Te regalo toda una vida de amor Capítulo 261

Podía parecer que yo lo tenía todo, pero, en realidad, no tenía nada. La única calidez que era capaz de brindar se la había dado a Santiago, pero él ya no iba a perdonarme. Al fin y al cabo, la idea de estar con él era solo una ilusión.

Al llegar la noche, recibí un mensaje de Antonio que decía que todo estaba listo y le pregunté a dónde debía ir. «Pedí un turno en una clínica de Francia que se especializa en ese tema. Los médicos que harán la cirugía son expertos y su tasa de éxito es mayor al noventa y cinco por ciento, así que todo saldrá bien». Siempre me podía fiar de él. Le agradecí y me preguntó cuándo podía viajar, a lo que, después de pensarlo un poco, respondí que al día siguiente. No quería esperar más; además, si me iba a otro país, sería más difícil que Santiago sospechara algo. ¡En ese momento no tenía idea de que él estaba al tanto de cada paso que daba!

Tras confirmarle la fecha a Antonio, metí el teléfono en el bolsillo y decidí ir a visitar a Maya al hospital, pero, al abrir la puerta, encontré a José vigilando la entrada.

—¿Qué haces ahí parado en lugar de estar descansando en el departamento? —pregunté con curiosidad.

—Ayer volvió a salir sola —explicó él con voz grave. Entonces recordé el incidente de la noche anterior. De no haber sido por Nicolás, ¡me hubiese desmayado en la entrada!

—Lo siento. ¿Por qué no me acompañas al hospital? —sugerí con una sonrisa culpable.

Cuando llegamos allí no encontramos a mi amiga, y el médico nos dijo que le habían dado el alta el día anterior. Pensé en lo inestable que había percibido su estado mental en la última visita y supuse que algo debía haber pasado para que, pese a eso, la hubieran dejado ir del hospital tan rápido. ¿Sería posible que Raúl le hubiera pedido el divorcio? Al pensar en eso me preocupé y decidí llamarla por teléfono, pero no respondió. Con los nervios a flor de piel, le pedí a José que me ayudara a averiguar su paradero.

—La señorita Silva viajó a Aldea Lluviosa ayer por la noche —me informó después de un rato.

Aldea Lluviosa… Ese era el pueblo donde solía vivir Alán. «Maya es mi mejor amiga y me preocupa su estado. Me pregunto si se fue del hospital cuando aún estaba herida solo para volver al pueblo donde vivía su antiguo amor», pensé.

—Vamos para allá —decidí.

Aldea Lluviosa estaba lejos de Bristonia. Durante el viaje comenzó a llover, por lo que llegamos a medianoche. En el camino, José me informó que Maya estaba alojada en la casa donde Alán había vivido; la abuela del hombre solía morar allí, pero se había mudado después de la muerte de su nieto y la vivienda había quedado desocupada.

Mientras la lluvia caía sin cesar, caminé casi diez minutos por un callejón bajo el paraguas de José hasta dar con la antigua casa. Abrí el portón y me encontré con un patio cuadrado; más allá del césped vi a Maya, vestida con muy pocas prendas. Estaba sentada en una silla de ruedas y tenía la vista fija en las gotas de lluvia que caían del borde del tejado, pero su mirada estaba vacía. No tenía idea de lo que podía estar pasando por su cabeza, pero todo su ser irradiaba desesperanza y verla en ese estado me hizo doler el corazón. Me apresuré a acercarme y me puse en cuclillas frente a ella.

—Maya —dije con suavidad. Al oír mi voz sus ojos se iluminaron.

—¿Gina?

La herida del rostro aún debía cicatrizar y el ungüento amarillo le daba un aspecto tétrico, pero el brillo de los ojos avivó un poco su rostro pálido.

—Soy yo —la tranquilicé.

—Gracias por venir a estar conmigo, Gina —respondió con la voz cargada de gratitud.

—¿Qué pasó? —le pregunté en voz baja. Ella sacudió la cabeza.

—Estoy bien —repuso, debilitada—. Solo extraño a Alán, eso es todo. Ya hace casi dos años que me dejó y, desde ese momento, mi vida es demasiado triste. El único cariño que recibo es el tuyo y el de Raúl, pero ahora… ¡Me di cuenta de que no puedo olvidarme de Alán!

Sus palabras me trajeron alivio, ya que me confirmaban que no estaba allí porque Raúl le hubiera hecho algo malo.

—¿Qué vas a hacer?

—Quiero divorciarme de Raúl y quedarme aquí para hacerle compañía a Alán —respondió.

En ese momento yo no sabía que ella había firmado los papeles y que el divorcio ya se había formalizado. El objetivo de su mentira piadosa era que yo no me preocupara por ella ni me peleara con Raúl por su culpa.

—¿Divorciarte de Raúl? ¿Acaso enloqueciste?

—Lo he pensado mucho y me di cuenta de que aún amo a Alán. Quiero honrar el sentimiento que tengo por él, Gina —insistió mientras se acomodaba en el asiento. Al prestar atención a la silla de ruedas, supe sin ninguna duda que había pertenecido a Alán. También me di cuenta de que Maya amaba tanto a ese hombre que era capaz de sacrificar todo por él y de permanecer a su lado incluso después de muerto. Durante esos años sin su compañía, había cavado una tumba y se había enterrado allí junto con todo el amor que sentía. En ese momento recordé la primera vez que la había acompañado a aquel pueblo: ella estaba nerviosa, asustada, feliz ¡y llena de esperanza! En definitiva, yo sabía que aún amaba a Alán, pero no entendía cuál era el sentido de insistir con eso ahora que estaba muerto y lejos de este mundo. Además, ¡ella misma me había dicho que estaba enamorada de Raúl! Tras hacer esa reflexión, quise regañarla y decirle que desistiera y se olvidara del asunto, pero de pronto vino a mi memoria el recuerdo de lo preocupada que la había visto el día anterior por la posibilidad de que Raúl le pidiera el divorcio. Había algo que no encajaba, ¡Maya me estaba ocultando algo! No obstante, lo pensé bien y decidí no correr el riesgo de empeorar su estado de ánimo. Al entrar a la casa empujando la silla, vi que estaba todo limpio y ordenado—. La vecina de al lado me ayudó a limpiar y me preparó la cena anoche —me explicó.

Como la ignoré, se percató de que estaba molesta y me tomó del brazo. Al final no pude seguir tratándola con frialdad y dije con pesadumbre:

—No me importa lo que haya pasado entre tú y Raúl, pero no puedes quedarte aquí. No hay nadie que pueda cuidarte. Lo ideal, siendo que yo me quedaré en Bristonia de ahora en adelante, sería que regresaras allí conmigo.

—Iré a Bristonia cuando me recupere —concedió. Yo la miré con preocupación.

—Ahora…

—No te preocupes, Gina, puedo cuidarme sola. Prometo no hacerme daño. —Esbozó una sonrisa radiante que hizo que no me diera cuenta de que estaba ocultando la angustia dentro de ella.

—Les pediré a dos de mis hombres que se queden para cuidarte —decidí y, al ver que estaba a punto de negarse, agregué—: Es mi única condición.

Con eso, logré que aceptara y me fui a toda prisa, ya que debía viajar a Francia al día siguiente. Antes de partir, le pedí a José que investigara mi amiga, y los resultados de su búsqueda llegaron antes de que arribáramos a Bristonia.

—La señora Silva ya recibió el certificado de divorcio que Raúl le envió esta mañana —me informó.