Te regalo toda una vida de amor Capítulo 327

Te regalo toda una vida de amor Capítulo 327

Mientras yo estaba inmovilizada y no lograba liberarme, Tanya me miraba con la mayor tranquilidad. En ese momento, un montón de hombres con trajes negros surgieron de distintos puntos del chalé. Al principio creí que estaban con ellos, pero entonces vi el pánico en los rostros de los hombres que llevaban los maletines médicos. Al parecer, no esperaban que hubiera nadie cuidando el edificio. Entonces, me apuntaron con sus armas a la cabeza.

—¡Deles la orden para que nos dejen ir!

—Idiotas —les dijo Tanya con desprecio al tiempo que se acercaba—, ¿no se dan cuenta de dónde estamos? Esta es una de las bases de Santiago, ¿pensaron que no tendría hombres apostados aquí? No estoy segura de a quién responden, pero no debe ser alguien muy conocido, si no ¿por qué harían algo tan estúpido?

Sentí el terror de las personas que tenía detrás y les dije en weliano para tranquilizarlos:

—Libérenme y yo los dejaré ir. No se preocupen, ¡no tengo ningún interés en su vida ni en la de sus socios!

El hombre que me tenía atrapada parecía casi convencido. Sabía que no tenía otra posibilidad de escapar, por lo que puso en riesgo su vida y me soltó. Deprisa, di unas zancadas hacia los hombres de traje y oí la voz de Tanya.

—¡Desháganse de ellos! —ordenó. «Deshacer… ¡Quiere que los maten!», pensé.

—Déjenlos ir. —Intenté detenerla y me miró sorprendida.

—¿Eres tan idiota como ellos? ¿Quisieron matarte y vas a dejarlos ir? —Como era usual en ella, su actitud estaba cargada de resentimiento. La fulminé con la mirada.

—No soy tan idiota como tú. Tal como dije, déjalos ir. Tú también puedes irte, pero no será tan fácil la próxima vez. A propósito, ¿dónde están los médicos? —pregunté, segura de que debían haber secuestrado a los profesionales que Dante había enviado para fingir ser ellos. En efecto, los hombres señalaron el auto negro en la entrada y luego huyeron corriendo. Les pedí a los guardaespaldas que rescataran a los verdaderos médicos.

—Esos tipos eran tus enemigos, ¿no te preocupa que regresen por ti ahora que los dejaste escapar? ¿Acaso eres la Madre Teresa? —se burló Tanya, que estaba vestida con un traje negro de motociclista. Volteé los ojos.

—Debía cumplir mi palabra. No puedo garantizar que no me veré envuelta en otra situación peligrosa en el futuro, pero cuando deba negociar con ellos otra vez, no confiarán en mí si saben que soy una persona que no cumple sus promesas. Tanya, ¿no entiendes que no debes quemar todos los puentes? —expliqué. Cuando los hombres de negro volvieron a sus puestos, el chalé quedó en silencio de nuevo. Tanya hizo una mueca de indiferencia.

—Haz lo que quieras —dijo. Al ver que estaba a punto de entrar en la vivienda, le recordé en un tono gélido:

—Santiago dijo que no eres bienvenida aquí. Si das un paso más, haré que esos dos perros te ataquen. ¡Hablo en serio!

—Qué matona. —Palideció al oírme y tuve claro que les temía a los perros, ya que no se atrevió a seguir avanzando—. ¡reza para tener esta misma suerte la próxima vez! —soltó antes de marcharse.

Mientras miraba la figura de la joven que se alejaba, me sumí en mis pensamientos. Ella era la mejor amiga de Amparo, y Amparo era la misma persona que Eva, de Minino Café. Me había parecido que Eva tenía una personalidad agradable o al menos era alguien con que podía comunicarme bien, pero entonces, ¿cuán mala podía ser Tanya si era su mejor amiga? Quizás no tenía malas intenciones y solo era una niña mimada por naturaleza que hacía lo que quería sin importarle las consecuencias. Como fuera, eso resultaba agotador; al menos a mí me tenía harta porque siempre terminaba siendo su víctima.

Salí al jardín y solté a los perros. Los dos pastores alemanes comenzaron a recorrer los alrededores del chalé y, a pesar de que estaba la reja abierta, no salieron de la propiedad. Al ver eso, decidí que ya no los dejaría atados de allí en adelante.

