Te regalo toda una vida de amor Capítulo 139

―¿Todos murieron?

―Sí.

―¿Cómo?

―Se suicidaron.

…

Cuando desperté en la mañana, Santiago ya no estaba a mi lado. Me acerqué para abrir la ventana, y vi que Joel me estaba esperando en el patio.

―¿Dónde está Santiago? ―pregunté frunciendo el ceño.

―El señor Genova se fue muy temprano para pasar al hospital privado de la familia. Me ordenó que la llevara de regreso a Eldamia, señorita Esquivel.

Asentí con disgusto cuando escuché eso.

―¿Está molesta, señorita? ―preguntó Joel, ya que de inmediato percibió lo que me había hecho enojar.

―No. No es nada ―murmuré con un tic en mis labios.

De hecho, el no despertar abrazada de Santiago por la mañana me hizo sentir sola. Joel me envió de regreso a mi apartamento. No mucho después me recosté en la cama, un doctor vino a cambiarme las vendas. Miré la herida en mi pierna, pero no era tan serio. El problema de mi espalda era mucho más severo. Mi columna vertebral quedó más o menos aplastada durante el accidente y dolió mucho. Después de que el doctor se fue, bebí una taza de tónico mientras estaba sentada en la silla de ruedas y luego le envié un mensaje a Santiago. Le pregunté:

«¿Cuándo regresaras a casa?».

Me respondió casi al instante.

«A finales de mes».

Apenas estábamos a principios de mes… Puede que se haya debido a su miedo de que yo estuviera dándole vueltas al asunto porque me envió otro mensaje.

«Volveré a Finlandia en un par de días para lidiar con algo».

Cuando habló de Finlandia, recordé a Tanya Hayes. Santiago tenía una relación especial con la familia Hayes porque, aunque Tanya le molestaba, aun así, se apiadaba de ella. Era difícil para un hombre como él ser piadoso. Aunque, Santiago le había dado una lección a Tanya, siempre recordaré que me hizo daño, y necesito encontrar una oportunidad para vengarme de ella en el futuro.

Así que, dejé de responder lo mensajes de Santiago. Durante todo el mes, él tampoco me contacto. Yo traté de hacerlo constantemente, pero su teléfono siempre estaba apagado. Como resultado, le pregunté a Joel sobre esto, y me respondió:

―El señor Genova solía viajar solo con frecuencia haciéndolo imposible poder contactarlo durante ese período. La única opción era esperar su regreso a Eldamia.

Cuando escuché sus palabras, le pregunté preocupada:

―¿Qué tal si algo le sucede?

―Nada le pasara― respondió Joel con firmeza

Me sorprendió su respuesta, así que lo cuestioné una vez más.

―¿Cómo puedes estar tan seguro?

―Porque es el señor Genova, señorita Esquivel.

¿Eso significa que Santiago está a salvo solo por ser quién es? ¡No podía entender el punto de vista de Joel y estaba inquieta sobre la posibilidad de que Santiago saliera herido en Finlandia! El físico de Santiago no estaba hecho de acero, así que, ¿Cómo podía seguir haciéndose daño en repetidas ocasiones sin consecuencias? Justo cuando estaba tan preocupada hasta el punto de llegar a la depresión, Santiago me envió un mensaje diciendo:

«No me extrañes demasiado, Mayra. Estaré de regreso en tres días».

Él sabía que lo extrañaba, pero ¡solo se ponía en contacto conmigo hasta ahora! Estaría mintiendo si digo que no estaba molesta por esto, pero el mensaje de Santiago me dio una enorme tranquilidad. ¡Ya que al fin no me tenía que preocupar por su seguridad!

Durante el mes pasado, las heridas de mi cuerpo sanaron, y había pasado la mayoría del tiempo en el trabajo. Después de haber movido el negocio familiar de los Esquivel a Eldamia, las cosas se volvieron cada vez más difíciles y tuve que reconstruir muchas cosas desde cero. Afortunadamente, la empresa tenía una buena base, así que la situación no fue del todo desamparada. Hoy cuando asistí a una conferencia de trabajo, de la nada Emilia me envió un mensaje.

«¿En dónde estás, Regina?

«En la empresa». Respondí.

«Acabo de volver a Eldamia ayer». Dijo.

Cuando miré el mensaje, pregunté amablemente:

«¿Qué sucede?».

«Escuché que tienes el modelo más reciente de Rolls-Royce, ¿es cierto?».

Las intenciones de Emilia eran evidentes.

«Esta estacionado en la oficina. Puedes venir a recogerlo cuando quieras».

No era una persona egoísta. Después de todo, ella era mi amiga. Además, la llegada de Emilia coincidió con la hora en la que salía del trabajo. Bajé las escaleras con mi llave, y me saludó alegremente.

