Te regalo toda una vida de amor Capítulo 370

Te regalo toda una vida de amor Capítulo 370

Oír de su boca las palabras «señora Genova» me generó una sensación complicada y amarga, en especial al mirar dentro de sus ojos oscuros. Como un tentador remolino, esos ojos me jalaban hacia adentro y me sofocaban, me impedían liberarme y entregarme por propia voluntad para ser prisionera de su corazón. ¿Pero no era un momento inadecuado?

—¿Cómo podría ser la señora Genova? —pregunté con vacilación. Santiago frotó con los dedos la pulsera que yo tenía en la muñeca mientras murmuraba:

—Registraremos el matrimonio en Irlanda.

Siempre había deseado casarme con él. Quería ser la señora Genova, quería ser su esposa legal. Así, David ya no iba a poder dejarme muda con sus comentarios y, además, iba a poder formar parte del universo de Santiago abiertamente. Sin embargo, la situación de ese momento no era la ideal.

—Pero tu madre… —le recordé. Él desvió la mirada.

—Lo tomaré como un sí.

En realidad, no había aceptado, solo le estaba haciendo una pregunta. Quise decir algo, pero al ver la expresión de su rostro no pude hacerlo. No quería arruinar su buen humor. Había percibido su felicidad desde la mañana, cuando nos habíamos despertado en el castillo: sonreía al hacerme preguntas, me hacía cumplidos sobre mi apariencia con un tono cariñoso, incluso se había puesto esa chaqueta de cuero a la moda que casi nunca usaba. Además, llevaba puesto un reloj Rolex Submariner con engaste verde que no valía mucho.

—¿Por qué te pusiste esto? —inquirí tomándole la mano. Bajó la vista hacia nuestras manos, que estaban firmemente unidas.

—Hace ocho años, tu padre me dio esto como regalo cuando me hice cargo de la familia Genova por él. Me dijo que su padre se lo había obsequiado a él cuando fue su turno de tomar el poder. Es una especie de reliquia familiar. —Mientras él hablaba toqué el reloj con cariño, pero, antes de que pudiera decir nada, él agregó—: Tu padre… Al menos durante los primeros veintisiete años de mi vida, creí que era mi padre. Él tuvo cuatro hijos y yo era el que menos amaba, pero igual fue mi modelo a seguir desde que era pequeño y siempre busqué su aprobación. A pesar de eso, era muy distante conmigo, al igual que mi madre. Después, me desterró de la familia casi cuatro años antes que a mis otros tres hermanos. Creí que era porque no me quería y estuve triste a causa de eso durante un buen tiempo.

Además de evocar a mi padre, Santiago se había puesto para esa ocasión el reloj que él le había regalado en aquel tiempo. De pronto me di cuenta de lo mucho que él le importaba. Santiago lo quería y lo respetaba. Había trabajado con esfuerzo día tras día para ganarse su aprobación, pero, de repente, el hombre al que siempre había admirado, el que creía que era su padre, se había convertido en el padre de otra persona de la noche a la mañana. ¿Y qué había de él? ¿Su existencia, desde el nacimiento hasta entonces, no significaba nada? Ante ese pensamiento, caí en la cuenta de que Santiago había tenido una vida muy triste, y entendí el dolor que debía haber sentido cuando le arrebaté a la familia Genova de las manos haciendo que toda la influencia que él tenía en Europa se desintegrara. Con todo, yo jamás le había dado consuelo, sino que, por el contrario, siempre buscaba consuelo en él. Según parecía, nadie jamás había sido empático con Santiago. Como era tan fuerte, intrépido e increíblemente hábil para ocultar sus emociones, nadie veía su debilidad. Cuanto más lo pensaba, más pena sentía por él. Durante nuestros dos años de relación, yo había estado tan absorta en mis propios sentimientos que jamás me había detenido a mirar las cosas desde la perspectiva de él. Le apreté la mano y murmuré:

—Lo siento. —Lamentaba mi tozudez del pasado y lo negligente que había sido con él. «Santiago, prometo que, durante el resto de mi vida, tendré más consideración contigo», juré en silencio. «No solo quiero que seas mi hermanastro, sino que quiero ser tu solícita esposa».

—¿Por qué te disculpas así, de la nada? —preguntó sin entender y con el ceño fruncido. Yo esbocé una sonrisa y no dije nada, y él no siguió indagando.

Al principio pensaba preguntarle sobre el tema del anillo de bodas, pero como él no sacó el tema, supuse que tendría algún plan. Todo lo que debía hacer era esperar con paciencia. De todos modos, estaba un poco nerviosa, ya que la actitud decidida que Santiago tenía en ese momento me hacía pensar que estábamos yendo a asentar el matrimonio.

Había oído hablar de las leyes de matrimonio en Irlanda: estaríamos unidos, por contrato, durante la cantidad de años que el acuerdo especificara. Si eran cien años, entonces no sería posible que ninguno de los dos pidiera el divorcio en esta vida. Todos mis documentos estaban en Bristonia, pero era probable que Santiago tuviera todo organizado, de lo contrario no me hubiera llevado hasta allí. Cuando llegamos al registro civil, vi que estaba Antonio.

—¿Qué estás haciendo aquí? —pregunté boquiabierta.

—Vine a traerle unos documentos al señor Genova —repuso él con una sonrisa.

