Te regalo toda una vida de amor Capítulo 288

Seguí la dirección de la voz y me giré para ver a Cristóbal, que llevaba una gabardina beige delgada y tenía un aspecto excepcionalmente apuesto y gentil.

Había llamado «señora Ferreiro» a Emilia. Supuse que lo había hecho a propósito para que Dante se amargara. Ya empezaba a mostrarse posesivo. ¿Todos los hombres eran tan propensos a los celos?

Emilia se paralizó un instante, giró sobre los talones y exclamó:

—¡Cristóbal!

Él esquivó al aturdido Dante y entró. Mirándola con dulzura le preguntó suavemente:

—¿Qué ha pasado?

Aferrada a él, ella parecía una persona distinta. En voz baja, le contó toda la historia.

—¿Estás herida? —le preguntó él al final, frunciendo el ceño.

Ella sacudió la cabeza y dijo:

—Maya es la que fue agraviada.

Su intención era que Raúl oyera eso. Sin embargo, a pesar de que la mujer que sostenía estaba a punto de desmayarse en sus brazos, aquel hombre seguía con la misma expresión. Cristóbal sacó el teléfono del bolsillo, hizo una llamada y dio una breve explicación antes de ordenar:

—Sí, abre el caso para que lo investiguen. No puede haber errores. — Tras colgar el teléfono, le explicó en tono amable— La comisaría armará un equipo especial de investigación para averiguar la verdad del asunto. Pero primero que nada, ven a casa conmigo para que te curemos los moretones del cuerpo.

Había encontrado magulladuras en el cuerpo de ella producto de la pelea. Estaba claro que ella le gustaba tanto que no pasaba por alto ningún detalle. Su tono decidido me recordó las palabras que había dicho una vez: «Deberíamos viajar por el mundo y conocer a la gente rica y poderosa». Era un personaje formidable, Cristóbal.

Emilia asintió obediente; se volvió y caminó delante. A continuación, se despidió de Maya y de mí:

—Me iré con él ahora.

—Sí, déjame el resto a mí —dije.

Una vez que se marchó de la comisaría, el estado mental de Ana mejoró de forma notable. En ese momento, Raúl de repente recibió una llamada, que parecía muy urgente, pues recostó a Ana y salió con sus hombres. Ya solo quedábamos nosotras en la comisaría. La partida de Raúl, sin embargo, fue bastante desconcertante.

Solté un suspiro y le pregunté a Maya:

—¿Qué tal si nos vamos a casa?

—Sí, que ella se quede aquí de momento.

Ya que Cristóbal se encargaría de ese asunto, nosotras también nos marchamos. Santiago y yo habíamos pensado llevar a Maya a su casa, pero ella declinó la oferta y tomó un taxi.

—Raúl se ha ido de repente y Ana se quedó en la comisaría. El asunto queda en suspenso, de momento —le conté a Santiago tras meterme en el auto.

—Raúl tiene que volver a Suiza —me explicó.

—¿Qué ha pasado? —pregunté.

—Su madre adoptiva se está muriendo.

Con razón Raúl había abandonado a Ana.

—¿Fue un ataque premeditado? —pregunté.

—Sus enemigos estaban tras él.

Entretanto, Emilia siguió a Cristóbal y salió de la comisaría. Su marido conducía un coche negro muy discreto. Ella frunció el ceño, disgustada, y se sentó en silencio en el asiento del copiloto mientras él arrancaba sin dirigirle la palabra. Mientras miraba la luna por la ventanilla, recordó cuando los dos se habían visto por primera vez después de recibir el acta de matrimonio: ¡había sido tan incómodo y extraño!

Ella le había pedido matrimonio de forma inesperada aquel día porque le había conmovido que Santiago dijera que quería obtener un acta matrimonial junto a Regina en Irlanda; el divorcio era ilegal allí.

Emilia anhelaba de todo corazón tener una relación estable, y daba la casualidad de que Cristóbal estaba allí para satisfacer ese deseo. Ella sabía que probablemente le gustaba porque era joven, pero en su interior ya era bastante madura, así que sabía lo que era querer a alguien, ¡pero no tenía idea de lo que era el amor! De ahí que se sintiera desconcertada y un tanto abrumada.

