Te regalo toda una vida de amor Capítulo 117

—Vayan ustedes; yo me quedaré aquí para vigilarlos. No se preocupen, tampoco seré parcial con Manolo para beneficio personal.

—Muy bien. Entonces, comencemos.

Emma, quien estaba a mi lado, preguntó de repente:

—¿Ese es tu coche?

—Sí —asentí.

—¿Puedo conducirlo? —me pidió permiso en voz baja.

—¿Tú también vas a competir con ellos? —le pregunté, preocupada.

—Sí, de todas formas, es aburrido esperarlos aquí.

Al sentirme afligida, volteé a ver a Jacobo, quien me sonrió para tranquilizarme y dijo:

—Señorita Esquivel, présteselo. Mi hermana es muy buena.

Entonces, le di las llaves a Emilia, quien se sentó y tocó el volante, emocionada, murmurando para sí misma:

—Este coche vale decenas de millones. Papá nunca me lo ha comprado, pero por fin puedo probarlo.

La familia Delgado no podía comprarse un coche deportivo que valía decenas de millones. Como la única integrante de la familia Esquivel, lo tenía y nunca fui tacaña con mis lujos porque no había en qué más gastar el dinero. Sin importar en dónde estuviera, mi asistente me tenía muchos coches de lujo; yo solo elegía cuál coche conducir cuando saliera.

Mientras algunos se iban, yo me senté a esperar en la carretera. Al cabo de un rato, llegaron cuatro coches de policía, por lo que mi corazón se hundió y suspiré al pensar que estábamos condenados. Era la primera vez que me atrapaban y me llevaban a la comisaría, aunque solo hubiera venido a ver la carrera.

Manolo y Jacobo estaban en la celda, mientras que Emilia sostenía su bolsillo y mirando a la policía con una expresión inocente.

—Después de que mi hermano me recogiera de la escuela, me llevó a la montaña. Estaba haciendo mi tarea con la luz de mi teléfono. Mire, aquí tengo los libros. —Me quedé atónita ante la habilidad que tenía Emilia para alterar la verdad. La policía abrió su bolso y vio que estaba lleno de cuadernos de matemáticas para estudiantes de preparatoria. Incluso trató hacerse la obediente—. ¡Soy inocente!

La policía no hizo responsable a Emilia, pero nos dijo que llamáramos a nuestras familias para pagar la fianza. Entonces, volteé a mirar a Manolo, quien me lanzó una mirada para decirme que no era asunto suyo.

—A mí no me mires. Si mi padre se entera de esto, me va a regañar.

—¿Puedes llamar a tu asistente? —le susurré.

—¿Crees que mi padre no se enterará si hago eso? —Tenía sentido lo que dijo.

Miré a Jacobo, pero parecía estar en las puertas de la muerte después de oír lo de la fianza.

—También a mí y no quiero que mi papá me regañe; hasta me traje a mi hermana conmigo. Si se llegara a enterar… Solo usted puede resolverlo.

En efecto, podía resolver esta difícil situación. Bastaba con hacer una llamada para que alguien nos recogiera, pero me molestaba la actitud de todos. Ellos lo causaron, pero me obligaban a salvarlos de sus problemas cuando a mí me arrastraron en esto. Aun así, pedí mi teléfono a la policía porque no quería pasar la noche en la celda. Cuando me lo entregaron, Manolo me vio y preguntó con curiosidad:

—¿Qué modelo es? ¿Por qué no lo he visto en tiendas antes?

—Se ve muy familiar —admitió Jacobo con el ceño fruncido—. Tengo la sensación de haberlo visto en algún sitio… No puedo recordarlo. ¿Qué marca es?

—Es un producto de la familia Genova —expliqué. Jacobo entendió en cuanto los mencioné.

—Ya veo por qué me parecían tan familiares. Conocí a Santiago en una junta hace poco y también usaba este teléfono.

—¿Santiago colabora con tu familia? —pregunté con curiosidad.

—Sí, para tecnología.