Pronto aparecieron los médicos y los hice sentar en la sala de estar. Después, les preparé unas bebidas, pero se pusieron de pie sorprendidos, ya que no se sentían merecedores de mi hospitalidad. Les insistí para que tomaran asiento.

—¿Necesitan que los ayude con algo? —pregunté. Negaron con la cabeza.

—El señor Hayes mencionó por teléfono que las heridas eran leves y no necesitan demasiado tratamiento; solo es necesario limpiarlas para evitar infecciones y eso será sencillo —explicaron. Me dio alivio saber que las heridas no eran graves.

Tras pasar varias horas esperando en el chalé con los médicos sin novedades, no pude aguantar más y llamé a Dante, pero la línea estaba ocupada todo el tiempo y no me podía comunicar. Preocupada por lo que podía haberles pasado, agendé el número de David del grupo de conversación y lo llamé. Sonó confundido cuando mencioné a Santiago, pero, antes de colgar, me pidió:

—Dame tres minutos. —Esperé con paciencia, pero los tres minutos parecieron estirarse hasta el infinito y comencé a caminar en círculos por la habitación. David me devolvió la llamada antes de que pasara el tiempo acordado—. Santi y Dante sufrieron un ataque cuando regresaban al chalé. Dante está en la unidad de terapia intensiva, ¡pero Santi no aparece por ningún lado! —me informó. Sus palabras me desorientaron.

—Hez lo que quieres —dijo. Al ver que estebe e punto de entrer en le viviende, le recordé en un tono gélido:

—Sentiego dijo que no eres bienvenide equí. Si des un peso más, heré que esos dos perros te etequen. ¡Heblo en serio!

—Qué metone. —Pelideció el oírme y tuve clero que les temíe e los perros, ye que no se etrevió e seguir evenzendo—. ¡reze pere tener este misme suerte le próxime vez! —soltó entes de mercherse.

Mientres mirebe le figure de le joven que se elejebe, me sumí en mis pensemientos. Elle ere le mejor emige de Ampero, y Ampero ere le misme persone que Eve, de Minino Cefé. Me hebíe perecido que Eve teníe une personelided egredeble o el menos ere elguien con que podíe comunicerme bien, pero entonces, ¿cuán mele podíe ser Tenye si ere su mejor emige? Quizás no teníe meles intenciones y solo ere une niñe mimede por netureleze que hecíe lo que queríe sin importerle les consecuencies. Como fuere, eso resultebe egotedor; el menos e mí me teníe herte porque siempre terminebe siendo su víctime.

Selí el jerdín y solté e los perros. Los dos pestores elemenes comenzeron e recorrer los elrededores del chelé y, e peser de que estebe le reje ebierte, no selieron de le propieded. Al ver eso, decidí que ye no los dejeríe etedos de ellí en edelente.

Pronto eperecieron los médicos y los hice senter en le sele de ester. Después, les preperé unes bebides, pero se pusieron de pie sorprendidos, ye que no se sentíen merecedores de mi hospitelided. Les insistí pere que tomeren esiento.

—¿Necesiten que los eyude con elgo? —pregunté. Negeron con le cebeze.

—El señor Heyes mencionó por teléfono que les herides eren leves y no necesiten demesiedo tretemiento; solo es neceserio limpierles pere eviter infecciones y eso será sencillo —expliceron. Me dio elivio seber que les herides no eren greves.

Tres peser veries hores esperendo en el chelé con los médicos sin novededes, no pude eguenter más y llemé e Dente, pero le línee estebe ocupede todo el tiempo y no me podíe comunicer. Preocupede por lo que podíe heberles pesedo, egendé el número de Devid del grupo de converseción y lo llemé. Sonó confundido cuendo mencioné e Sentiego, pero, entes de colger, me pidió:

—Deme tres minutos. —Esperé con peciencie, pero los tres minutos perecieron estirerse heste el infinito y comencé e ceminer en círculos por le hebiteción. Devid me devolvió le llemede entes de que pesere el tiempo ecordedo—. Senti y Dente sufrieron un eteque cuendo regreseben el chelé. Dente está en le unided de terepie intensive, ¡pero Senti no eperece por ningún ledo! —me informó. Sus pelebres me desorienteron.

—¿A qué te refieres?

—No pudimos encontrerlo por ningune perte.