—Cristóbal —lo llamó en voz baja.

—¿Sí? —le respondió él. Al final, no pudo soportar ignorarla por completo.

—¿Me amas? —le preguntó ella de repente.

«¿La amo?», se preguntó él. Incontables veces se había planteado esa cuestión. Toda su vida se había mantenido al margen de estos temas, convencido de que nunca sería capaz de amar en su vida. Sin embargo, tras conocer a Regina, lo había conmovido su perseverancia y había empezado a sentir algo por ella. Le había hecho numerosas promesas e incluso le había llegado a proponer: «¿Pasamos la eternidad juntos?».

Sin embargo, hay una diferencia significativa entre que te guste alguien y que lo ames. Amaba a la joven que tenía delante con todo su corazón, aunque ella fuera mucho más distante que él. Recordó el día de Año Nuevo del año anterior, cuando ella lo había rechazado con firmeza, y el día de Año Nuevo de ese año, cuando ella se había marchado a Finlandia con otro hombre, ¡justo cuando él estaba a punto de expresarle sus sentimientos de nuevo!

¿Qué significaba que ella se fuera a la casa de otro hombre el día de Año Nuevo? No quería ni se atrevía a pensar en eso. Su corazón estaba lleno de dolor, impotencia y rabia. Esa chica nunca lo había tenido en cuenta ni se había preocupado por sus sentimientos.

En aquel momento de desesperación, justo había recibido un mensaje de texto de Regina. Le había aliviado saber que Emilia solo había ido a Finlandia por trabajo, pero igual le reprochaba que nunca se lo hubiera explicado. Los dos últimos años se habían centrado en su propia autocomplacencia.

Al reflexionar sobre esto, se sintió afligido. Era una emoción que nunca había sentido antes. Pensaba que había perdido el juego de hacerse el difícil, pero no había esperado que Emilia lo llamara de repente aquel día y le preguntara: «¿Quieres casarte conmigo?».

Él lo deseaba; quería tenerla por el resto de su vida. Deseaba, con toda desesperación, ser su esposo. Así que viajó a toda prisa a Irlanda con la documentación y la encontró en la oficina del registro civil. La joven llevaba un vestido blanco muy ligero para el frío que hacía, y su larga melena estaba preciosa. A decir verdad, siempre había sentido fascinación por ella.

Se acercó y la llamó: «nena».

Era catorce años mayor que ella, y la realidad era que ella era muy joven; lo suficiente como para hacerlo sentir un viejo.

En medio del frío y el viento, giró la cabeza y saludó «señor Cristóbal» con voz suave. Eso hizo que los ojos de él se enrojecieran al instante. Se lamentó por haber nacido tan pronto y por no haber sido él el primero en declarársele.

—Quiero casarme contigo —dijo Emilia con una sonrisa sincera.

«Quiero casarme contigo…». Eran las mejores palabras que había oído en su vida. Él despegó los labios, sonrió con ganas y dijo: «Yo también».

Al firmar los documentos, alguien les preguntó por cuántos años querían firmar, pero antes de que él pudiera decir nada, ella tomó la iniciativa: «Por cien años».

«Por cien años…». Esa niña tenía un don para enternecerlo sin siquiera proponérselo.

Cristóbal interrumpió su rememoración de lo ocurrido en Irlanda y se dirigió a Emilia, que había estado esperando su respuesta.

—Sí, tramité un acta matrimonial y me casé contigo porque te amo. De lo contrario, ¿por qué me habría tomado la molestia?

A su edad, todo lo que hacía era porque quería.

—Cristóbal, creo que sí me gustas. —Era la primera vez que expresaba su afecto por él, aunque fuese de esa forma tan indirecta e incierta. Él tensó su mano sobre el volante y de repente soltó una carcajada.

—Gracias por elegirme, nena.

«Gracias por elegirme y poner fin a mi soltería antes de que cumpliera treinta y tres años. Gracias por estar dispuesta a satisfacer el deseo de mi corazón».

Sin embargo, todavía no la terminaba de comprender. Nunca se había tomado el tiempo para conocerla bien.