Te regalo toda una vida de amor Capítulo 405

Roberto debía estar delirando para pedir la custodia de Pedro. Tampoco se trataba de ser digno o no, simplemente no había razón para que un niño pequeño dejara a sus padres. Menos con el estado mental de Roberto. Era un hombre paranoico, no podía dejar que cuidara de Pedro.

—Pedro es pequeño, no puedo dejarlo contigo —dije con cuidado de no herir su orgullo—. Y soy su madre, no puedo pensar en alejarme de él. ¡No me pidas algo así!

—Bien. —Él se encogió de hombros—. Como sea, soy enemigo de Santiago, así que le causaré dificultades siempre que se me dé la gana.

—¿Qué tan infantil puedes ser? —repliqué irritada.

—¡Tanto como quiera!

Decidí ignorarlo y pedirle a José que lo atara y lo llevara al helicóptero. Cuando me preguntó a dónde quería enviarlo, miré al hombre con rabia.

—¡A donde sea, pero fuera de Finlandia! —rugí.

Vi cómo despegaba el helicóptero antes de volver a casa con José. No había ni una luz encendida en la casa contigua, pero mi guardaespaldas me informó que Silvio ya estaba de vuelta, por lo que me pregunté cómo irían las cosas. Había asuntos que solo podían resolver en pareja. Por suerte, Maya se encontraba mentalmente estable por el momento.

Una vez en el chalé, vi que los niños seguían despiertos pegados a los pies de Santiago. Parecían niños obedientes y tranquilos.

—¿Lloraron mientras no estuve? —le pregunté con alegría.

—Rita lloró.

—¿Por qué?

—Porque tenía hambre. La niñera los alimentó hace un momento. Creo que deberían dejar la leche, ya tienen casi un año después de todo.

—¿Tan pronto? ¡No puede ser!

—Nacieron en agosto, así que faltan tres meses.

Tenían nueve meses. Podían gatear por el suelo e incluso ponerse de pie en ocasiones. Pedro era más activo y aprendía las cosas rápido, mientras que Rita era más lenta. Pedro era demasiado tranquilo, casi nunca lloraba; de hecho, era tan poco frecuente que no parecía un bebé. Más bien parecía un niño de cinco o seis años.

Con Rita en brazos, me agaché para acariciar la cabeza de Pedro. Él se acercó gateando y se aferró a mi brazo.

—Pedro, llama a papá para que él te alce.

—Papá —dijo el pequeño con las manitos en el aire.

Santiago sonrió, dejó el libro y tomó a Pedro en brazos.

—A veces es difícil de creer —comentó.

—¿Qué cosa?

—Nunca pensé que iba a tener hijos. —Más precisamente, nunca había pensado que iba a enamorarse.

—¿Estás feliz?

—Sí. Gracias, mi amada señora Genova. —Se estaba volviendo más hábil con las palabras.

Me senté a su lado con Rita en brazos. Los dos niños eran bastante ruidosos cuando estaban juntos, pero era divertido.

Cuando desperté al día siguiente, Santiago seguía en la habitación.

—Santi, ¿hoy no tienes trabajo? —le pregunté sorprendida.

—Raúl y Roberto se echaron atrás. —Luego agregó de pronto—: En cuanto al señor Hayes, sé que hizo algo malo, así que ya no me vincularé con él en el futuro.

—¿Él secuestró a Maya?

—Sí, Raúl lo extorsionó.

—¿Silvio se lo dejará pasar?

—No, a menos que… —comenzó, pero se quedó callado.

—¿A menos que qué? —insistí.

—Que la familia Hayes pague cierto precio.

Silvio también debía ser cruel.

—Me pregunto cómo estarán ahora —comenté preocupada.

—Puedes ir a echar un vistazo.

—Tendría que pensar en una excusa para visitarlos —reflexioné.

Santiago sonrió con una despreocupación que me era familiar.

—Iré a ver a Silvio. ¿Quieres venir conmigo?

Me apresuré a aferrar su brazo por la alegría, pero él me dijo que fuera a asearme y vestirme. Me metí en la ducha enseguida, y él me siguió al baño de inmediato.

—¿Qué haces? —pregunté un poco incómoda.

—Voy a afeitarme. Puedes bañarte tranquila. —Para él era muy fácil decirlo.

Al terminar, salí de la ducha soportando la enorme vergüenza, pero él me tomó en brazos de repente, me llevó de vuelta a la tina y entró detrás de mí. Pasamos dos horas juntos allí. Hacíamos esas cosas con mucha frecuencia por esos días.

Después de cambiarme, bajé y encontré a los niños jugando con la niñera. Le di un beso a cada uno y luego salí con Santiago. La residencia vecina aún estaba en silencio, así que él tocó el timbre. Poco después, Silvio se asomó por una ventana del primer piso.

—Santiago, ¿por qué tanto escándalo a estas horas?

—¿Quieres desayunar? —preguntó Santiago con calma.

—¿Viniste solo para eso?

El hombre parecía estar de mal humor, algo infrecuente en él. Luego recordé que lo había visto muy ebrio la noche anterior. Le importaba lo sucedido, por supuesto que le importaba, pero se había obligado a dejarlo de lado. De lo contrario, no estaría allí. Aunque estaba molesto, tenía que consolar a Maya.

—Raúl y Roberto se retiraron.

—¿Y qué hay de la familia Hayes? —preguntó sorprendido.

—No se atreverán a causar problemas.

—Jeremías no se atreverá, pero yo no se lo dejaré pasar tan fácil.

—¿Volverás a Bristonia? —quiso saber Santiago. ¿Por qué preguntaba eso de repente?

—Sí, me iré esta noche.

Pensando en eso, decidí interrumpirlos:

—¿Dónde está Maya?

—Sigue durmiendo. Irá a visitarte más tarde.

—Ah, ¿Se encuentra bien?

—Más o menos. Necesita descansar.

Silvio sonaba muy frío y distante. Al final, no nos dejó entrar, así que Santiago y yo volvimos a casa.

—¿Por qué irá a Bristonia esta noche?

—Porque han visto a Raúl de camino allí al amanecer.

—¿Y quiere cobrar venganza?

—Sí, no lo dejará escapar tan fácil.

En esa batalla entre Raúl y Silvio, al final, Maya sería la única lastimada. Pero con su odio hacia Raúl, debía quererlo muerto, ¿no? Decidí no pensar más en eso, en cambio, le pregunté a Santiago si también íbamos a volver a Bristonia.

—Por ahora no.

Luego pensé en los niños, así que aferré el brazo de Santiago y le pregunté:

—¿Cuándo registrarás a los niños, Santi? Pedro es un duque de Francia, pero Rita todavía no tiene identificación.

—Aún no volveremos a Bristonia porque planeo ocuparme de ese asunto. —Era más responsable que yo.

—Hazlo lo antes posible.

Al principio, no tenía prisa por volver, pero esa noche recibí una llamada de Fernanda.

—Camila…

—¿Qué pasó? —Mi corazón dio un vuelco.

—Ella encontró a tu hermano —respondió. No entendía lo que estaba diciendo. Cuando estaba por preguntarle, ella agregó—: Regina, Camila y Flor están en Bristonia, y me obligaron a venir también.

Sabía que si Camila estaba allí, no podía ser nada bueno.