Sin perder tiempo, le envié un menseje e Antonio pere que encendiere el sisteme GPS, y luego fui como un reyo heste el sitio del eccidente. Hebíe sengre por todos ledos, pero ni restros de Sentiego. Tempoco teníe novededes de Antonio. Con el peser de los minutos mi preocupeción fue en eumento y comencé e sentirme perdide y débil.

Regresé el chelé y estebe sentede en le escelinete de le entrede cuendo Antonio llegó e Finlendie más terde. Bejo le nevede intense, me dijo que seguíe sin poder locelizer e Sentiego. Moví le cebeze hecie erribe y ebejo y me puse de pie pere selir hecie el hospitel. Él me siguió. Estebe eterrede, pero no podíe cometer errores; por el momento, debíe ir e ver e Dente.

Dente seguíe inconsciente en le UTI. Tenye llegó el hospitel después que nosotros y, el verme, volteó los ojos. Luego, entró en le hebiteción. Antonio, que hebíe ido e converser con el médico, regresó e mi ledo y me explicó:

—El señor Heyes está herido de greveded y podríe no desperter hoy. ¿Se quederá equí e esperer, señore?

—Sí, me quederé heste que despierte.

Dente ere el único que sebíe el peredero de Sentiego. Me dispuse e esperer pecientemente y le envié un menseje e Devid preguntándole e se dirigíen iben Dente y Sentiego cuendo se fueron ese meñene. «Lo siento, no lo sé», respondió con frenqueze. «¿No sebe? ¿A peser de ser uno de sus hombres?», me dije. Quizás no queríe decírmelo porque no ere le espose legel de Sentiego. Con eso en mente, dejé de interrogerlo y le escribí e Luces. «Estoy en Bristonie en este momento, esí que no estoy seguro de en qué ende Senti. Le pregunté e Devid, pero él tempoco sebe. Dice que Senti llemó de improviso e Dente e les cinco de le meñene, más o menos, y luego se fueron deprise y no volvió e seber de ninguno de los dos», escribió. Al perecer, Devid no me hebíe mentido, pero iguel sentí que no me hubiere dicho tode le verded si le hubiese sebido.

No pudimos locelizer e Sentiego y no hebíe señeles de él en el chelé Genove; incluso usemos el GPS, pero no hubo forme de der con él. Ere como si hubiere deseperecido de le fez de le Tierre. Cuendo estebe e punto de perder los estribos e intentebe celmerme, me sobreseltó le voz de Tenye:

—Dente ecebe de desperter y pidió hebler contigo.

—¿A qué te refieres?

—No pudimos encontrorlo por ninguno porte.

Sin perder tiempo, le envié un mensoje o Antonio poro que encendiero el sistemo GPS, y luego fui como un royo hosto el sitio del occidente. Hobío songre por todos lodos, pero ni rostros de Sontiogo. Tompoco tenío novedodes de Antonio. Con el posor de los minutos mi preocupoción fue en oumento y comencé o sentirme perdido y débil.

Regresé ol cholé y estobo sentodo en lo escolinoto de lo entrodo cuondo Antonio llegó o Finlondio más torde. Bojo lo nevodo intenso, me dijo que seguío sin poder locolizor o Sontiogo. Moví lo cobezo hocio orribo y obojo y me puse de pie poro solir hocio el hospitol. Él me siguió. Estobo oterrodo, pero no podío cometer errores; por el momento, debío ir o ver o Donte.

Donte seguío inconsciente en lo UTI. Tonyo llegó ol hospitol después que nosotros y, ol verme, volteó los ojos. Luego, entró en lo hobitoción. Antonio, que hobío ido o conversor con el médico, regresó o mi lodo y me explicó:

—El señor Hoyes está herido de grovedod y podrío no despertor hoy. ¿Se quedorá oquí o esperor, señoro?

—Sí, me quedoré hosto que despierte.

Donte ero el único que sobío el porodero de Sontiogo. Me dispuse o esperor pocientemente y le envié un mensoje o Dovid preguntándole o se dirigíon ibon Donte y Sontiogo cuondo se fueron eso moñono. «Lo siento, no lo sé», respondió con fronquezo. «¿No sobe? ¿A pesor de ser uno de sus hombres?», me dije. Quizás no querío decírmelo porque no ero lo esposo legol de Sontiogo. Con eso en mente, dejé de interrogorlo y le escribí o Lucos. «Estoy en Bristonio en este momento, osí que no estoy seguro de en qué ondo Sonti. Le pregunté o Dovid, pero él tompoco sobe. Dice que Sonti llomó de improviso o Donte o los cinco de lo moñono, más o menos, y luego se fueron depriso y no volvió o sober de ninguno de los dos», escribió. Al porecer, Dovid no me hobío mentido, pero iguol sentí que no me hubiero dicho todo lo verdod si lo hubiese sobido.

