Te regalo toda una vida de amor Capítulo 308

«Será que José habrá pensado bien las cosas? ¿Qué habrá sucedido?»

—Gabriel, ¿sabes quién es la muchacha? —le pregunté al asistente, sintiéndome muy entrometida.

Gabriel negó con la cabeza:

—No. José lo escondió muy bien, pero creo que no es una muchacha normal. Como tanto él como yo somos hombres, pude notar el sentimiento de inferioridad y exasperación en su interior. Sí, parece que José se siente bastante inferior por dentro.

Inferioridad…

La inferioridad era incluso más desconcertante que la humildad. José necesitaba un logro en sí mismo.

—Por cierto, ¿tienes hambre? —le pregunté.

—El señor Benavídes también está en Francia. Me había invitado a cenar a un lugar cercano, a las nueve de la noche. Me encontraré con él cuando se haga la hora —contestó el asistente. No sabía que era cercano a Joel.

—¿Desde cuándo se llevan tan bien ustedes dos?

—Hace muy poco —sonrió, nervioso.

«¿Cómo es posible que se hayan conocido hace poco?»

—¿No vas a comer lo que está preparando Santiago? —le pregunté como al pasar.

—¡No me atrevería! —dijo con rapidez, luego de que le cambiara la expresión del rostro.

—¿De qué tienes miedo? —le pregunté jugando.

—Ni siquiera me atrevo a probar la comida llena de amor que el señor Genova le está preparando, Presidente Esquivel. Ya casi es la hora, así que voy a ir a ver al señor Benavides.

El asistente escapó con prisa. Yo me di vuelta y volví a la cocina, y procedí a transmitirle la conversación a Santiago.

—¿Por qué asustaste así a Gabriel? —preguntó con ternura.

—Solo le estoy permitiendo que coma, ¿eso es asustar? —pregunté levantando la mirada.

—Todos ellos me tienen miedo —explicó Santiago mientras freía el pescado.

—Pero yo no, Santi. —No lo pensé dos veces antes de retrucar. En realidad, yo le tenía miedo a él al principio. No recuerdo cuándo fue, pero empecé a actuar de manera osada con él.

—Sí, tú eres la única insolente.

Hasta ahora, él había estado soportando mis tonterías. Más tarde, no quise irme de la cocina otra vez, así que me quedé al lado de Santiago. Cuando no miraba, hasta le robaba un beso en su mejilla.

—Qué descarada —dijo, luego de un momento de desconcierto.

¡Sólo era un beso! ¿¡Por qué era descarado!? Quizás, inconscientemente, Santiago se sintió invadido en su espacio personal. ¡Quizás aún no se acostumbraba a que yo iniciara los actos de intimidad! Al fin y al cabo, él había estado soltero toda su vida antes de conocerme.

—¿Cómo puede ser descarado si estoy teniendo intimidad con mi propio hombre? De acuerdo con tu lógica, ¿qué pasa cuando tú me haces el amor? ¿Tú eres aún más descarado que yo!

Santiago se quedó en silencio.

Siempre había sido un hombre de pocas palabras. En ese momento, cuando le truqué, él respondió con silencio. Al verlo así, abandoné mi comportamiento, caminé hacia él, obediente, y lo observé mientras cocinaba.

Su forma de cocinar era increíble y él era habilidoso en cada proceso. Además, desde que nos conocimos, siempre había sido él el que cocinaba para mí. Cuando salía con Nicolás, siempre era yo la que estaba en la cocina y él nunca se molestaba en cocinar.

Después de preparar la comida, Santiago se fue arriba. Yo me quedé abajo y terminé mi cena, luego fui a la cocina y lavé los platos. Cuando terminé, subí y encontré al hombre en el baño. Me quedé vigilando la entrada, luego escuché el sonido del agua que venía desde adentro. Al poco tiempo, Santiago abrió la puerta. Cuando me vio parada en la entrada, quedó pasmado, luego frunció los labios y me preguntó:

—¿Eres así de pegajosa?

Mi asistente tenía una cita con el asistente de Santiago, y José estaba de licencia anual. No conocía a nadie más en esa enorme casa de campo, así que ¿a quién más me iba a pegar? Además, él era mi hombre, así que por supuesto que me gustaba pegarme a él.