Santiago recibió los papeles y el asistente se alejó en silencio y se ubicó junto a Joel, pero para entonces yo ya tenía una vaga idea de lo que le había entregado. Entonces, Santiago entró en el registro civil mientras yo me quedaba donde estaba. Señalando su espalda, le pregunté a Joel:

—¿Por qué no habla? —Desde que habíamos bajado del auto, no había dicho ni una palabra.

—El señor Genova está nervioso —susurró Joel. De pronto, Santiago se detuvo y ladró con frialdad:

—Joel. —Solo dijo su nombre con voz grave, pero eso asustó tanto al empleado que palideció y se apresuró a ir tras su jefe. Entonces, Santiago giró hacia mí y preguntó con amabilidad—: ¿Estás segura de esto?

Desde el principio, aquello había sido planeado por él; no me había hecho una propuesta ni me había pedido opinión. Aunque hubiese querido negarme en ese momento, ¡no hubiese podido! Estaba segura de que aquel hombre me hubiera hecho entrar al registro civil aunque tuviera que llevarme a la rastra. De todas formas, en mi corazón no había ni una pizca de renuencia.

—¿Te arrepientes de haberme pedido que sea la señora Genova? —inquirí usando un tono serio a propósito. Él sonrió con suficiencia y me cedió el paso para entrar al edificio.

Cuando salimos del registro civil, yo estaba aturdida y no podía creer lo que estaba viviendo. Todo el trámite tomó menos de veinte minutos y ya estaba fuera con un papel de color rosa en la mano. Esto es lo que tenía escrito: «Estimados señor y señora: no puedo saber qué tipo de derechos tiene la mano izquierda sobre la derecha, ni la pierna izquierda sobre la derecha, ni una mitad del cuerpo sobre la otra. Tampoco puedo decir cuánta responsabilidad debería asumir una parte por la otra. En realidad, las dos partes son una sola, ya que la una no podría existir sin la otra. Regocíjense en la existencia del otro. Con este pequeño trozo de papel rosado les doy la mayor de las bendiciones para este siglo de matrimonio. ¡Les deseo toda la felicidad!». La nota terminaba con la firma del juez. Santiago y yo acabábamos de firmar un contrato de matrimonio por un siglo, lo que representaba toda una vida. No podía divorciarme y tampoco debía preocuparme por ser abandonada. La sensación de antes y después de firmar era incomparable.

Mientras caminaba detrás de Santiago, le conté las buenas nuevas a Maya. Ella respondió: «¿Te vas a arrepentir de este matrimonio? Regina, espero que no te traiga tristeza durante tres años como lo hizo el anterior. Deseo que estés bien y seas feliz». Una vez más en esta vida, me había casado en el nombre del amor. Alguna vez había pensado que no volvería a sentir seguridad, pero ese matrimonio de un siglo con Santiago me la había dado. Él sabía que yo deseaba sentirme segura y por eso me había hecho una promesa de por vida. Estaba segura de que ese matrimonio no iba a terminar en un fracaso. Santiago iba a ser mi único amor por el resto de mi vida.

La vida humana duraba mucho tiempo y era probable que pasáramos momentos tristes, discusiones y malentendidos, pero habíamos arriesgado todo sin dejar espacio para el arrepentimiento. Además, el matrimonio era algo que solo podía mostrar su lado más brillante después de pasar por algunas pruebas. ¡Íbamos a ayudarnos mutuamente mientras envejecíamos juntos!

Al ver que me había quedado atrás, Santiago se detuvo para esperarme y me choqué contra su espalda robusta.

—¡Ay, Santi! —Solté un grito ahogado. Él estiró el brazo y me acarició la cabeza.

—¿Qué hay en esa cabecita? —preguntó. Reprimí el entusiasmo de mi corazón y respondí:

—Nada. —Aunque las lágrimas se estaban empezando a acumular en el borde de mis ojos, no había manera de que le contara que estaba al borde de llorar de la emoción porque me había regalado cien años de matrimonio. ¡Pero sentía que estaba a un segundo de largarme a llorar!

Entonces, con una pizca de indiferencia que yo conocía muy bien, él dijo en un tono seductor y algo burlón:

—Señora Genova, creo que está llorando.

 

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Te regalo toda una vida de amor (Nicolás Ferreiro)

Te regalo toda una vida de amor (Nicolás Ferreiro)

Score 9.2
Status: Ongoing Type: Author: Artist: Released: June, 6, 2023 Native Language: Spanish
Content
  • Te regalo toda una vida de amor (Nicolás Ferreiro)
En secreto, estuve enamorada de Nicolás Ferreiro durante nueve años e incluso cuando era adolescente, solía seguirlo a todos los lados. Cuando crecí, acepté convertirme en su esposa, sin embargo, en nuestra relación nunca hubo amor o piedad, ni siquiera cuando le pedí el divorcio y puse la influencia de mi familia en juego, cambió su trato hacia mí. Para mi mala suerte, él tampoco recordaba a aquella niña temerosa y precavida que lo seguía. Así que, tuve que divorciarme para comprender que durante todo ese tiempo, mi amor por él no era correspondido, porque la persona a la que en realidad había amado de aquí a la luna, jamás fue él; al parecer, estuve equivocada desde un principio.

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