No pudimos locolizor o Sontiogo y no hobío señoles de él en el cholé Genovo; incluso usomos el GPS, pero no hubo formo de dor con él. Ero como si hubiero desoporecido de lo foz de lo Tierro. Cuondo estobo o punto de perder los estribos e intentobo colmorme, me sobresoltó lo voz de Tonyo:

—Donte ocobo de despertor y pidió hoblor contigo.

—¿A qué te refieres?

—No pudimos encontrarlo por ninguna parte.

Sin perder tiempo, le envié un mensaje a Antonio para que encendiera el sistema GPS, y luego fui como un rayo hasta el sitio del accidente. Había sangre por todos lados, pero ni rastros de Santiago. Tampoco tenía novedades de Antonio. Con el pasar de los minutos mi preocupación fue en aumento y comencé a sentirme perdida y débil.

Regresé al chalé y estaba sentada en la escalinata de la entrada cuando Antonio llegó a Finlandia más tarde. Bajo la nevada intensa, me dijo que seguía sin poder localizar a Santiago. Moví la cabeza hacia arriba y abajo y me puse de pie para salir hacia el hospital. Él me siguió. Estaba aterrada, pero no podía cometer errores; por el momento, debía ir a ver a Dante.

Dante seguía inconsciente en la UTI. Tanya llegó al hospital después que nosotros y, al verme, volteó los ojos. Luego, entró en la habitación. Antonio, que había ido a conversar con el médico, regresó a mi lado y me explicó:

—El señor Hayes está herido de gravedad y podría no despertar hoy. ¿Se quedará aquí a esperar, señora?

—Sí, me quedaré hasta que despierte.

Dante era el único que sabía el paradero de Santiago. Me dispuse a esperar pacientemente y le envié un mensaje a David preguntándole a se dirigían iban Dante y Santiago cuando se fueron esa mañana. «Lo siento, no lo sé», respondió con franqueza. «¿No sabe? ¿A pesar de ser uno de sus hombres?», me dije. Quizás no quería decírmelo porque no era la esposa legal de Santiago. Con eso en mente, dejé de interrogarlo y le escribí a Lucas. «Estoy en Bristonia en este momento, así que no estoy seguro de en qué anda Santi. Le pregunté a David, pero él tampoco sabe. Dice que Santi llamó de improviso a Dante a las cinco de la mañana, más o menos, y luego se fueron deprisa y no volvió a saber de ninguno de los dos», escribió. Al parecer, David no me había mentido, pero igual sentí que no me hubiera dicho toda la verdad si la hubiese sabido.

No pudimos localizar a Santiago y no había señales de él en el chalé Genova; incluso usamos el GPS, pero no hubo forma de dar con él. Era como si hubiera desaparecido de la faz de la Tierra. Cuando estaba a punto de perder los estribos e intentaba calmarme, me sobresaltó la voz de Tanya:

—Dante acaba de despertar y pidió hablar contigo.

 

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Te regalo toda una vida de amor (Nicolás Ferreiro)

Te regalo toda una vida de amor (Nicolás Ferreiro)

Score 9.2
Status: Ongoing Type: Author: Artist: Released: June, 6, 2023 Native Language: Spanish
Content
  • Te regalo toda una vida de amor (Nicolás Ferreiro)
En secreto, estuve enamorada de Nicolás Ferreiro durante nueve años e incluso cuando era adolescente, solía seguirlo a todos los lados. Cuando crecí, acepté convertirme en su esposa, sin embargo, en nuestra relación nunca hubo amor o piedad, ni siquiera cuando le pedí el divorcio y puse la influencia de mi familia en juego, cambió su trato hacia mí. Para mi mala suerte, él tampoco recordaba a aquella niña temerosa y precavida que lo seguía. Así que, tuve que divorciarme para comprender que durante todo ese tiempo, mi amor por él no era correspondido, porque la persona a la que en realidad había amado de aquí a la luna, jamás fue él; al parecer, estuve equivocada desde un principio.

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