No hice más preguntas. Al principio, pensaba en llamar a mi asistente, pero de repente recordé lo que dijo Lucas: yo tenía la ventaja; tenía que aprovecharla. Sin embargo, si lo llamaba con un asunto tan insignificante, ¿no sería obvio? Como sea, podíamos hablarlo después. Entonces, lo llamé y, cuando Manolo vio esto, me preguntó con desdén:

—¿Llamas a Santiago para algo sin importancia? Regina, ¿lo haces a propósito? ¿Acaso te gusta? —Podía ver con claridad mis intenciones.

—Si es un asunto sin importancia —contesté—, ¿por qué no llamas a tu madre? ¿Por qué me molestas? Llamo a Santiago porque mi asistente no está libre y solo conozco a unas cuantas personas en Eldamia. ¿A quién más debería llamar?

Manolo estaba por decir algo, pero sonó el teléfono y se escuchó la voz de Santiago:

—¿Qué pasa?

—Santi, estoy en la comisaría —expliqué, pero no me respondió—. ¿Puedes venir a recogerme?

De inmediato, colgó, haciendo que Manolo se burlara:

—¡Mira, es una relación unilateral!

Guardé el teléfono, irritada, y les aseguré:

—Santiago vendrá. Si no viniera, me lo habría dicho.

Manolo no me creyó, pero Jacobo se rio y dijo:

—Veamos si es cierto. Si no viene Santiago, llamaré a mi asistente. —Entonces, miró con impotencia a Emilia, quien estaba haciendo tarea y comiendo bocadillos junto a la policía, y añadió—: No hay cómo escapar de esta paliza.

A simple vista, Emilia parecía una niña pequeña. Antes de esto, me había dejado engañar por la persona que pretendía ser. Aun así, era la más inteligente entre nosotros, por así decirlo, considerando cómo se las arregló para escapar de esta humillante situación. De pronto, Manolo preguntó:

—¿Santiago y tú son cercanos?

—No. Solo nos conocemos.

—Parece que has superado a aquel.

—¿Por qué eres tan paranoico? —le pregunté con el ceño fruncido.

—Como sea. De todas formas, no me harás caso. —El ambiente se tensó. En un rato, dijo—: Regina, tienes mi apoyo sin importar tu decisión.

—Gracias, Manolo —le dije por comprenderme.

Aunque no creían que Santiago vendría, apareció de repente en la entrada de la comisaría, con un gran grupo de gente detrás. Cuando Jacobo lo vio, suspiró y dijo:

—Demonios, mi padre también está aquí. ¡Santiago debe haber venido corriendo de una junta y mi padre lo siguió!

Santiago se veía imponente al acercarse a la policía y al escuchar cómo le explicaban el asunto. Mientras tanto, Joel siguió al otro policía para realizar los trámites y pudimos irnos en poco tiempo. De manera obediente, caminé al lado de Santiago, quien tenía una expresión cortante y fría, y se marchó sin decir una sola palabra. Él iba caminando delante mientras yo iba detrás; Joel, en voz baja, dijo detrás de mí:

—El señor Genova está furioso.

—¿Y por qué? —le pregunté, desconcertada.

—Pensó que no apreciaba su vida y que estuvo compitiendo a la carrera de manera ilegal.

—No participé en ninguna carrera —le expliqué, apresurada—. Estaba viendo cómo competían cuando la policía me detuvo.

—Tendrá que darle la explicación al señor Genova —me recordó.

Cuando Santiago se subió al coche, agachó la cabeza un poco mientras jugaba con el anillo que llevaba en el dedo. Me agaché, me subí al coche y me senté a su lado. Me quedé observando la palma de su mano y me percaté de que había una marca de dientes, así que le pregunté:

—¿Es mi mordida? —Él se quedó callado, así que tiré de sus mangas, nerviosa, y le supliqué en tono suave—: No seas así, ¡no te enfades conmigo!

—Entonces, ¿volverás a hacer algo así de peligroso?

Por fin me estaba hablando, así que no le expliqué nada y seguí dejando que me malinterpretara. Al fin y al cabo, me gustaba cómo se enfadaba y se preocupaba por mí.

—Santi, ¿estabas preocupado por mí? —Él apretó los labios con fuerza y no respondió, así que me atreví a tomarlo de la mano y confirmé mi suposición—: Estabas angustiado.

—Qué irrespetuosa. Suéltame.