Lo miré con ojos de lástima y me quedé en silencio. El hombre de repente se inclinó y me llevó en sus brazos. Sin pensarlo, lo abracé fuerte por el cuello, luego froté mi mejilla contra su cuello, como siempre hacía. Al sentir su piel tibia, me tranquilicé.

—Me encanta pegarme a tí.

Santiago era un hombre alto y grande, y yo parecía diminuta acurrucada entre sus brazos. Me llevó afuera del dormitorio, luego hacia el ascensor, que nos llevó al cuarto piso. Allí había una habitación cubierta por vidrio a medias y crecían muchas plantas. No podía reconocer a la mayoría de ellas. Entre medio de las plantas abundantes, había una gran cama blanca.

Santiago me colocó con delicadeza sobre la cama, que era especialmente suave, por lo que la mitad de mi cuerpo se hundió en ella. Mi mirada ardía mientras lo miraba a él, que levantó una mano y comenzó a frotar mi mejilla con su pulgar.

—Santi.

—Reina, mira hacia arriba.

Toda mi atención estaba puesta en él, así que cuando miré hacia arriba como él me dijo, vi estrellas brillantes que salpicaban el cielo negro, acompañadas de una clara media luna. La luz caía en forma de lluvia dentro de la cubierta de vidrio y llegaba directo al corazón como un rayo de luz en la oscuridad de la noche.

—Es hermoso —dije, eufórica.

—Sí, me alegra que te guste.

Santiago se metió en la cama y extendió sus brazos, y me abrazó. Las piernas del hombre eran particularmente largas y no tenía puesto su ropa interior, como siempre lo hacía, así que estaba llena de tentación cuando lo vi. Sin embargo, mi cuerpo no podía satisfacer mis pensamientos acelerados, así que me incliné en su abrazo, obediente.

—¿Esta es tu casa de campo? —le pregunté en un tono suave.

—Sí. Había estado aquí hace muchos años y me pareció que la vista era bonita así que le pedí al señor Benavides que la comprara. Es el única propiedad que tengo en Francia.

—Me encanta. Ah, cierto, Santi. Pedro está con la familia real.

Al mencionar a Pedro en la corte real, Santiago debe haberse imaginado que decidí transferirle el título a Pedro. No discutí este asunto con él.

—Bueno, siempre y cuando sea tu voluntad —pronunció, confiando en mí de manera incondicional.

Sonreí. Santiago parecía haber estado pensando en algo mientras dijo:

—La boda de Raúl tendrá lugar a comienzos del próximo mes. Yo no tengo tiempo de asistir, así que ve tú. No importa, tú no querrás verlo por tu amiga. Haré que el señor Benavides le envíe el presente.

Luego de una pausa, explicó en voz baja:

—Raúl tiene mucho rencor en su corazón y ha intentado dejar a Ana todo este tiempo. Creo que pronto debería encontrar una salida. Después de todo, nunca fue una persona decente. Supongo que la boda no continuará según lo planeado.

«Pero cuando eso suceda, ¡¿Maya lo perdonará?! No me importa Raúl, ni quiero que me importe.»

—¿A dónde vas, Santi? —pregunté, aferrándome a otra parte del discurso de Santiago.

—Estaré ocupándome de algunas cosas en Europa, y podría llevarme cerca de un mes. Así que, durante ese tiempo… Lo siento, no podré hacerte compañía.

Santiago siempre me dejaba sola por cuestiones que debía atender. A lo largo de nuestra relación, estuvimos más tiempo separados que juntos. Esta vez, habíamos estado juntos por solo unos días.

Bajé la vista con decepción. Santiago sabía que me sentía triste, así que me abrazó más fuerte mientras me explicó:

—Reina, todos tienen un deber que cumplir, y el mío es vigilar mi poder. ¡Solo así puedo protegerte a ti y a los niños! Sé que te molesta, así que cuando me extrañes, puedes tomarte un avión hasta Finlandia para verme. Pasaré la mayor parte del tiempo en Finlandia y te esperaré en Espoo.

Me permitía visitarlo, así que esto no podría considerarse una separación.

—¿Entonces puedo llevar a los niños? —pregunté con felicidad. Las palabras de mamá siempre habían estado resonándome en el oído. ¡Debía establecer un vínculo entre él y los niños! Santiago bajó la mirada mientras me miraba, pero no respondió.

—¿Puedo? —pregunté de nuevo.