―¡Regina, te traje un regalo!

Con eso, me entregó una bolsa de tela. Le eché un rápido vistazo adentro y vi una caja de queso. Emilia añadió sonriendo:

―Te traje las especialidades de Venecia para ti. Desafortunadamente, solo pude traerte esto porque soy pobre, así que espero que lo disfrutes.

Curvé mis labios en una sonrisa y pregunté:

―¿Por qué dices que eres pobre si eres la señorita Emilia de la familia Delgado? Por cierto, ¿ya obtuviste tu licencia de conducir?

Ni siquiera había cumplido los dieciocho años. Así que, hacer esa pregunta era algo inútil.

―Me aseguraré de conducir a escondidas, así que no será un problema.

Confiaba en las habilidades de Emilia, así que le entregué la llave. Mientras las tomaba, me agradeció. Últimamente, Emilia se veía muy contenta, en contraste con su previa frialdad. ¿Tal vez se debía posiblemente al hecho que se sintió avergonzada por pedir el auto? Tomó las llaves y se fue. Por casualidad, recibí un mensaje de Gabriel.

«Habrá un evento por la tarde, presidenta Esquivel».

«¿Qué evento?». Pregunté con curiosidad.

«La fiesta de cumpleaños de Jacobo Delgado».

Recientemente, la familia Esquivel tenía algunos tratos de negocio con los Delgado. Además, Jacobo era un amigo que me había presentado Manolo Campos, puesto que Emilia no tenía otra opción más que asistir a la fiesta. Así que, no era de extrañarse que ella volviera a Eldamia hoy.

«¿En dónde se celebrará?». Continúe preguntándole a Gabriel.

«En un crucero».

Unos minutos después, bajó las escaleras para encontrarse conmigo. Después, fui a casa para ponerme un vestido de noche y aplicarme un maquillaje ligero antes de seguirlo al crucero por la costa. Jacobo no invitó a demasiados socios; todos eran amigos cercarnos con lo que se llevaba bien. Por otro lado, el crucero, tenía una gran cantidad de pasajeros. Las personas que estaban ahí formaban todos parte de su círculo, no conocía a la mayoría de ellos. Como resultado, fue bastante aburrido quedarme ahí. Por ende, Gabriel y yo fuimos a buscar a Jacobo para darle su regalo. Lo tomó y dijo con una sonrisa:

―No tenía por qué haberse molestado, presidenta Esquivel.

Sonreí como respuesta y dije:

―Puedes llamarme Regina.

Después, Jacobo señaló en la dirección donde se encontraba Manolo bailando y dijo:

―No quería llamarte porque escuché que tuviste un accidente, pero mencionó que había un invitado especial esta noche. Así que, sería una lástima no tenerte aquí.

―¿Quién es el invitado especial? ―pregunté con curiosidad.

―Cristóbal Ferreiro.―Jacobo curvó sus labios en una sonrisa mientras decía regodeándose: ―Acaba de volver, y pensé en invitarlo para que tocara el piano en mi fiesta de cumpleaños. Creí que me rechazaría, pero para mí sorpresa, acepto.

Cuando escuché esto, mi rostro se ensombreció al instante y rápidamente le dije a Gabriel que nos marcháramos. Sin embargo, Jacobo me llamó a mis espaldas.

―Lo extrañas, Regina, ¿verdad?

―Eso es una tontería ―murmuré mientras me giraba y miraba fijamente a Jacobo.

Cristóbal y yo lo habíamos dejado todo atrás, y aunque era agradable no vernos, ¡algunas personas aún seguían interesados en nuestra relación! No estaba segura porque Manolo permitió que Jacobo me invitara, ¡pero no podía ver a Cristóbal ahora! No es que hubiera secretos entre nosotros o que no podía dejarlo ir; solo creía que el no vernos nos ayudaría a evitar malos entendidos. Después de todo, era fácil convertirse en un tema popular cuando aparecíamos un lugar público juntos. No era porque tenía miedo de que Santiago nos vería. Solo estaba preocupada de que lo malentendiera.

Debo hacer todo lo posible para evitar malos entendidos. Por lo tanto, ignoré a Jacobo y me giré para bajarme del crucero. En ese momento, inconscientemente incliné mi cabeza y miré hacia el otro lado del barco, pero, honestamente, fue un error, y no podía culpar a nadie más que a mí. Vi al otro lado, y ahí se encontraba un hombre de pie, con un traje negro, con una apariencia gentil y encantadora como de costumbre. En ese momento, dije sorprendida:

―Cris…

¡Oh no, algo no estaba bien!