inquirí cuando volvimos al auto.

—La persecución me llevó hacia el mar y un inglés que manejaba un crucero privado me vio y me rescató. Ya había perdido todos mis recuerdos para ese momento. Le di bastante lástima, así que me llevó y me envió a estudiar Psicología, ya que era demasiado joven. Estudié durante nueve años y, luego, comencé a enseñar en Inglaterra.

—¿Ya pudiste recuperar la memoria?

—Sí, comencé a recordar algo hace tres meses —confesó Ezequiel.

—¿Qué edad tenías cuando sucedió todo? —indagué un poco más con mucha curiosidad.

—Veintitrés. Tenía tres años más que su esposo. —Ezequiel tenía treinta y dos años en ese momento.

—Eras muy joven —comenté mientras asentía.

—Así es. ¿Usted cumplió veintiséis este año? —me preguntó de repente.

—Sí, cumplí en Año Nuevo.

—Sus hijos mellizos son encantadores. —De pronto, demostró interés en mis dos hijos. Quizás porque me había contestado todas las preguntas que le había hecho con sinceridad, no dudé en responderle.

—Sí, tengo fotos de ellos aquí. ¿Quieres verlas? —ofrecí. Esbozó una sonrisa cálida y afirmó.

Ezequiel era un hombre muy guapo y, cuando sonreía, se veía mucho más bello. Tomé mi móvil y busqué las fotos para mostrárselas. Se lo pasé y las observó por un rato.

—Son parecidos a ti.

—Sí, la niña se parece más a mí —agregué con una sonrisa.

—¿Cómo se llaman?

—León y Leo —contesté.

—Ah.

Me devolvió el móvil y, a los pocos minutos, el ambiente entre los dos se sintió mucho más agradable. Ya no parecíamos enemigos, solo dos amigos del pasado que estaban juntos de vacaciones. Ezequiel no se parecía en nada a la descripción de Claudio Migueletes. El Ezequiel que yo conocí era muy apacible. Sin embargo, no me podía olvidar de las cosas que le había hecho a Roberto. Aunque Ezequiel no tenía toda la culpa, Roberto había sido el que empezó todo en verdad.

—¿Por qué piensas que nunca te casarás? ¿Te han maltratado muchas veces en la adolescencia? —le pregunté con indiferencia.

—Ya he mencionado en otra ocasión que la mujer que amo está casada. Tiene una vida hermosa, así que no la arruinaré.

—¿Ella sabe que la amas? —pregunté tras asentir.