Te regalo toda una vida de amor Capítulo 266

El segundo piso estaba en silencio y el estudio, aún más. En principio, subí pensando en espiar su conversación, pero no emitían una palabra. Entonces, me acerqué a la puerta y vi que Santiago seguía escribiendo; ya había llenado toda la hoja con palabras.

Por su parte, Carolina estaba parada junto a él y, aunque no hablaban, sentí que estaban compartiendo un momento de tranquilidad. La atmósfera pacífica entre ellos me lanzó una punzada de dolor al corazón. Tan solo verlos allí juntos era insoportable para mí, ¡sin dudas, verme besando a Nicolás habrá sido terrible para él! En ese momento, sentí el mismo dolor, rabia y posesividad que Santiago había sentido al ver la fotografía en la que Nicolás me besaba. Además, el hombre le había dicho: «¿Estás satisfecho con la mujer que entrené? Cualquier posición que intentes con ella, yo ya la hice antes». No me había sorprendido que, a pesar de haber sido siempre tranquilo y compuesto, Santiago lo hubiera golpeado. Si alguien me hubiera dicho algo así, no habría podido aceptarlo y habría caído en depresión.

De pronto, se me ocurrió que Santiago tenía una mente muy fuerte; sin embargo, cuanto más fuerte, más irritado parecía. Desde un principio, yo solo me preocupé por mí misma y vi las cosas desde mi punto de vista. No solo no pensé en él, sino que también ignoré sus emociones y creí que no necesitaba consuelo. ¡Me sentía una basura porque nunca hice nada por él en nuestra relación! Todo era mi culpa. Lo lastimé una y otra vez sin darme cuenta.

Mientras estaba perdida en mis pensamientos, Carolina notó mi presencia. Tras unos segundos perpleja, dijo:

—Santiago. —Como era típico de él, la ignoró. A ella no le importó su reacción y agregó—: La señorita Esquivel está aquí.

Pensé que él iba a humillarme ignorándome frente a ella, pero, en cambio, dejó el bolígrafo y se dirigió a Carolina.

—Haré que alguien te lleve de regreso a Bristonia.

—De acuerdo —accedió con obediencia, a pesar de que se puso pálida al escucharlo. Después salió de la habitación atinadamente.

Una vez solos, Santiago recuperó el bolígrafo y empezó a escribir otra vez. Yo entré al estudio despacio y me paré a su lado.

—¿Qué hacía ella aquí? —pregunté. Sabía que era una pregunta estúpida, pero no sabía qué más decir. Él no respondió, por lo que me sentí igual que Carolina. La única diferencia entre nosotras fue que no me envió de vuelta a Bristonia.

Mientras tanto, estaba pensando en cómo disculparme con él. Siempre que hacía algo mal o quería mostrarme vulnerable, le jalaba la manga, pero no me atreví a hacerlo ese día. Entonces, le hablé con cuidado y honestidad.

—No me agrada Carolina.

—¿Eh? —Me miró con la cabeza de lado.

—No me gusta que esté a tu lado —respondí mientras jalaba sus mangas con cuidado. Al escuchar eso, dejó el bolígrafo.

—¿Quieres decir que estás celosa? —preguntó con voz suave.

—Sí, estoy celosa de ella. —Otras mujeres lo hubieran negado, pero yo fui directa—. No quiero que esté contigo porque… porque me importas.

Él pareció conmovido, pero luego apartó la vista de golpe.

—No pidas lo que no deseas en verdad.

Supe que se refería a Nicolás. Me sentí impotente, incapaz de explicarle la situación. De repente, aferré sus mangas y me desplomé contra él como un animal invertebrado.

—¡No hay nada entre Nicolás y yo! Sé que no me crees, la verdad es que yo tampoco me creería si hubiera visto esas fotografías. No sé cómo explicarlo. Esa noche, iba camino a verte, pero…

—Párate derecha —dijo con frialdad al escucharme.

—Lo siento, Santi. —Lo ignoré y seguí apoyada contra él—. Perdóname por esta vez, por favor. Si vuelvo a hacer algo así, puedes quitarme a los niños.

Que no tuviera prisa por ver a mis hijos era prueba de que Santiago era más importante para mí. Era el hombre al que amaba y me sentía feliz de haber concebido con él. Aunque amaba mucho a los niños, amaba más a su padre. Santiago era el paraíso que mi corazón anhelaba.

No supe si él me había escuchado, pero no volvió a pedirme que me enderezara. En cambio, tomó el bolígrafo y escribió «Rita» y «Pedro». Dudé al ver esas palabras.

—¿Qué es eso? —pregunté con rigidez.

—Rita es el nombre de Leo —explicó con voz grave.

—¿Pedro es el de León? —deduje. «¡Santiago les puso nombre a nuestros hijos!», pensé con calidez y lo abracé con fuerza—. Gracias, Santi. Lo siento, ¡nunca volveré a dejarte! —No pude evitar hablar con sinceridad.

Sin embargo, él siguió actuandoo con frialdad y me pidió que lo soltara. Quizás lo estaba abrazando muy fuerte o quizás aún no me perdonaba, pero, como fuera, no obedecí, en cambio, me acurruqué contra él sin reparos. A fin de cuentas, Lucas me había dicho que debía tomar la iniciativa y ser audaz si quería estar con Santiago. Pero cuando él notó lo que intentaba hacer, dio dos pasos atrás de forma abrupta y me miró sorprendido.

—¿Quién te enseñó a hacer eso? —preguntó con el ceño fruncido.

Entonces, me mordí el labio y guardé silencio. Al ver que no iba a responder, él dio media vuelta y salió sin dudarlo. Lo seguí enseguida, como un cachorro que sigue a su amo, aterrado de que lo abandonen. Mientras lo hacía, recordé que Santiago solía detenerse y esperar a que lo alcanzara.

Cuando bajó las escaleras, lo seguí; luego entró a la cocina, así que me paré a observarlo desde la puerta. Para ser justa, nunca le había explicado lo que había pasado entre Nicolás y yo, por lo tanto, comprendía que no pudiera perdonarme. Y, en el fondo, tampoco sabía cómo explicárselo.

En la cocina, preparó un plato de pasta y un sándwich. Luego se sirvió un vaso de leche y tomó el sándwich.

—¿No comerás la pasta? —le pregunté con cuidado antes de que saliera.

—Puedes comerla —respondió antes de seguir caminando.

Era difícil lograr que hablara conmigo, así que solo tomé el plato y subí a la habitación.

—¿Por qué vas a comer en la habitación? —preguntó disgustado y con el ceño fruncido en cuanto llegué tras él.

—Tú también comerás el sándwich aquí —repliqué sin pensarlo.

Él no supo qué responder a eso, aunque yo me arrepentí de haberlo dicho en cuanto las palabras salieron de mi boca. Por suerte, no dijo nada. Entonces, me senté en el suelo y comencé a comer. Unos minutos después, el teléfono de Santiago sonó con una llamada.

Él contestó frente a mí con voz fría:

—¿Qué sucede?

—Llevamos décadas compitiendo, ¿qué te parece venir a mi boda en unos días?

La voz del interlocutor me resultó familiar. Mientras pensaba en eso, Santiago respondió.

—¿No tienes miedo de que se convierta en un funeral?

—Eso sería aún mejor. ¡Te enterraré ahí mismo!

Con eso, reconocí de quién se trataba.