Te regalo toda una vida de amor Capítulo 305

José y yo no vimos a Maya cuando llegamos al aeropuerto en Islandia, pero nos topamos con Raúl.

—¿Viniste a buscar a Maya? —Ni me molesté en ocultar el estupor de mi rostro.

—Sí —respondió Raúl con una mirada sombría. Se había ido volando para Islandia en el momento en que se enteró de que Maya había desaparecido. En el fondo, la quería, ¡solo que le era difícil encontrar la manera de demostrarle su cariño porque la tenía a Ana vigilándolo a cada paso! Era igual a cuando María vigilaba a Nicolás. Pensando en lo que Nicolás me había dicho una vez, enseguida le recordé a Raúl:

—Maya no es alguien que vaya a correr tan fácilmente detrás de alguien que la lastimó, ¿sabes? La conozco desde hace años. Puede que parezca débil y amable por fuera, y que no entre en muchas discusiones, pero sin dudas es rencorosa. ¡Espero que en el futuro no te arrepientas de tus acciones!

Estaba segura de que se iba a arrepentir si elegía a Ana. Después de todo, ¡Maya era la única a la que él quería de verdad!

En el fondo, Raúl sabía a quién quería, pero sentía que no tenía otra opción. Sin embargo, desde mi punto de vista, yo sentía que su excusa no era válida. ¡Solo necesitaba decidirse! Aún así, le resultaba difícil ignorar a Ana, ¡al igual que Nicolás insistía en casarse con María en aquél entonces! Ana estaba haciendo lo mismo que María había hecho: ¡ambas utilizaban el suicidio para obligar a estos hombres a quedarse en sus vidas! Esa era una estrategia horrible, ¡pero también parecía funcionar muy bien!

El rostro de Raúl se volvió amargo al escuchar mi recordatorio. Trabajamos juntos para buscar a Maya y, con la ayuda de nuestros GPS, ¡al fin la encontramos una hora después! Cuando dimos con ella, estaba sentada frente a una casa de madera, con una capa de nieve sobre su abrigo de piel blanco. Su mirada parecía vacía mientras fijaba su vista en la distancia. Por su rostro, me daba cuenta de que el dolor y la pena la invadían, y me destrozaba el corazón. ¡Tenía un peso en el pecho y sentía que mis entrañas estaban enredadas y tensas!

—Maya —me arrodillé a su lado antes de acariciarle el rostro.

—Regina —pronunció mientras salía de su aturdimiento.

—Soy yo —dije con voz amable. Raúl estaba parado detrás de nosotras, pero tenía demasiado miedo de dar otro paso más adelante.

—¿Por qué viniste aquí? —le pregunté mientras le daba un fuerte abrazo.

—La vista aquí es genial, así que pensé en venir a dar un paseo —respondió. No me daba cuenta si estaba diciendo la verdad.

—¿Quieres venir a casa conmigo? —le propuse mientras soltaba el abrazo.

—Sí, me iré a casa contigo —contestó. Cuando Maya se puso de pie, me di cuenta de que su abrigo de piel era tan largo que tocaba el suelo. No parecía algo que ella fuera a comprarse. Para mi sorpresa, se arrodilló de nuevo antes de bajar su cabeza.

—Aquí es donde nos despedimos, señor —murmuró.

Lo miré a Raúl estupefacta y vi que él estaba tan sorprendido como yo. Luego, Maya se fue conmigo. Raúl no tenía derecho a sentarse en el mismo coche que nosotras porque no era mi amigo ni ningún ser importante para Maya. ¡Solo era un muchacho que la había lastimado! Tomó el mismo vuelo que nosotras y se sentó a su lado. Sin embargo, ¡ella mantuvo los ojos cerrados durante todo el viaje! Mientras se dormía una siesta, se abrazaba a su abrigo de piel.

Nos tomó otro medio día llegar hasta Bristonia. Mi día entero se había terminado así como así. Santiago me había mandado un mensaje para preguntarme dónde estaba justo antes de salir de Islandia.

«Quería irme a Francia justo después de este viaje, pero estoy preocupada por Maya, ¡así que pensé en llevarla de vuelta a Bristonia antes de irme para Francia!», le expliqué en mi mensaje.

Raúl aterrizó en Bristonia también, pero ya no se fue con nosotras. Por el contrario, se marchó del aeropuerto, apurado. Me di cuenta de que Maya tenía un humor bastante bueno cuando volvimos a su casa.

—¿Maya, qué hiciste en Islandia exactamente? —No creí lo que había dicho antes. ¡No pudo haberse ido hasta Islandia solo para dar un paseo! Maya sabía que no me había convencido, así que me dijo la verdad.

—Luego de que tú y yo nos despedimos en el bar aquél día, me acordé de una persona que había conocido hacía cinco años. Quería visitarlo porque me di cuenta de cuánto lo extrañaba.

«¿Quién es esta persona? ¡Debe ser alguien importante para que Maya se tome un avión solo para verlo!», reflexioné.

—Si es conocido tuyo, probablemente yo también lo conozca, ¿cierto? —pregunté, desconcertada. Habíamos sido amigas durante muchos años: yo sabía todo sobre las personas de su vida. Sin embargo, me dio un nombre que nunca antes había escuchado.

—Se llama Silvio Lebrón, y es un hombre muy estricto y disciplinado. Me encontré con él de casualidad algunas veces, y hacía cinco años que no lo veía. Aún así, no me siento muy alejada de él, ya que parece que lo conociera desde hace mucho tiempo. En el fondo, siempre confié en él —arguyó.

«Un hombre estricto y disciplinado llamado Silvio Lebrón… Ese es un nombre falso, ¿no?», pensé.

—Nunca te escuché hablar de él—comenté.

—Sí, nunca lo mencioné porque no somos muy cercanos —explicó.

«Dice que no es muy cercana pero confía mucho en él. ¿Qué papel juega en la vida de Maya?», me preguntaba.

Luego de eso, no seguí interrogándola. Solo la dejé en el condominio antes de volver al aeropuerto, donde me tomé un avión a Francia. Cuando aterricé, le envié un mensaje a Santiago.

«¿Estás en Bristonia?», le pregunté.

«Sí. Te estaré esperando en casa», respondió. Sus palabras me resultaron acogedoras.

—¿Dónde está Pedro? —Dejé a un lado mi teléfono antes de preguntarle a José.

—Gabriel ha traído a Pedro hasta el castillo y la están esperando allí, señora —afirmó.

Ya era bastante tarde cuando José y yo llegamos al castillo. El cielo estaba lleno de constelaciones así que me quedé afuera para disfrutar un rato de la vista. Luego, Roberto abrió la puerta y salió con los mismos rasgos preciosos que siempre me dejaban paralizada. Tenía puestos un par de audífonos metidos en los oídos, como de costumbre. Pero estos eran rojos: el color cambiaba cada vez que lo veía. Sonrió de oreja a oreja al verme.

—Mamá te estuvo esperando todo el día, pero todavía parece estar bastante animada. Ama a Pedro y estuvo jugando con él todo el tiempo. Dice que es el mejor regalo que recibió en su vida —confesó. Me partió el corazón al escuchar esas palabras. Después de todo, a mi madre no le quedaba mucho tiempo en esta vida.

Roberto me guió hasta la residencia, pero aminoró su marcha al darse cuenta de que no lo estaba alcanzando. Me detuve sobre mis huellas después de un rato.

—¿Por qué no caminas? —preguntó, confundido.

—¿Por qué sigues aquí? —retruqué.

Había encontrado los riñones que había guardado durante años en el cuarto secreto y había visto cómo Roberto había tratado al duque, así que estaba más alerta cuando me encontraba con él. No era solo estar en alerta: ¡una parte de mí sentía repulsión! Así que no quería acercarme mucho a él.

—Te espero —me ofreció con gentileza.

—Está bien. Ve tú primero —sugerí.

Su mirada se oscureció después de eso. Se giró sobre los talones y caminó recto, y yo hice lo mismo. Me di cuenta de que estaba enojado por la creciente distancia que había entre nosotros mientras caminábamos. Me sentí mal porque pensé que podría haberse percatado de que yo estaba tratando de distanciarme de él. Pero, al mismo tiempo, no quería acercarme demasiado; al fin y al cabo, estaba siendo cautelosa. Detestaba lo inconsistente que era él.

Me trajo hasta el ascensor y subimos al segundo piso. Cuando salí al largo pasillo, vi a muchas criadas ajetreadas que iban y venían. Esta casa me hacía sentir sofocada de manera peculiar cada vez que me encontraba adentro. Pasé de largo a las criadas y fui a la habitación de mi madre. Roberto usó sus largas extremidades para abrir la puerta de un empujón y encontré a mi madre sentada en la cama con la cabeza apoyada en la cabecera. Estaba vestida con un pijama oscuro y estampado, y Pedro descansaba entre sus brazos. Nunca había visto a mi madre tan cariñosa y dulce. Parecía que amaba a Pedro de verdad. Al fin y al cabo, esta era la primera vez que tenía un nieto.

—Regina está aquí, madre —anunció Roberto al entrar. Cuando mi madre levantó la vista para verme, todo el cariño y la ternura se disiparon de su rostro casi de inmediato.

—Toma asiento, Regina —dijo con una sonrisa calma en su rostro. Estaba aquí para hablar sobre cómo Pedro iba a heredar el título de duque. Esta era, quizás, la última vez que iba a ver a mi madre. Asentí con la cabeza y me senté antes de iniciar la conversación.

—Estuve intentando buscar el momento adecuado para encontrarme contigo —comencé. —No quiero tomar el título del duque, pero yo…

—Se lo quieres dar a él, ¿no? —me interrumpió en un tono reflexivo.